El rechazo a las dictaduras, por Juan Páez Ávila
Autor: Juan Páez Ávila | @jpaezavila
La conciencia democrática de los venezolanos expresada en el rechazo de más del 80% de los encuestados en los últimos meses, a la administración de Nicolás Maduro, y el giro que han tomado los organismos internacionales multilaterales contra la violación de los Derechos Humanos y de las constituciones democráticas en el mundo, reflejan una nueva realidad contra el atropello a las libertades públicas, a periodistas y editores de diferentes medios de comunicación social, ejecutadas el aparato represivo del gobierno, aún apoyado por el Poder Judicial bajo su control, no permitirá detener la firme decisión de la mayoría de la oposición en la búsqueda de un sistema de libertad y democracia.
En la historia contemporánea de la humanidad –escribimos en un artículo anterior– tanto las dictaduras sostenidas mediante la represión brutal contra quienes piensan distinto, como aquellas que pretenden lavarse el rostro oscuro de la violencia, exhibiendo una fachada democrática por su origen electoral, pero controlando todos los poderes y la sociedad en general sin contrapesos legales, han sido derrotadas por la voluntad libertaria del ser humano.
No obstante el final trágico de todas las dictaduras, por diversas circunstancias algunos partidos y grupos militares las ha asumido y practicado con la tesis de que en un momento determinado se justifican para mantener el orden público y hasta para impulsar una supuesta revolución.
Algunos personajes mesiánicos, autoritarios y militaristas han persistido en tratar de imponer su hegemonía individual, generalmente apoyado por una mafia de oportunistas y peculadores, defensores del partido único. Esa violencia policial, militar o aparentemente legal en la que se han apoyado los dictadores, siempre ha encontrado resistencia en la naturaleza humana y libertaria del hombre. Y si caudillos militares han sido derrotados, sus herederos también han sucumbido a la protesta, a la resistencia y al empuje de los pueblos dispuestos a ser libres.
En el hemisferio occidental se consolida, aunque con algunos serios tropiezos que han dejado una lamentable estela de violación de los derechos humanos, el sistema democrático que desde la revolución francesa con la conquista de la libertad, justicia e igualdad, el hombre –y la mujer desde luego en esta época– se han empeñado en establecer como forma civilizada de convivencia en la sociedad. Después de la derrota del nazismo y del fascismo en Alemania e Italia y del derrumbe de la Unión Soviética, para mencionar los ejemplos de mayor repercusión mundial, la humanidad se inclina a buscar solución a sus problemas económicos y sociales en un régimen en el que la pluralidad y el respecto entre los adversarios, permita dilucidar sus diferencias en libertad.
En nuestro país, después de 18 años de una supuesta revolución para crear un hombre nuevo, nos encontramos con más inseguridad, más corrupción y menos producción de alimentos que nos obliga a la importación de más de 70% de lo que consumimos; más desabastecimiento, escasez y hambre, el déficit de viviendas es mayor, cerca de 2.000.000 de unidades habitacionales, y una dependencia del petróleo que nos han hecho más rentistas y atrasados, en comparación con pequeños países que no tienen petróleo pero han sabido ahorrar e invertir para aumentar su producción y ser menos dependientes del extranjero.
Después de 18 años de un ya largo intento de imponer una autocracia, resistida por la sociedad civil, se nos abre la posibilidad de un triunfo de la oposición, como lo indican las cifras de las encuestadoras más reputadas del país, si se produce la convergencia mayoritaria de la sociedad civil, partidos políticos y sectores independientes, alrededor de un candidato unitario que derrote a Nicolás Maduro en las próximas elecciones, que recupere la economía del país, reconcilie a todos los venezolanos e inicie una etapa de convivencia pacífica, como lo demanda el mundo civilizado.
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