El regreso del americano impasible, por Gustavo J. Villasmil Prieto
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«Si no estás en la mesa del juego geopolítico, estarás en el menú»
Josep Borrell, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores, noviembre 2024.
Saigón, Indochina francesa, circa 1954. Una terrible guerra está en marcha. Thomas Fowler, un periodista británico descreído y cínico, cubre aquellos hechos con la misma frialdad y distancia con la que escribiría una crónica deportiva; al fin y al cabo, ni esa guerra ni ningún otro drama humano de aquel tiempo era asunto suyo. Alden Pyle, bostoniano, decía ser parte de cierta misión económica estadounidense de visita en Vietnam. En realidad, es un agente de inteligencia encubierto a cargo de evaluar en qué podrían beneficiarse los intereses de su país de todo aquello. En esas lejanas tierras, el inglés y el estadounidense habrían de coincidir no solo en el seguimiento y registro de los muchos y complejos acontecimientos entonces en desarrollo sino también alrededor de la alcoba de Phuong, la bella muchacha vietnamita de la que ambos se habían enamorado.
Convencido de la absoluta corrección de su visión de las cosas y de sus acciones, Pyle mantiene una actitud serena e inmutable – «impasible», diría Greene– frente a las terribles situaciones y desafíos que enfrenta Vietnam. Con la derrota de Henri Navarre en Điện Biên Phủ, en 1954, la guerra contra los franceses acabaría para después continuarse otra peor, esta vez contra Estados Unidos, tras los hechos del golfo de Tonkin de 1964. La firme creencia en la justicia de sus acciones mantenía a Pyle en una calma y determinación fuertemente contrastante con el escepticismo de Fowler: en otras palabras, Alden Pyle vivía convencido de que tanto él como los norteamericanos se la estaban «comiendo» en Vietnam.
La impasibilidad de Pyle – en nuestra jerga, su «caraetablismo»– refleja la notable falta de comprensión estadounidense sobre las complejidades propias de aquel conflicto. Estaban tan convencidos de la superioridad de sus ideas que no se dejan afectar por las consecuencias de sus acciones, incluso si estas fracasaban resultado en altos costos humanos. Pyle es el típico yanqui que sabe «cómo es la vaina», una especie de JD Vance de aquellos convulsos tiempos.
Impasibilidad estadounidense de ayer, de hoy y de siempre. No funcionaría en el Vietnam que surgiera tras la retirada de Francia, como tampoco en Libia ni en Afganistán años después. Mucho antes, en la primera mitad del siglo XX, también habían demostrado su escasa asertividad en el Caribe y Centroamérica. ¿Me dice usted que en Japón? Cuando Mc Arthur y sus oficiales lo abandonaron en 1951 para irse a meter en el infierno de Corea, los nipones ya habían establecido un sistema parlamentario de gobierno bajo una monarquía constitucional y llevado a cabo importantes reformas en materia económico-financiera, agraria, laboral y educativa. Los resultados a la vista. Muy distinto a lo que lo ocurriera allí donde los US Marine Corps pusieron planta a «trocha y mocha» imponiendo a trocha y moche la «pax americana» con órdenes políticos artificiales destinados a nunca sostenerse.
Abunda quien pensó que la cosa sí les funcionará aquí y se agarró de la fecha del 20E con ansias de novia quinceañera. Pero del Norte llegaría un emisario con la sola misión de llevarse a sus compatriotas presos a cambio de una extensión de la Licencia General No.41, cuya elástica vigencia viene estirándose una y otra vez desde noviembre de 2022. ¡Y que conste que desde el DC no mandaron a cualquier jugador «Triple A» sino a un experimentado exembajador en Alemania!
Sea que se trate de Gaza, de Ucrania, de Canadá o de México, los impasibles americanos una vez más llegan con su propio guion en la mano. A nadie extrañe si los venezolanos aparecemos como parte del menú de un banquete al que no fuimos convidados. Un «remake» de la paz de Yalta, esta vez sin la épica de aquella otra, se le ofrece hoy al mundo: Trump llama a Putin, mientras Vance carajea a los europeos y Rubio «tira la línea» en Iberoamérica. «No, es que apenas está llegando», me dicen, «déjenlo actuar». Al jaquetón 47º presidente se le sigue dando el beneficio de la duda, mientras que miles de venezolanos en territorio estadounidense no saben si mandar a sus hijos a la escuela o ir a la iglesia los domingos, no sea que «la migra» los sorprenda y terminen en Guantánamo.
Se agotan las instancias a las que acudir a recibir medallas y estrechar manos: en Europa, Iberoamérica, hasta en el baile inaugural de Trump se nos ha visto. Mas no en la Oficina Oval, que es donde se «bate el cobre». ¿Acaso el americano impasible nos está «guisando» a nuestras espaldas y aún no nos enteramos? Entre tanto, ¿a qué apostamos nosotros, a qué nueva esperanza infantil nos estaremos abrazando?
*Lea también: Tratando de entender a Trump, por Fernando Mires
2025 inició con grandes desafíos para los demócratas venezolanos. Uno esperaría que una dirigencia serena y avezada, a la altura de la circunstancia, marcara la ruta con asertividad y sensatez ante las decisiones que es preciso tomar, pero no.
Una mirada crítica a las declaraciones y comunicados de estos últimos días pone una vez más en seria duda la calidad política de este liderazgo nuestro, que una vez más nos manda a quedarnos en casa mientras espera, teléfono en mano, a que desde algún despacho de Washington DC los llamen de parte del americano impasible.
Referencia: Greene, G. El americano impasible. Barcelona: Planeta, ed.2015. 224p.
Gustavo Villasmil-Prieto es médico, politólogo y profesor universitario.
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