El reto de re-alfabetizarnos, por Griselda Reyes
Twitter: @griseldareyesq
La herramienta –»The Lost Potential Tracker»– estima que para 2030 más de 1.000 millones de niños serán analfabetas. Este número global, resultado de los datos del Banco Mundial, la Unesco y la Organización de Naciones Unidas (ONU); me tiene profundamente preocupada.
No exagero cuando digo que me quita el sueño este tema, pues tiene dos aristas muy graves: 1. afecta a infantes 2. Y estos son nacidos o nacionales de los países más pobres del planeta, sobre todo en África y las zonas marginales de Asia. Pero va más allá. Puede extrapolarse a Venezuela: tenemos niños, niñas y adolescentes en situación tanto de pobreza, como de extrema pobreza. Con un añadido gravísimo: carecemos de datos oficiales sobre este tema, lo cual lo agrava aún más.
En Venezuela tenemos poblaciones pobres y muy pobres, constituidas en caseríos, pueblos, comunidades y municipios muy abandonados, con padres o abuelos empobrecidos que, desde su pobreza o extrema necesidad, se encuentran rodeados de niños en igual o peor condición de abandono que ellos.
Padres, abuelos, niños y familiares, que son víctimas sin saberlo o sin haberlo siquiera decidido, de la grave exclusión social que los ha dejado fuera de las condiciones mínimas de subsistencia, con hondas preocupaciones de alimentos, muy por encima de las preocupaciones de asistir a las aulas de clases.
En muchas familias, unido al abandono familiar, se produjo el abandono a las escuelas. Parece un exabrupto, pero la palabra que pareciera ser el apellido de gran parte de nuestra población es Abandono: Abandonado por algún progenitor, el niño o niña o adolescente, abandona las aulas, en medio de una comunidad que abandonó la solidaridad colectiva y social, porque el gobierno abandonó los planes estratégicos de darles calidad de vida Para un niño, vivir es pedir en la calle, hurgar en la basura o limpiar vidrios. Todos ellos en situación de mendicidad. En estas condiciones, no hay manera que crezca ni la escolaridad ni el nivel educativo.
¡En un país altamente dolarizado, la educación es un tema de profundo dolor! Sin el menor ánimo de sonar repetitiva, somos víctimas de una profunda crisis que dejó los salones vacíos. Los maestros se ven forzados a sobrevivir con cualquier otra actividad, incluso han emigrado del país. Las propias infraestructuras están en condiciones de abandono. Los programas «Venezuela Bella» y «Bricomil», no han llegado a un porcentaje importante de las escuelas públicas oficiales.
Con este panorama tan desalentador, no podemos esperar que la generación de relevo sea tan efectiva como la que tuvimos en el pasado cuando nuestras escuelas –con todas sus deficiencias– tenían programas de alimentación escolar, el vaso de leche escolar, el Ministerio de Educación garantizaba útiles a nuestros niños y las escuelas no estaban en las condiciones de abandono en que hoy se encuentran.
Nuestros profesionales han emigrado y destacan en otras latitudes, gracias a la educación que recibieron. Esa que, dada la «revisión gubernamental» imperante, no parece ofrecer para el futuro los profesionales que, forzados por las condiciones internas, ha parido Venezuela en beneficio de otros países.
Me preocupa, con esta realidad nacional, que son muy pocos los candidatos presidenciales que realmente tienen a la educación como prioridad nacional. Entiendo perfectamente que los sueldos y salarios de los trabajadores en general es más que urgente y necesario. Pero en paralelo con la estabilización económica, para poder devolver la calidad de vida a los ciudadanos, es más que urgente atender la educación. De la alfabetización de nuestros niños dependerá que tengamos a los médicos, economistas, administradores, funcionarios públicos que la República necesita para su desarrollo en el mediano y largo plazo.
Cualquier cambio de Gobierno incluir un plan serio de alfabetización. ¿Qué programa de Gobierno tiene realmente este tema entre sus prioridades? Hay que poner, entre las prioridades de la política que nuestra generación de relevo se forme, que los niños de Guasdualito, Macuro, San Juan de los Morros o Puerto Ordaz, aprendan a leer y escribir y no sean parte de esa cifra tan dura que tendremos en el 2030.
La pobreza no puede seguir siendo el signo que marque a nuestros hombres y mujeres del futuro. Debemos, como sociedad, exigir –además desde ya, sin esperar el cambio de Gobierno– que los fondos públicos se destinen a lo que esencialmente importante.
Entrar al Siglo XXI, aunque sea 23 años tarde, solo será posible, cuando aseguremos como sociedad, como país, la educación de nuestros hijos.
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.
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