El sábado de Snowball, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
«A cada puerco le viene su San Martín –dijo el demandado».
Francisco de Quevedo, La vida del Buscón (1626)
Tras la contundente derrota infligida por los animales en rebelión al señor Jones, hasta entonces su propietario, las cosas comenzaron a cambiar notablemente en los predios de la granja Manor. Los insurrectos, toda vez desalojado del poder el antiguo e irresponsable dueño, no tardaron en tomar medidas conducentes a implantar en toda la granja una nueva forma de vida. La normativa a imponer era de lo más estricta: así, por ejemplo, a la totalidad de los animales les quedó prohibido andar en dos patas, ponerse la ropa confiscada al señor Jones y mucho menos dormir en lechos cubiertos con sábanas. Del acatamiento de tan draconianas reglas estaban eximidos los cerdos, especie al frente de la conducción zoológica de aquel impresionante proceso de cambio: porque si algo estaba claro era que, en la antigua granja del señor Jones, en adelante todos los animales serían iguales, solo que algunos –precisamente los cerdos– estaban destinados a ser «más iguales» que el resto.
Tanto Snowball como Napoleón, los dos chanchos principales de Manor, ejercían ostensiblemente su recién adquirido e inmenso poder. Snowball parecía bastante más talentoso que el limitado Napoleón, quien en compensación ante tan evidente desnivel organizó un temible cuerpo de perros de presa absolutamente subordinado a sus antojos. Así quedó demostrado en el sangriento juicio tras el que las hablachentas gallinas cluecas de Manor acabaron despescuezadas por las mandíbulas de los terribles canes, no sin antes obligarlas a una humillante autocrítica pública. Pero tan formidables expresiones de poder por parte de Napoleón no bastaban para hacerle contrapeso a un eficaz y contundente Snowball. Día tras día se hacía más evidente que en Manor no había espacio para dos verracos de tanto peso, por lo que entre Snowball y Napoleón se desató una previsible lucha por controlarlo.
Sin las capacidades y atributos de su rival Snowball, Napoléon se afianzó más y más en su único argumento: el de la fuerza representada en su guardia pretoriana de canes. Poco tiempo pasó antes de que Napoleón se impusiera sobre su rival y se alzara con el poder absoluto en Manor. Fue así como por fin le llegó su sábado al poderoso Snowball, a quien, caído en desgracia, se le culpó por la destrucción del molino de la granja. La acusación ciertamente causó consternación entre los animales, aunque no lo bastante como para resistirse al enorme poder disuasivo de los perros de Napoleón. A ello se aunaron las eficaces tácticas comunicacionales de Squealer, el suínido especializado en la construcción y propagación de narrativas de convenientemente alineadas con los intereses del ahora cerdo mayor. Sin duda que resultó de lo más competente este último chancho, cuyos buenos oficios lograrían que en las asambleas dominicales del alto mando porcino con la grey animal de Manor nadie dudara en afirmar que «si el camarada Napoleón lo dice, debe tener razón» o, mejor aún, que «Napoleón siempre tiene razón».
*Lea también: Encubriendo a Tareck, por Gregorio Salazar
El sino trágico del relato de la rebelión de la granja Manor ha sido el mismo de las grandes revoluciones modernas. En la Francia de 1792, el terrible Año II de la Convención, las guillotinas cercenaban más carótidas que nunca mientras la revolución devoraba a sus propios hijos. En la Rusia de 1937 fue igual, con las célebres purgas del «padrecito» Stalin. Lo mismo pasó en la China del «Gran Timonel» Mao Zedong durante la eufemísticamente llamada «Campaña de las Cien Flores» de 1957 y, peor aún, en los tiempos de la horrorosa «Revolución Cultural» de 1966, que hasta a Beethoven llegó a prohibir.
Por estas tierras nuestras la cosa no fue muy distinta: porque si en alguna materia destacaron nuestros puercos locales fue en aquello de liquidar a toda gente inconveniente a su alrededor. Para el juicio de la historia quedan las matachinas de Ernesto Guevara –Huber Matos contaba que, en muchos casos, ejecutadas por su propia mano– en la fortaleza de la Cabaña. Nada preludiaba que al «Ché» también le llegaría su sábado, solo que un domingo: el 8 de octubre de 1967, en Ñancahuazú, Bolivia, a donde los Castro lo mandaron para asegurarse de que nunca más volviera. Comentario aparte me merecen las de Plutarco Elías Calles y su régimen de partido único en México durante la infame Guerra Cristera; una matanza que, entre muchos otros, se llevó a un santo: el jesuita Miguel Agustín Pro, que marchó al sacrificio mirando de frente al pelotón de fusilamiento y exclamando vivas a Cristo Rey. Pero un sábado, el 1 de diciembre de 1934, llegó el general Cárdenas, a «Don Plutar» lo mandaron a tomar el sol del exilio en California para siempre y del «callismo» no quedó nada.
Lo mismo le pasó, también en sábado, al sangriento Baby Doc. Fue el 4 de octubre de 2014. Un infarto fatal lo sorprendió esperando juicio por corrupción y violación de derechos humanos en Haití, de donde había huido en 1986 tan pronto supo que sus antiguos mentores en la CIA hasta ese día lo acompañaban. El que si no llegó a su sábado fue el «generalísimo» Rafael Leonidas Trujillo, a quien le tocó la misma fatal rifa pero un martes, el 30 de mayo de 1961. Uno de sus edecanes, Amado Guerrero, decidió que ya estaba bueno con «Chapita».
Como vemos, en Iberoamérica, como en el resto del mundo, a todo lo largo de la historia tarde o temprano siempre se ha cumplido la vieja máxima según la cual, como a Snowball, a todo cochino le llega su sábado. O como decía el gran Quevedo: a cada chancho le llega su San Martín.
Por cierto: declaro estar haciendo aquí, matizado con alguna que otra alusión a hechos históricos bien documentados, un breve y muy general comentario del célebre relato de George Orwell de 1945. Cualquier semejanza la realidad será por mera coincidencia. He de dejarlo dicho porque, con las noticias que corren, la gente está más habladora que nunca por estos días en Venezuela.
No sea que se vaya luego a decir que uno también.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo