El queso de la revolución bolivariana, por Eduardo López Sandoval
Autor: Eduardo López Sandoval
“Pande vale el queso”. Esta es la expresión usada por los llaneros venezolanos para referirse a la capital del país. Así como describen a Maracay como la ciudad Piedra, disque para allá se van los llaneros adelantados con la abierta finalidad de afilarse –para superar un tanto el retardación que da la vida en el campo. Así, Caracas es la Ciudad Donde Vale el Queso, precisamente porque es el mercado donde este producto alcanza su mejor precio.
El caso que se trata hoy es el de un paisano que lo mientan Negro, -cuestión que no es ningún dato de identificación, puesto que en Venezuela en todas las casas hay un Negro-, que viaja desde el Alto Apure para el centro del país, y los familiares, por la especial celebración de un casamiento, le encargan un buen queso llanero de por lo menos veinticinco kilos, que requieren para la fiesta. Pero el mismo encargo se lo hacen a otro tío que viaja desde Yaracal, Falcón. El viajante de Occidente llega primero sin avisar con el queso, y al viajero del Llano le avisan para que no realice el doble gasto, pero ya había comprado su pesado pan de queso llanero. Por lo que decide venderlo en el camino. Se detiene en una de las ciudades intermedias, en una parada de carretera concurrida por varios queseros, donde con alguna frecuencia compra su ración de queso llanero semanal, por lo que los vendedores lo conocen como un comprador.
Llueven los vendedores desde sus tarantines, con la alegría de la venta segura…
-¿A cómo está el kilo?
-A cien.
Cien, responden al unísono. (Cien es un número que se ha seleccionado como simple referencia, pero, mi pana lector, todos sabemos que es mucho más. Y si se nos ocurriera escribir el precio verdadero del relato, para el momento de su lectura, horas después de editarlo, ya el precio será otro. Convenimos bolívares cien para este incidente.)
-Bien, pero hoy no ando comprando, estoy vendiendo este queso…
El viandante mostró el queso a los vendedores que pasaron a ser los posibles compradores. Probaron. El queso apureño en Guárico pasó la prueba de calidad: corearon en el más llano lenguaje gestual de vendedores ambulantes…
-¿Cuánto me dan por el kilo de queso?
-Cien. –Fue la terminante respuesta del cartel.
La mirada inquisitiva del viajero no recibió respuesta alguna. Parecía incómoda. Movió sus dedos como tocando un arpa llanera, abiertas sus manos y sus brazos. Con la boca cerrada gritaba:
-¿Cómo van a vender al mismo precio que compran, qué ganan?
Al momento que pretendió hacer la pregunta a viva voz, lo alertó el compañero de viaje, con voz apenas suficiente para que sólo él oyera, le susurró:
-¡Es el peso vale!
No hubo compra ni venta.
La experiencia sirvió para que se hicieran algunas reflexiones de carretera acerca de los “logros” de esta Revolución Bolivariana y Socialista. Que siguen.
En los cuarenta años hubo un serio intento para que las normales instituciones de la civilidad funcionaran, fracasado en muchos aspectos, pero intento al fin. El resultado del ensayo democrático, objetivamente hablando, fue el fracaso. El Poseso por su parte se anota un consumado éxito en cuanto al logro de sus objetivos, cuál es la completa destrucción de las instituciones democráticas, que a media máquina funcionaban.
Se habló a vuelo de pájaro de la destrucción de las instituciones, los Poderes Públicos, Parlamento, Judicial, economía, vialidad, seguridad personal, salud, agricultura, industrias básicas, Pedevesa, electricidad… Pero también se habló de los gremios, se le dedicó gran parte de la larga cola para comprar gasolina en la carretera a las pequeñas grandes cosas, que por lo cotidiana no tienen la atención de titulares, ni las tratan con índices macroeconómicos, como la que recién le ocurría con el queso y la falta de control en las pesas y medidas…
Antes había un departamento, -en un despacho, de la corta decena de Ministerios, que se llamaba “Servicio Nacional de Metrología”, que se encargaba de regular las pesas y medidas de todas las ventas. No se diga que todas las balanzas funcionaban bien, pero la calibración era la regla; hoy en Venezuela, en este ya adelantado siglo XXI, la regla es la trampa. Hoy, en el Poseso, en las varias docenas de Ministerios, no hay una oficina con este noble nombre, y de existir, igual no funciona, como este Poseso todo. Todos los vendedores de productos alimenticios, como panaderos, queseros, empanaderos, cachaperos, chicharroneros, eran sometidos a estrictos controles sanitarios, y debían cumplir con cursos especiales para el manejo del producto que vendían. Ahora, con la revolución bolivariana, quien decida en la mañana ser vendedor de churros, ya lo es: sin más requisitos es churrero antes de mediodía. El riesgo lo carga el país, la demagogia de la total tolerancia del dejar pasar se asume desde que el país vota mayoritariamente por el Poseso. Así, del gremio de los locutores, de los choferes de taxis, de los políticos: todos son parte desde la misma mañana que lo decidan. Todos aprovechan las mieles del oficio. Nadie es responsable por los yerros de la labor: sin gremios y sin instituciones, y sin salidas en Dominicana.
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