El reto del futuro, por Teodoro Petkoff
Durante los once años largos del régimen de Atila, la dependencia del país respecto del petróleo se ha acentuado hasta extremos realmente demenciales. Colgamos del petróleo como un ahorcado de la cuerda. Sin embargo, ni en el país en general ni en el gobierno se ha tomado nota de las fuerzas subterráneas que comienzan a ponerse en movimiento en los centros del poder científico-tecnológico mundial y del poder a secas, en relación con las llamadas fuentes de energía renovable, lo cual podría conducir a que en el lapso de unos veinte a treinta años la energía de origen petrolero sea realmente marginal respecto de la proveniente de fuentes alternativas.
La producción de energía solar y eólica está ya en las agendas de los grandes poderes planetarios. ¿Qué será de Venezuela en el curso de esas tres décadas si continúa la desaprensión? Además de la dimensión internacional de este problema, para nuestro país, existe una doméstica que reviste la mayor importancia y en la cual es necesario comenzar a pensar.
La crisis eléctrica ha desnudado nuestras vulnerabilidades energéticas. Imaginemos, por puro ejercicio intelectual, un país en el cual ya el petróleo y el gas hayan dejado de ser fuentes energéticas costeables, debido al derrumbe de sus precios en un mercado que ya no los necesitará.
¿Cómo y con qué se va a mover este país? Sin embargo, las respuestas están, como quien dice, al alcance de la mano. La naturaleza nos ha dotado también, además del petróleo, de otras fuentes de energía, renovables estas últimas, absolutamente inexploradas hasta hoy.
Venezuela tiene una oportunidad casi única de replantear su ruta hacia el desarrollo a partir de las energías renovables, principalmente la solar y la eólica, sin necesidad de abandonar los hidrocarburos mientras nos sean útiles.
Hoy se dispone de tecnologías de muy bajo costo, capaces de poner a nuestros privilegiados llanos a producir prácticamente toda la electricidad que demandará el país en los próximos años. «Privilegiados» esos llanos porque pocas regiones en el mundo reúnen sus condiciones para producir energía. Altísima radiación solar (1 kilovatio por metro cuadrado), resultante de su latitud, entre 5 y 10 grados Norte, sin variaciones estacionales importantes y sólo 300 metros sobre el nivel del mar. Si se sigue la franja entre el ecuador terrestre y el paralelo 10 se podrá percibir que sólo Venezuela y Colombia poseen llanuras importantes, sin vegetación selvática, inundadas de sol. Todo lo demás, en esa franja, es montañas, selvas y océanos. Por otro lado, el viento sopla con fuerza en nuestro territorio. Piénsese solamente en el formidable centro de producción de energía eólica que podría ser la península de Paraguaná.
Ya en Europa se utilizan las muy conocidas células fotovoltaicas, para generar electricidad solar. Los «molinos» que aprovechan el viento para la misma finalidad forman ya parte del paisaje global. Pero entre nosotros, ebrios con nuestra riqueza petrolera, ni los llanos, ni el sol, ni los vientos nos llaman la atención. Fuentes inagotables de energía y, además, inobjetables desde la perspectiva de una ética ecológica, deberían ya formar parte de la preocupación y la ocupación nacional.