El regreso, por Marcial Fonseca
La repentina partida había sucedido quince años atrás cuando abandonó el enrarecido ambiente por la presencia de guerrilleros en la Sierra de San Luis, a un tío que moriría una década después y a la novia. Desde entonces no había vuelto a su pueblo. Si le preguntaran por qué volvía ahora, no sabría explicarlo; quizás por la edad o por la morriña que lo asfixiaba.
Ya no le dolía recordar su huida; simplemente se había montado en su Volkswagen y tomó rumbo a Barquisimeto, desde aquí se comunicó con la Oficina Central y les informó que se tomaría unas vacaciones por emergencia personal; luego en la capital, mediante llamadas telefónicas, gestionó su transferencia hacia el Oriente del país.
Le llegaban flashbacks del por qué dejó todo. Entró en el zaguán de la casa de su novia, él sabía que a esa hora casi siempre estaba sola; pero aquel día la puerta estaba abierta y la oyó hablando con alguien, y allá la vio al final del corredor en L, entre dos columnas, en los brazos de un hombre y claramente emocionada. Menos mal que era un desconocido, así la traición fue menos dolorosa. Todo lo anterior le vino a la mente cuando llegó al pueblo. Para distraerse se detuvo en la estación de servicio de Rey Dormido.
Mientras le abastecían de combustible, se fue al baño, regresó y pagó. Antes de marcharse preguntó al empleado cómo se avecinaban las fiestas de junio.
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–Como siempre, un gentío, alegría por unos días y después el fastidio que conocemos.
–¿Y ya San Juan bajó el dedo? –preguntó riéndose.
–No, no, nada de eso. Todavía no se ha conseguido a la primera mujer virgen.
–¿Me podría decir si el hotel El Hospedaje aún existe?
–Claro, y ahora remodelado.
–Gracias. Mire, yo conozco a los Pérez, los de la cauchera; ¿seguirán viviendo en la misma casa?
–Sí, en la mismísima misma casa.
–Gracias.
Siguió su camino. No sabría cómo lo recibiría ella porque a lo mejor ni lo reconocía. Casi seguro de que sus viejos estarían muertos; esperaba no haber perdido el viaje.
En los posts que publicaba su antigua novia en Facebook se veía muy normal, no hablaba de un esposo. Aunque no decía dónde estaba viviendo, se atrevió a dar el paso de hacer el viaje hasta el pueblo donde habían nacido.
Llegó a la vieja casona. Estuvo un momento dudando de si tocaba o no; levantó la aldaba y la dejó caer. Abrió un joven, el visitante preguntó por Carmen.
–Mamá, te buscan –gritó el muchacho.
–Voy –una bella y esbelta mujer, ya entrada en los cuarenta, contestó:– hola –dijo e inmediatamente lo reconoció: su exnovio. Se volteó hacia a su hijo:– te presento a tu padre.
–Perdón, ¿qué dijiste?… –reaccionó sorprendido el visitante.
–Que tú, sí, tú, tú eres el padre de mi hijo. Me abandonaste cuando nos viste a mí y a mi hermano abrazados en el corredor luego de su regreso después de una ausencia de cinco años por razones políticas y que exprofeso tú no sabías de su existencia para no meterte en líos con la Digepol.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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