El relato, por Bernardino Herrera León
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El sentido que damos a nuestras vidas, las ideas. Lo poco que sabemos del pasado. Todo habita en el lenguaje. Dependemos de lo aprendido y de lo que nos dicen. Solo contamos con nuestra capacidad de razonar, para contrastar lo sabido con lo que observamos. La razón es nuestro único dique de defensa contra las creencias destructivas. Las palabras son muy importantes. Contienen y expresan las ideas. Basta una sola palabra para salvar. Basta una para matar.
El lenguaje es, pues, la herramienta básica que nos hace, además de humanos, civilizados. La historia de la humanidad es un laboratorio que ha probado muchos modelos civilizatorios. La mayoría han fracasado y colapsaron en el intento. Las sociedades sobrevivientes de la historia lo han logrado de dos modos. Una, cambiando. Y otra, resistiéndose a cambiar. Quedan pocas las que resisten. La mayoría han cambiado, forzosa e inevitablemente. Va la vida en ello.
No hay nada de malo en resistirse al cambio. Vivir tal como nuestros antepasados. Pero el sacrificio es la calidad de la vida. Acarrear agua en vez de abrir grifos. Encender antorchas en vez de oprimir botones. Morir de una simple infección en vez de inyectarse antibióticos. Escuchar relatos épicos en vez de ver y leer en la Internet. Los humanos nunca hallaron aquel paraíso del mito en ninguna parte. Nuestros antepasados se las vieron negras. El mundo fue en extremo hostil. Hambrunas, epidemias, violencia. Uno no se explica cómo las ideologías siguen obsesionadas con regresar al pasado idílico que no existe. Pero, el conocimiento comenzó a cambiarlo todo. El saber que da la razón. Unos pocos individuos se atrevieron a razonar y cambiaron al mundo.
A pesar de las ideologías que por milenios impusieron el colectivo sobre esa odiosa y peligrosa conducta de disentir y desprenderse de la tribu, que es la individualidad. Quizás fue una opción forzosa de supervivencia, cuando se hizo difícil sobrevivir en pequeños grupos de pocas familias. O tal vez no. Tal vez, las tribus grandes se expandieron ambiciosas y expropiaron territorios de otros.
Las tribus odiaban pero temían al individualismo. Pronto, surgieron mitos que lo condenaban por egoísta y por herejía. Surgió un gran mito que propuso renunciar a la individualidad a cambio de la civilización igualitaria. Pero a la individualidad es imposible renunciar. Ni siquiera a voluntad, porque es una condición natural e inseparable de la especie.
Unos pocos se negaron a renunciar y a ser individuos, clandestinamente. Los artistas de las cuevas prehistóricas, los pensadores, los disidentes, los inconformes, los herejes, los trasgresores, los inventores, los científicos. Sobrevivieron a treinta milenios de supresión colectivista.
Un milagro ocurrió a mediados del siglo XV. Un invento permitió a muchos individualistas difundir masivamente sus ideas. Simultáneo con la invención de la imprenta se decretan listas de libros prohibidos. Hacía mucho que los regímenes absolutistas habían fracasado en hacer realidad el mito colectivista. Optaron por más guerra y exterminios.
América fue una bombona de oxígeno. Tanto para reforzar la utopía colectiva, como para escapar de ella. Las ideas liberales se expandían con veloz rapidez horizontal. Libertad y fraternidad. La humanidad es una sola. Poderosas ideas que comenzaban a ver la luz. Ángulos distintos para concebir al mundo. La individualidad reclamando su condición natural. Una sociedad individualista. Libres para decidir sin invadir el derecho de los otros.
El colectivismo de las ideologías se vio amenazado de muerte por extinción. Tuvo que reinventarse. Nuevas ideologías surgieron. La propiedad es un robo. El individualismo es egoísta y perverso. Surgieron los colectivismos corporativos. Las clases sociales buenas contra las malas. Unas razas puras y otras reclamando lo mismo. El colectivo de las mujeres contra el individualismo machista. Contra el hétero, que no es homo, por patriarcal, que nunca es padre.
Socialismo, comunismo, nacionalismo, racismo, fundamentalismos religiosos, nuevos feminismos, indigenismos, animalismos y otros tantos. El colectivismo de tanto milenios volvió a reinventarse. Y ahora se presenta vestido de: el relato.
Antes bastaba manipular la fe religiosa. El credo que soporta la moral. Pero la moral evolucionó para convertirse en peligro individualista. La sustituyeron por una moral colectiva, por el culto al Estado. Qué error cometieron los romanos al inventar el derecho individual. Urge cambiarlo por el derecho colectivo. Cambiar el miedo al castigo divino por la represión masiva.
Ahora, el colectivismo de las ideologías se aferra al nuevo relato. A la manipulación de la historia. A “deconstruir” el lenguaje que es lo mismo que destruirlo. Neolengua, la llaman. Diseñada para reforzar el mito de la Torre de Babel.
El humanismo individualista, el de los derechos individuales, el de la libertad para pensar y expresarse sin peligro al castigo o a la segregación. El derecho al yo decido sin trasgredir a los demás. El derecho a la familia, a los amigos, a la convivencia, al placer de la inteligencia y del conocimiento. Todos esos grandes logros desde la Ilustración, al costo de tantos sacrificios, están en peligro.
La libertad está bajo amenaza. Nos amenaza el gobierno chino con su exitoso relato de régimen totalitario. Putín envenenando opositores y que no se queda atrás. Nos amenazan los neoizquierdistas, los neoestatistas, los neofeministas, los neonacionalistas, los regresionistas al pasado. Los liberticidas, los pederastas con mucho dinero. Los cultores del Che y de los Castros. Los que negocian con los delincuentes y genocidas. Nos engañan los políticos grouchomarxistas. Los medios que juran estar del lado correcto del discurso. Nos amenazan los neolingüistas. Los neopopulistas. Las nuevas religiones climáticas, los neoambientalistas. Los te-mato-con-la-mirada, de la niña Greta.
El relato es una ficción para confundir y reclutar fanáticos. Los dispuestos al exterminio ideológico. Los decretos de guerra a muerte. O al exterminio puro y simple, de saquear y quemar tiendas. Perseguir y golpear al blanco de la banderita. O a los disidentes de la derecha. Acabar con los blasfemos. Así lo exige… el relato.
Bernardino Herrera es Docente-investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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