El reto de superar los lemas vacíos en la política, por Luis Ernesto Aparicio M.
En política, al igual que en la moda, hay momentos donde las acciones emprendidas —incluyendo las consignas— pueden ser altamente efectivas o, en su defecto, quedar en la superficie. La clave está en identificar cuándo estamos ante una estrategia bien concebida y cuándo simplemente frente al lanzamiento de lemas transitorios.
Hoy en día, las estrategias políticas se ven simplificadas en consignas que buscan captar emociones inmediatas, muchas veces sin un verdadero plan de acción detrás. Estas consignas son breves, pegajosas y fáciles de repetir, lo que las convierte en herramientas útiles para movilizar masas. Sin embargo, cuando carecen de profundidad o se desvinculan de un programa coherente, corren el riesgo de generar frustración y desconfianza a largo plazo.
Las consignas funcionan porque apelan a emociones básicas como el miedo, la esperanza o la indignación. En un entorno saturado de desinformación, su simplicidad capta la atención y facilita su viralización. En momentos de crisis o incertidumbre, las personas buscan certezas y soluciones rápidas, lo que convierte a las frases cortas y directas en «respuestas» aparentes a problemas complejos.
Hay muchos motivos para pensar que las consignas son clave en la obtención de resultados efectivos. Reducen temas complejos a algo comprensible, lo que permite que más personas se identifiquen con ellas sin necesidad de profundizar. Además, su facilidad de repetición en redes sociales y medios refuerza el mensaje y amplifica su impacto. Sin embargo, si todo se tradujera en un eslogan, correríamos el riesgo de reducir los problemas complejos a soluciones simplistas, evitando un debate profundo sobre las causas y consecuencias reales.
Este es precisamente el combustible favorito de los populistas actuales: las promesas grandilocuentes que, por su simplicidad, a menudo carecen de sustento práctico. Un ejemplo icónico es «Make America Great Again» (MAGA), el lema central de la campaña de Donald Trump en 2016 y ahora 2024.
MAGA ofrece la promesa de devolver a Estados Unidos una grandeza imprecisa, sin especificar cuándo fue grande ni cómo se lograría ese retorno. Al ser vago, permitía que distintos grupos proyectaran sus deseos en él, creando un mensaje emocionalmente poderoso, pero con pocos detalles sustantivos.
El mismo Trump, durante su campaña, hace múltiples afirmaciones sin fundamentos, como su declaración de que desde Venezuela se enviaban a Estados Unidos personas con problemas mentales y delincuentes. Esta frase, pronunciada sin datos verificables ni pruebas concretas, fue rápidamente adoptada como parte de su narrativa política.
Lo dicho por Trump puede interpretarse como un ataque al gentilicio venezolano, ya que su afirmación generaliza a los inmigrantes provenientes de Venezuela como personas con problemas mentales y delincuentes, sin fundamento alguno. Este tipo de declaraciones estigmatiza a toda una población, asociando características negativas a un grupo entero sin considerar la diversidad de sus integrantes.
A pesar de carecer de base factual, la afirmación apela al miedo y a la inseguridad, dos emociones poderosas que suelen ser explotadas en tiempos de crisis o incertidumbre. De este modo, se crea una consigna que, aunque falsa, logra calar en la opinión pública y alimentar prejuicios ya existentes sobre la inmigración. Esta es una clara muestra de cómo las consignas pueden deformar el debate político, desviando la atención de problemas reales y ofreciendo soluciones simplistas basadas en afirmaciones engañosas.
Esta manipulación de emociones no es exclusiva de Estados Unidos; en Venezuela también hemos visto cómo las consignas pueden moldear la percepción pública. Recientemente, la consigna «Venezuela se arregló», circuló en el contexto de una aparente mejoría económica superficial, pero sin abordar las profundas crisis sociales y políticas que aún persisten. Estas frases captan emociones inmediatas, pero no ofrecen soluciones reales a largo plazo.
El problema de depender únicamente de consignas vacías es que se ofrecen promesas grandiosas que parecen demasiado buenas para ser verdad, apelando a deseos profundos de cambio o mejora inmediata. Estas promesas suelen ignorar las limitaciones económicas, sociales o políticas. Por ejemplo, frases como «Terminar con la corrupción en 100 días» ignoran la complejidad estructural del problema, lo que genera expectativas imposibles de cumplir.
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Como ciudadanos, es esencial que cuestionemos las consignas y exijamos planes de acción concretos que puedan generar un cambio sostenible.
Por otra parte, un líder comprometido con reducir la corrupción, por ejemplo, detallará reformas institucionales, cambios legales y mejoras en transparencia, reconociendo que se trata de un proceso largo y gradual.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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