El saqueo como realidad y representación, por Ibsen Martínez
Autor: Ibsen Martínez | @ibsenmartinez
Han vuelto los saqueos a Venezuela, pero no son, como quisieran muchos, anuncio de la revuelta social que derrocará a Maduro.
La razón es que esta vez son compras compulsivas inducidas por expropiatorias y repentinas ordenanzas de control de precios, hechas cumplir a mano armada por la dictadura. Experiencia controlada. Saqueos vigilados de la Guardia Bolivariana, ¿me explico?
Si admitimos lo que José Ignacio Cabrujas, gran satírico, dijo una vez de Venezuela —que era un botín—, los saqueos de días recientes no serían más que autos sacramentales, venial alegoría gritona del saqueo capital presidido, digamos, por Rafael Ramírez, el expresidente fugitivo de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), señalado de haber dirigido la sustracción de 11.000 millones de dólares en dineros públicos.
En cambio, los saqueos de febrero de 1989, los del llamado Caracazo, ¡ah!, ¡esos sí fueron saqueos dignos de Alarico y sus visigodos!
Con tragicómico tumbao caribeño y un saldo letal que oscila, según la fuente, entre 45 y 700 muertos en menos de tres días. Las decapitaciones y los cercenamientos fueron cosa frecuente en las primeras horas de aquella erupción.
Un rezagado llegaba a la carrera y buscaba entrar a la brava en el supermercado. Se fajaba a trompadas con la brigada de espontáneos controladores de tráfico que lo retenían en el umbral de la puerta de vidrio que entre todos acababan de violentar.
En eso, una estalactita de vidrio pretensado, hasta ese momento imperceptible y oscilante en lo más alto, se precipitaba sobre el infeliz que resistía a las trompadas del villanaje pescocero justo en el instante en que, por proteger la cara entre los brazos, bajaba la cabeza y ofrecía limpiamente su cogote al astillón.
Las heridas de bala comenzaron al final del segundo día, tan pronto fueron suspendidas por el Gobierno las garantías constitucionales y el toque de queda puso fin a los saqueos en masa.
Según el informe definitivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, proyectiles de fusil FN-FAL, calibre 7,62 mm., por aquella época reglamentario del ejército venezolano, causaron la muerte de más del 80% de las víctimas registradas durante la conmoción.
El toque de queda impidió la evacuación de los heridos hacia los hospitales. Inmovilizados por el incesante ametrallamiento, sus familiares sólo pudieron mirarlos desangrarse hasta morir. El estado de excepción que sitió las favelas alentó muchas ejecuciones extrajudiciales.
La fórmula “estallido social” brotó espontáneamente del almácigo de frases hechas regado por la desconcertada clase política. La televisión polinizó con ella el habla de todos. Significaba rabia, jacquerie, degollina, anuncio del juicio final.
¿Una locución frecuente en las tertulias políticas de la TV?: “Si no introducimos correctivos vendrá el estallido social”. Y en la barra de una tasca: “Chama, ¿y a ti dónde te agarró el estallido social?”
En la Avenida México saquearon una tienda de lujosos zapatos deportivos importados y sólo se llevaron zapatos para el pie derecho. El canal donde trabajaba yo por entonces envió un equipo de cámaras a constatarlo y resultó cierto. Todos los zapatos robados eran del pie derecho. A la compañía de seguros no le gustó esa ruptura de la simetría bilateral en los motivos del vándalo. A los políticos tampoco.
“¡Robaban whisky y no pan!”, exclamaban, indignados, suspicaces.
Según los políticos de aquel tiempo remoto, para calificar como pobre de toda pobreza había que preferir lo urgente, lo no transable, a la hora de saquear un supermercado. Los saqueos debían ser cosa instigada por Fidel Castro.
Me late que en esto de preferir whisky a una hogaza de pan el indomable espíritu de la Venezuela Saudita aún alienta en la Venezuela Vandálica.
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