El sirigüi y el chivirico, por Tulio Ramírez
No voy a arrancar diciendo que estuve a la expectativa de los fulanos entrenamientos militares. Por esos días preferí estar pendiente de la llegada del técnico para reparar el cable. Tenía varios días sin el servicio y además con la firme voluntad de no sintonizar TVS, VTV, FNB, ni ninguno de esos canales gobierneros que pueden verse fuera del cable. Antes que hacer eso, les juro que optaría por invertir mi tiempo en investigar donde están publicadas las Obras Completas del llamado Poeta de la Revolución.
Tengo un colega dojo, dojito, que me echó en cara lo egoísta que soy por estar más pendiente del cable que de la defensa del país. Para quitármelo de encima. sin romper la amistad de tantos años, le señale que, entre Cable y Defensa de la Revolución, no hay contradicción. Mientras estemos pegados a la TV, al Internet, al WhatsApp, al Instagram, al Neflix, al Twitter y a las cartas del Tarot, no habrá contrarrevolución. Esta necesita más calle, y menos sofá. Al parecer le agradó mi respuesta porque no me fastidió más.
Pero no crean que estaba relajado con mi problema. Se imaginarán la alteración de las fibras nerviosas del bolsillo cuando me enteré que el servicio técnico ya no lo presta la empresa en la que estoy suscrito. Ahora el cliente debe contratar de manera particular a algún “agente autorizado”. La espera del tanganazo en dólares por una avería que quien sabe si es una tontería o muy complicada, genera un estado de angustia solo comparable con la que se siente cuando se está a la espera de la cuenta de la clínica, una vez agotado el mísero seguro.
Finalmente llegó el técnico después de varios embarques. La revisión duró solo 10 minutos. “Maestro, esto está muy complicado y los repuestos no se consiguen. El “sirigüi”, que es la pieza que se dañó, ya no lo mandan al país por el bloqueo. Yo sé lo que es quedarse sin cable mi amigo, pero le vamos a sacar del apuro. Yo tengo un “sirigüi” mío de mi propiedad personal. Si quiere, me da 50 lechugas y yo mismo se lo monto de gratis y digo en la empresa que no era nada y solo paga la visita que son 10 verdes”. Sigue el técnico, “le recomiendo que gaste los 60 porque si no se quedara sin cable quien sabe hasta cuándo y calarse El Mazo Dando es una tortura virus”.
Pero esto no es todo. Le digo que es un poco caro y que buscaré una segunda opinión. El chamo con una mirada de esas que te escrutan como un rolitronco de bolsa que no sabe nada de la vida, me advierte, “mire maestro, haga lo que usted quiera, pero seguro otro le dirá que además del “sirigüi” es el “chivirico”, y le va a quitar una bola. Mire que los pillos no solo están en el gobierno. Quédese conmigo que va en caballo blanco”.
Quedamos en que lo llamaría cuando me decidiera. El joven me cayó bien. Sin embargo, siempre persiste la duda sobre la veracidad de su diagnóstico. Tengo la misma sensación que tuve cuando me hicieron el presupuesto del microondas (cada vez que lo llevo a reparar, está malo el megatrón, la pieza más cara), o cuando revisaron la nevera y era “el cigüeñal de la hielera” (¿¿??), o cuando la aspiradora se averió y era “el colimodio del rotor” (¿¿??). Mientras reflexiono sobre mi suerte como consumidor, echo un vistazo a las redes sociales.
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Llegan imágenes de los entrenamientos militares. En una está la gorda Gladys tratando de pasar por el centro de un caucho de camión, haciendo esfuerzos para no llevárselo colgado en la cintura como un koala. En otra imagen hay una formación de hombres vestidos como si van a un partido de bolas criollas, tratando de acomodarse el fusil terciándolo por el pecho. Después de advertido el error, se lo colocan en el cuello como un gancho de ropa, pero con el gancho hacia abajo. En otro, vi a unos señores con unas escopetas viejas, arrodillados en un puente en actitud defensiva, esto contrastaba con las mujeres con niños en brazos, hombres hablando por el celular y heladeros atendiendo unos noviecitos, deambulando tranquilamente entre los aguerridos combatientes. En el siguiente, 3 gordos y conocidos políticos rojos, disfrazados de militar, saltando sobre una hilera de 5 cauchos, llegando a la meta con el sudor y el jadeo de haber saltado 600.
Qué dilema, si no me agarra el chingo me agarra el sin nariz. Si no reparo, debo seguir pagando a la empresa un servicio que no disfrutaré, si me quedo solo con las redes tendré que ver espectáculos bochornosos como el arriba señalado, si reparo con el chamo, me despescuezará los poquitos verdes que están debajo del colchón y si llamo a otro técnico podría salir trasquilado al cuadrado. El que necesita un escudo protector soy yo.