El saludo romano, por Aglaya Kinzbruner
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El 20 de enero de este año, en la inauguración de la nueva presidencia de Donald Trump, Elon Musk llevó a cabo un saludo. Llevó la mano derecha al corazón, luego la extendió hacia el lado derecho con la palma hacia abajo y sonrió o la gente pensó que lo hacía. También pudo ser una mueca. Cierto es que ese gesto desató una tormenta mediática porque dijeron que era un saludo nazi. Otros, quizás sus admiradores, dijeron que no, que era un saludo romano. Ahí intervinieron los historiadores y certificaron que no, los romanos no saludaban así. Lo hizo Mussolini pero él nunca fue el epítome de la cultura occidental. Luego lo imitó Hitler que lo copió hasta donde pudo una decena de años más tarde con variaciones propias como genio del mal.
Lo que pocos saben es que los romanos sí tenían un saludo icónico. Se saludaban con un beso. Lógicamente era un beso social en la mejilla porque el beso erótico, con su modesto intercambio de 80 millones de bacterias ya era conocido por los antiguos sumerios. Ese beso social está vivo todavía hasta después de dos mil setecientos años con ciertas variaciones de país a país. En España se dan dos besos en la mejilla empezando con la mejilla derecha y luego la otra. En Italia también son dos besos pero empezando con la izquierda.
Esto hay que tenerlo muy claro y presente porque al encontrarse un español con una italiana si uno es como Cirano de Bergerac, o sea muy narizón, puede haber un ligero choque de narices. Los franceses dan tres besos y hasta cuatro y los daneses culminan todo con un abrazo, ¡siempre que no les pidan que vendan a Groenlandia!
Volviendo a Elon Musk y al aluvión de críticas a las cuales fue sometido, diremos que la envidia es un tremendo pecado y también un fuerte motor. No es poca cosa a su edad ser inteligente, millonario y encontrarse haciendo las diligencias de la mudanza de su oficina al West Wing de la Casa Blanca.
No es poca cosa pero no podemos dejar de recordar a la excelente película filmada en el 1941 El Halcón Negro de John Huston con la destacada actuación de Humphrey Bogart.
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Es una película de acción en la continua búsqueda del Halcón Negro que se supone sea un pájaro de oro incrustado con piedras preciosas. Al final lo encuentra Bogart y está por entregarlo a un coleccionista que daría cualquier cosa por poseerlo. El halcón está cubierto por una capa negra y este señor empieza a raspar la cubierta de esmalte para comprobar su autenticidad. «¡Es falso!» exclama luego porque debajo del esmalte no hay nada, ni oro ni joyas. El coleccionista seguirá buscando el halcón y se embarcará para Estambul. Entonces la película termina con una frase icónica de Humphrey Bogart: «This is the stuff dreams are made of”». Él le sugirió ese final a Huston y éste lo aceptó. Totalmente genial.
La frase en sí fue sacada de una comedia de Shakespeare, La Tempestad. Completa reza así: «Somos de la misma sustancia de los sueños y en un sueño termina nuestra breve vida».
Shakespeare nunca fue optimista. La verdadera Oposición tampoco.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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