El Salvador: la mentira deseada, por Miguel Blandino
Con el término «la mentira deseada», Humberto Eco se refería a lo que estaba ocurriendo en el seno de una creciente multitud a la que no le interesa saber la verdad, sino escuchar lo que sus oídos quieren oír, leer lo que a sus mentes les gustaría que fuera realidad y asistir a espacios en los que todos opinaran lo que ellos mismos creer. Se trata de una necesidad de reforzar las creencias personales por encima de cualquier evidencia en sentido contrario.
A los integrantes del culto se les puede mostrar pruebas, incluso llevarles a la estratosfera para verificar la redondez del planeta, y al aterrizar volverán con sus correligionarios para que les reafirmen su convicción de que la Tierra es plana.
Canten pues conmigo aquel viejo bolero: «Voy viviendo ya de tus mentiras / Sé que tu cariño no es sincero / Sé que mientes al besar y mientes al decir «te quiero» / Me resigno porque sé que pago mi maldad de ayer / Siempre fui llevado por la mala / Es por eso que te quiero tanto / Mas si das a mi vivir la dicha con tu amor fingido / Miénteme una eternidad que me hace tu maldad feliz.»
Con dos guitarras y un par de maracas los tríos o solistas cantaban antiguamente aquellos versos en las calles del centro de San Salvador, cuyas letras todos conocían de las lecturas del Cancionero Picot. Medio siglo antes de que el famoso semiólogo y filósofo italiano lo dejara por escrito, el conocimiento acerca de esa patológica realidad de la mentira deseada ya era popular a través. Claro que no es lo mismo que lo recite Lucho Gatica allá en Sudamérica en uno de sus boleros, a que lo escriba un intelectual académico en Europa.
¿Por qué nos gustan las mentiras?
La académica Carolina Escobar Sarti, en su artículo Miénteme más: marca de fábrica, reflexionaba hace algunos año en el periódico guatemalteco Prensa Libre: «¿acaso no aceptamos mentiras que vienen por igual de los amores, los gobernantes o de ciertos líderes religiosos porque nos hace su maldad feliz? ¿No hay en ello un persistente masoquismo»
Vamos a los datos, y es que hoy está de moda afirmar que «dato mata relato». La familia Bukele que gobierna en El Salvador ejecuta un gasto multimillonario –dentro de fronteras salvadoreñas y en el resto del mundo– para afrontar la realidad en el mundo virtual. Para ello tiene ejércitos de servidores –nunca mejor denominada– dedicados a multiplicar las versiones que hora tras hora redactan en un comando central de propaganda.
Este dato fue publicado en noviembre de 2022 por la Agencia Reuters de Gran Bretaña. La periodista Sarah Kinosian dio a conocer los resultados de una profunda y extensa investigación, según la cual centenares de personas trabajan en instalaciones del gobierno salvadoreño produciendo notas falsas para enaltecer al gobernante e insultar y atacar a sus críticos.
Por un sueldo mensual de seiscientos dólares, estos empleados dedican su jornada laboral a sumar seguidores ficticios del gobernante a través del elogio de sus políticas falsas y obras de ficción. La propaganda fluye las 24 horas del día, los 365 días del año. Pero estos empleados, además de mantener en funcionamiento la máquina de propaganda también realizan tareas como «reportar y presentar quejas contra las publicaciones de esos críticos con el propósito de que las plataformas cierren sus cuentas», según el informe de Reuters.
Muchas de esas tareas se realizan en oficinas gubernamentales y son supervisadas directamente por funcionarios del gobierno, entre ellos un ministro que no está relacionado ni con el equipo de comunicaciones ni de prensa de la casa presidencial, ni con los medios de comunicación del estado, según la investigadora. Asimismo, Kinosian dio a conocer que existen granjas de trolls cuya única función es crear millares de cuentas falsas de X para que apoyen a Bukele y su partido Nuevas Ideas.
El documento afirma que la estrategia de Nayib Bukele consiste en «inundar con propaganda, demonizar a las instituciones encargadas de desacreditar esa propaganda –la prensa libre y la sociedad civil-…», imponer la agenda, reprimir la disidencia y establecer una atmósfera de terror permanente.
Contagio inminente
Al conocer la publicación de la agencia británica, la administración estadounidense manifestó su preocupación por el peligro de contagio de estas estrategias y que estas fueran «utilizadas por otros actores en otras regiones». Eso es exactamente lo que ha ocurrido con Daniel Noboa en Ecuador y Javier Milei en Argentina, quienes han seguido palmo a palmo la misma ruta y guion.
El éxito se debe, en parte, a la utilización permanente de los más modernos recursos de comunicación que penetran profundamente y abarcan todos los espacios, entre ellos los analógicos. Otro elemento tiene que ver con la convicción de las personas de que es preferible repetir la propaganda oficial antes que exponerse a la represión brutal de los agentes del régimen que son absolutamente inescrupulosos y cuentan con la aquiescencia y respaldo presidencial, cuando no actúan directamente obedientes a sus órdenes expresas de asesinato y desaparición. Son esos los oprimidos por el terror estatal.
Y aunque muchos saben que en el reino de Bukele ni los aeropuertos, ni satélites, ni plantas nucleares, ni trenes bala prometidos son reales, muchos también saben que sus sueldos dependen de la persistencia del tirano en el poder. Son, en su mayoría, personas que escogen la fe a la moral convencidos de que creer en dios es suficiente para limpiar el alma.
Pero, también opera un mecanismo de patética defensa de la autoestima. A nadie le interesa asumir el error luego de haber defendido con fanatismo: «¡soy orgullosamente nayiliber!», menos si se trata de un orgulloso universitario. Y eso que la única universidad gubernamental agoniza estrangulada por las manos de Bukele. En marzo los administradores de la UES tuvieron que despedir sin aviso a todos los profesores auxiliares y ya no podrán pagarse ni los recibos de la luz, internet ni agua.
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Traigo a cuentas el calvario y la agonía de la Universidad de El Salvador porque fue allí donde Bukele hizo la única aparición pública como candidato presidencial en 2019, en la que presentó una inolvidable lista de ofrecimientos. Prometió incrementar el presupuesto a la UES hasta convertirla en la universidad con mayores recursos financieros de América Central. Nominalmente el presupuesto anual de la Universidad de El Salvador es de 130 millones de dólares, pero desde hace tres años apenas se le entrega alrededor de 70 millones. Eso representa 102 millones de dólares menos que lo que el gobierno de Daniel Ortega le da anualmente a la UNAN, es decir, menos de la mitad. Honduras presupuesta 560 millones cada año para su universidad y los ticos le destinan anualmente 18 veces más recursos.
Se supone que las universidades reúnen las mentes más potentes y los espíritus más críticos de una sociedad, pero desde la UES no se oye ni una crítica al régimen que asesina la educación, la ciencia, la técnica y la cultura. Como hace décadas, en las calles del centro de San Salvador, esta universidad va por la vida cantando «Miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz». Universidad infame.
*Texto publicado originalmente en El Independiente, El Salvador
Miguel Blandino es periodista y escritor salvadoreño.
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