El regalo, por Marcial Fonseca
Por allá en la Duaca de los cincuenta, cuando cualquiera le decía a cualquiera:
–Parece que el hombre está de visita.
La respuesta siempre era del tenor de:
–Sí, ya vi los esbirros: dos en la plaza Bolívar y uno en la entrada; y no te extrañe que veamos más tarde un helicóptero de la policía. Y de paso, dos o tres patrullas recorriendo las calles.
Y es que cuando el hombre, así llamaban al adeco más conocido del pueblo y de paso líder antiperezjimenista de renombre, se atrevía a visitar a su esposa, la población se llenaba de miembros de la recordada y triste policía política del régimen; y, por supuesto, esto se hacía muy notorio; y eran objetos de burla fácil por parte del pueblo. Como cuando una vez uno de ellos, por un caucho espichado de su unidad, le preguntó a un peatón si habría una cauchera disponible cerca, la respuesta fue:
–Tenga usted la seguridad nacional de que sí la hay.
Y ahora los esbirros estaban bien molestos porque el hombre se les había escapado en la visita anterior cuando su esposa cumplió años, y ellos obviaron la celebración porque pensaron que no osaría venir en una fecha tan importante; y lo hizo; y eso fue hace nueve meses. Esperaban capturarlo como consecuencia de ello: un niño estaba por nacer, y el mayor iba a cumplir años.
Vigilaban la casa, se apertrecharon de un buen sistema de radio; y trabajaron basado en tres operativos; el primero, llamado el heladero como ellos lo voceaban en su código policial, era un inspector que recorría las calles del pueblo con un carro de heladitos. Los de la policía política no se dieron cuenta que se estaban delatando ellos mismos porque nunca venían vendedores ambulantes al pueblo por lo retirado de Barquisimeto. En todo caso, rara veces la señora recibía visitas, salvo ahora que estaba siendo visitada por el nuevo cura del pueblo; este ya era muy querido por los duaqueños, sobre todo porque todavía sus sermones estaban muy salpicados con su español macarrónico, apenas tenía tres meses de haber llegado de Italia.
El otro operativo lo llamaron el escobillón; este consistía en la venta de escobillones para limpieza interna de los techos; el vendedor pasó solamente dos veces por la casa del perseguido, su misión era estar presente en caso de que fuese necesitado como apoyo.
Y el tercer detective, es decir el operativo tres, siempre estaba al acecho en la iglesia. La mayoría de las persecuciones ocurrían en un templo y en segundo lugar, en las sedes del partido Acción Democrática o del partido Socialcristiano Copei.
Sin éxito, los esbirros se reunieron en el cafetín de la esquina de Plaza Bolívar; pidieron tres guayoyos. Estaban a punto de degustarlo cuando vieron al cura italiano abandonar la iglesia donde acababa de oficiar la misa, la sorpresa era porque él estaba de visita en la casa del perseguido.
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No perdieron tiempo; allanaron la vivienda y en ella estaba la esposa del político, con su barriga y todo jugando con el hijo cumpleañero. En el piso yacía el papel satinado que envolvió el regalo que le había traído su progenitor, vestido este de sacerdote italiano.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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