El punto rojo, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
Siempre que regresaba a Duaca, al pasar por Rey Dormido se sentía en casa. La había refaccionado y siempre su cuarto estaba disponible para él prácticamente como lo dejó desde que se marchó a estudiar a la universidad. Esa noche, ya cansado, se retiró y al entrar en su habitación, de nuevo le llamó la atención el punto rojo. Era brillante y estaba estático como en las visitas anteriores, en la esquina superior del dormitorio. Se quitó la almohada, y el punto se desplazó a la esquina más cercana a él, así que la seguía viendo con la misma perspectiva.
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La aparición empezó a crecer mientras mantenía su intensidad, esto le indicó que la sustancia se reponía a sí misma. Se modificó, ya no estaba cerca de él, era una franja rojiza desde el piso a casi hasta el techo; más alta que ancha; parecía que algo se movía dentro de ella. Luego vio que se estaba transformando en una figura humana; sin embargo, no le evocaba ninguna persona.
-Tú eres la misión de esta noche, espero a que estés preparado, -le dijo el ya no amorfo ente; a él apenas le salió un hilo de voz.
– ¿Qué tengo que hacer? –susurró.
-No sabes que siempre hay que irse a la cama con la conciencia tranquila, sin ningún mal pensamiento
-Yo no tengo pensamientos, ni malos ni buenos.
-No pensar es tener malos pensamientos porque no le das oportunidad a los buenos pensamientos, y perdona la repetición. Cada uno de nosotros tiene un alma humana de la cual somos responsable, yo soy tus sosias, y es mi deber prepararte para la llevarte y el tuyo, dejar este mundo y acompañarme.
-Pero si yo estoy sano, ¿cómo voy a partir así nada más?
-Mira, piensa en tu pecho.
Al oír la palabra pecho sintió repentinamente un agudo y repentino dolor que le llegaba hasta la espalda; tan fuerte el dolor que no emitió ningún quejido; no podía, el rostro lo tenía deformado.
-Ves -dijo la sustancia-, no me es difícil llevarte a donde tienes que ir.
– ¿Y por qué yo?
-No sé, mi deber es recogerte.
– ¿Y por qué ahora?
-Supongo que es aleatorio, aunque ustedes crean que abandonan este mundo por enfermedad, mala suerte o accidente; pero las enfermedades, mala suerte o accidentes son meras coincidencias.
Un frío sudor empezó a empaparlo; su ceño se encogió; simplemente no entendía por qué tenía que morir. Empezó a gimotear, luego a acobardarse. La visita se molestó.
– ¿Qué carajo te pasa?
– ¿Pero no hay otros más?
-No sé, te tocó.
En la fría madrugada se oyeron unos pasos que venían de la calle, luego un fuerte leco:
-Aaaaasaduuuura, aaaaasaduuuuura, aquí están, fresquecitas y a buen precio.
Los gritos del señor Colmenares lo despertaron, miró al punto rojo.
-Mañana le digo al flaco Eduardo que vea qué pasa con ese sensor, -se dijo a sí mismo.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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