El réquiem de Maduro a Pdvsa, por Gregorio Salazar
@goyosalazar
Maduro ha dado la orden: Venezuela tiene que ser una potencia petrolera mundial y no aceptará excusas, pues está dispuesto a llevarlo adelante “a trocha y mocha” en cumplimiento del Plan Siembra Petrolera de Chávez. Enseguida, estallan los aplausos y los gritos de euforia en la asamblea del llamado Consejo Productivo de los Trabajadores (CPT) de Pdvsa reunida a propósito para tan magna ocasión.
Ustedes saben como es Maduro. Cuando él se propone una meta la conquista. Si dice que reactivará la economía, la reactiva. Si proclama que detendrá la hiperinflación, la detiene. Si anuncia que llevará la producción y la seguridad alimentaria a niveles nunca vistos, así se cumple. Si el objetivo es demoler el dólar, en cuestión de días lo vemos vuelto boronitas.
Y ahora que Maduro ha desempolvado el Plan Siembra Petrolera de Chávez es posible constatar algunas pequeñas desviaciones de las metas. Según el comandante petrolero, para estas fechas, íbamos a estar entre cinco y seis millones de barriles diarios y apenas rondamos los 600 mil barriles y eso gracias a la inversión gringa.
Es raro que esos objetivos trazados por Chávez no se hayan cumplido. Porque ustedes saben bien que cuando el comandante se proponía una meta, la conquistaba. Si decía que iba a hacer un gasoducto de aquí a Buenos Aires, allá te va el tubazo. Si anunciaba que lanzaríamos cohetes espaciales desde la frontera con Guyana, así se hacía. Si prometía un segundo puente sobre el lago, dicho y hecho. Trenes, centrales azucareros, grandes industrias. Claro, ha habido fallas y los gringos empeñados en hacernos la vida de cuadritos.
Cuando Maduro da la orden de convertir a Venezuela en potencia petrolera, cabe preguntarle: ¿Y no es de allí de dónde veníamos? ¿Una Venezuela respetada en el orbe por el desarrollo y capacidad de su industria petrolera no fue lo que ustedes encontraron cuando comenzaron este desmadre? ¿Cómo fue que trajeron las refinerías venezolanas a funcionar entre el 10% y el 15% de su capacidad instalada? Y aún así se paran un día y el otro también.
¿Sabrá Maduro acaso que en fecha tan remota como 1960 Venezuela producía 2.846.000 barriles diarios y en 1967 estábamos en 3.545.325 barriles por día?
Y que antes de que ellos se adueñaran de Venezuela tuvimos una empresa que no detuvo su desarrollo y sus metas, dentro y fuera del país, con participación extranjera o sin ella? Que exportábamos no solo crudo sino una gran diversidad de derivados y ahora ni gasolina hay para el mercado interno.
Ese palabrerío ante asamblea del llamado CPT de Pdvsa, confesión paladina del fracaso monstruoso y monumental de la revolución chavista, no fue más que un oficio de difuntos. La destrucción de Pdvsa ha significado también el derrumbe de las grandes posibilidades que tenía Venezuela al comienzo del siglo XXI.
Es ciertamente, un triste espectáculo ver cómo se pretende engañar de manera tan infame a los menguados seguidores del llamado proceso revolucionario porque, obviamente, fuera de ellos no hay quien crea una sílaba a Maduro. Todo se reducirá a la vacua estridencia de siempre, los alardes de heroicidad e invencibilidad, la decisión y la voluntad inquebrantable del jefe que les legó Chávez. Aspavientos pre electorales. Todo se esfumará cuando la cadena televisiva salga del aire.
Lea también: Ataque fascista contra el periodismo, por Gregorio Salazar
Dudamos que ese grupo de aplaudidores que acuden adulantes y postrados ante uno de los grandes responsables de la destrucción de Venezuela pueda llamarse Consejo Productivo de los Trabajadores. En el caso que sea un “consejo”, con toda seguridad no será ni productivo ni de trabajadores. Si de verdad lo fueran, no apoyarían a quien ha destruido Pdvsa y, por consiguiente, sus salarios, su seguridad social, sus contratos colectivos y hasta sus propias organizaciones sindicales.
Maduro: Venezuela lo sabe de sobra, no va a recuperar la industria petrolera venezolana ni nada de lo que destruyeron durante estos 21 años. Lo que probablemente intente y, tampoco es fácil, será el remate a precios viles, a rusos o chinos, de sus escombros, de la chatarra de lo que fueron instalaciones modernas operadas de la manera más eficiente. Sin los cuantiosos recursos que se requieren, sin personal capacitado y de experiencia, sin suministro de servicios, lo que viene es un paso improvisado hacia la desnacionalización de la industria y la entrega de nuestros recursos a los socios que perversamente lo sostienen en el tablero internacional.