El Salvador y la narrativa dictatorial de Bukele, por Luis Ernesto Aparicio M.
Este 04 de febrero, El Salvador tendrá una cita electoral con mucho de lo que en estos tiempos pareciera ser la nueva actitud política de algunos dirigentes: doblegar a la democracia, para que los pueblos solo vean en ellos la imagen del esperado “mesías” que les liberará de todos los males, arrasando con todo en su camino, no importa que sea la Constitución.
Para estás elecciones no habrá sorpresa y el astuto publicista y actual presidente, Nayib Bukele, tendrá su continuidad, sin saberse por cuantos años más. Sin un disparo, sin tanquetas tumbando puertas, eso sí, con violaciones a las leyes y mentiras, se abre paso para quedarse con el control total del país.
Este nuevo protagonista de la política barata sabe que su estilo es el que más atracción ejerce entre electores y otros aspirantes a gobernantes, más allá de la frontera salvadoreña.
Con solo su palabra, sin la menor contradicción, resistencia o contrapeso, ha convertido a El Salvador en un Estado policial y una sucursal de los negocios familiares. Allí donde los más pobres lucen todos como sospechosos, con un sistema económico ajustado solo para los que más tienen.
Muchas cosas -y menos derechos- parece que no existen para Bukele. Por ejemplo, al comienzo de su mandato, cuando la Asamblea Legislativa era de mayoría opositora, la lógica de la negociación era lo más viable para las mejores relaciones entre el poder ejecutivo y el legislativo.
Pero la apuesta de Bukele era, y sigue siendo, la confrontación. Al ver que ninguno de los diputados estaba dispuesto y que los sistemas de contrapeso de la democracia se ajustaban para que dicha solicitud se hiciera con el debido procedimiento, buscó el camino de los autócratas: declarar la guerra al cuerpo legislativo.
En ese entonces, como otro presidente que conocieron los venezolanos, Bukele presionaba a los diputados para que le aprobaran no un “millardito”, sino unos ciento nueve millones de dólares para su plan de seguridad.
Para lograr su objetivo, convocó a los diputados a una reunión en la sede legislativa. Sin embargo, no fueron solo los diputados los citados, también lo hizo con sus simpatizantes y así tomar las instalaciones. No conforme con ello, hizo uso de militares para que entraran al recinto legislativo y se ubicaran cerca de los curules que ocuparían los diputados.
La idea fue clara, presionar y dejar un mensaje muy al estilo de dictadores apoyados en las armas.
Ese día, no hubo discursos, mucho menos solicitudes justificadas de dinero, solo oraciones hacia un dios que le habla sobre su predestinación y el futuro de El Salvador. Un clásico comportamiento de un orador religioso que habla de miedos si no se cumple su palabra, que es la de un ser escogido por un poder superior.
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Fue uno de los tantos actos de este nuevo aprendiz dictatorial. Y digo tantos porque desde que impuso su candidatura para la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un pequeño pueblo cerca de la capital del país dejaba claro que nada ni nadie se interpondría en sus propósitos, más personales que colectivos.
Según testimonios de personas que estuvieron muy cerca de él, para Bukele nada puede contradecirle, ya que no admite ni una sola palabra o llamado de atención sobre cómo manejar algunos asuntos. Mucho más si se trata de los económicos.
Antes de respetar la Constitución de su país, Bukele ha preferido insistir con su candidatura -se dice que hay unos 6 artículos que le prohíbe hacerlo- para un segundo mandato por intermedio de una “espuria licencia” que le ha otorgado la actual Asamblea, sobre la cual ejerce todo el control.
Pero ese será, seguro, un asunto del que se encargará más adelante, con un artículo, muy al nuevo rigor dictatorial, que establezca la reelección indefinida o bien con una enmienda o algún llamado a un proceso constituyente.
El «señor de los sueños», como le llaman sus ciegos aduladores, seguro que resultará triunfador con una gran mayoría. Mayoría que ve lo que solo quiere ver y que está confundido por una eficiente narrativa del engaño y los efectos publicitarios que Nayib Bukele utiliza.
Al final de todo, la narrativa del «mesías» político, aunque efectiva en términos de popularidad momentánea, plantea riesgos significativos para la salud a largo plazo de la democracia salvadoreña. La consolidación del poder en manos de un solo individuo, sin el debido escrutinio y balance de poder, socava los pilares fundamentales de la gobernanza democrática.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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