El secuestro de una periodista y la violencia estatal, por Ariadna García

El secuestro que vivió la periodista Luisa Salomón, relatado el 23 de octubre en Prodavinci, me hizo reforzar una idea que lleva mucho tiempo en mi cabeza: la violencia estatal y la venia de la sociedad venezolana. Lo que he podido analizar en estos últimos años y, sobre todo, luego de hechos marcados por la violación a los derechos humanos, es que en algunos casos el derecho a la vida no está por encima de las situaciones, se cree que con la muerte de los delincuentes el problema está resuelto, o peor aún, ni se menciona.
Recuerdo que tras la muerte de Óscar Pérez y su grupo en El Junquito el 15 de enero de este año, el portal Contrapunto tituló algo así como “Después de todo no era tan difícil atrapar al piloto”. Los comentarios en las redes sociales por parte de colegas y otros profesionales, se apegaron a esa tendencia, sin que el derecho a la vida premiara por encima de las opiniones.
Semanas después del secuestro que sufrió la comunicadora, explica que no podía dormir hasta que ocurrió lo siguiente:
“¿Semanas después, un amigo expolicía me preguntó si me podía mostrar unas fotos. Habían hecho una Operación para la Liberación del Pueblo en El Delirio, en la que mataron a los integrantes de una banda. Vi una galería de rostros desfigurados y llenos de sangre. No reconocí a nadie hasta que llegué a la foto de un hombre negro, con rizos cortos que formaban una corona, con collares de santero en el cuello. Solo tenía el hueco de la bala en medio de la frente.
—¿Lo ajusticiaron?
—Agarraron a toda su banda. No te preocupes, ya no van a joder a más nadie.
Me sentí mal porque estaba aliviada. Esa noche fue la única que dormí completa en mucho tiempo.”
Es fácil deducir que quienes hayan leído el texto, sintieron total empatía con la muchacha. Nadie quiere vivir ese infierno, nadie quiere que algún familiar o amigo pase por algo similar. Que dado a la alta criminalidad en Venezuela, cada vez es más común haber sido víctima de algún tipo de delito. Sin embargo, quiero dedicar este análisis a los hombres que perdieron la vida en ese operativo en El Delirio ¿Quién sentirá rechazo por la muerte de estos sujetos? ¿Quién se indignará? ¿Quién rechazará la muerte como política de Estado?
Entre julio de 2015 y junio de 2017, unas 560 personas fueron asesinadas en Venezuela en el marco de la Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP), (un sistema conformado por varios cuerpos castrenses para presuntamente disminuir el delito), según datos del Observatorio Venezolano de Violencia.
El sociólogo Rafael Uzcátegui, explicó en entrevista para este artículo, que en Venezuela se han desdibujado los valores. “Ya no podemos discernir lo que está bien de lo que está mal. El Ejecutivo alienta a cometer delitos y esto es emulado por otros funcionarios públicos. En esta circunstancia el gobierno nos ha presionado a todos a cometer delitos y a alejarnos de las leyes para sobrevivir en una situación de crisis permanente. Por ejemplo, se ha normalizado el bachaqueo, cuando nos vemos obligados a comprar medicinas afuera de los hospitales, a pesar de que sabemos que estos pudieron haber sido robados. Nos están llevando a conductas al margen de la ley”.
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A juicio del también coordinador general de Provea, “se ha deshumanizado al adversario, se ha hecho un culto a la violencia. Hay un discurso de odio y retaliación” que, “lleva a pensar que los delitos continuarán en aumento. Ellos son una consecuencia del tipo de cultura social y política que tenemos en el país”.
Según el sociólogo, los mecanismos de supervivencia que encuentran los sectores más vulnerables es acceder a ese tipo de prácticas delictivas. “Hay personas que responden a ese llamado porque no tienen oportunidades para resolver su situación de otra manera”, agrega Uzcátegui.
Por otra parte, señala que para el ciudadano común la situación de los centros penitenciarios le es ajena. Siente que no es su problema, que no le importa el hacinamiento de los presos y son estos centros penitenciarios “los que se han convertido en la gran universidad del delito en Venezuela”. “La persona no sale rehabilitada”, advierte el experto, quien además, subraya que mientras las cárceles se mantengan como hasta ahora “la situación de violencia se va a recrudecer”.
Cuando vemos un niño en la calle sentimos ternura, pesar, a veces hasta le compramos algo de comer. Otros encuentros más tenaces nos provocan querer adoptarlos. Cada día son más los menores de edad que viven en las calles. Arrojados a su suerte por la crisis, la falta de comida en el hogar, la incapacidad del padre o de la madre para lidiar con ellos. Cuando son pequeños sentimos empatía, el miedo se disipa; pero ¿qué creen que pasa con ellos cuando se vuelven hombres y mujeres? Con esos niños que hoy crecen en los puentes, en los autobuses. Alimentándose de las sobras en los mercados ¿Qué pasará si esta crisis se perpetúa como hasta ahora, si la falta de oportunidades y la pobreza siguen galopantes? Cuando son hombres los olvidamos, no pensamos en sus derechos, en sus vidas, en lo que vino mucho antes de que sus vidas terminaran en una OLP. Alguna vez probablemente fueron esos niños que quisimos ayudar.
Es urgente revisar nuestros valores y sobreponernos a la barbarie, es urgente condenarla y procurar que esos niños y esas niñas sí hallen un futuro, uno que no son las armas, la violencia, ni la pobreza
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