El sueño de Creonte, por Robert Andrés Gómez
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Never Grow Old (Tierra de violencia, 2019) de Ivan Kavanagh, se ubica en las antípodas de First Cow (2019) de Kelly Reichardt. Y, sin embargo, comparten género (wéstern) y universo temático: el viaje, el nuevo comienzo, la prosperidad laboral y las amistades inesperadas. Pero hasta allí los espacios compartidos.
Allí donde Reichardt elabora un filme entrañable, con todo el drama que aquella relación entre dos hombres de distinta procedencia pero con un sueño y deseo común; Kavanagh avanza en otra dirección.
Never Grow Old se tiñe de negro absoluto para elaborar un relato sobre la muerte. Bastante más cerca de La bruja de Robert Egger; el filme del realizador irlandés roza lo diabólico tras la llegada de aquel perturbador extraño, interpretado por John Cusack. Un ángel de la muerte que consigue entablar una áspera relación con el enterrador de un pueblo miserable y lóbrego en el Medio Oeste norteamericano.
Interpretado por Hirsch, un extranjero en pos del sueño americano, un outsider convertido a una nueva fe, acepta la prosperidad que le aportan las muertes que el otro deja cada día.
En aquel frío, oscuro y húmedo páramo, la violencia y el miedo crecen a la sombra del temor de Dios y también a su ausencia. Cusack es la muerte personificada y Hirsch su Creonte.
Si Reichardt apela al contexto económico para trazar las fisuras del “sueño americano”, aun antes de que este se instaure en el relato fundacional de Estados Unidos; Kavanagh apela al relato político, al totalitarismo más primitivo y al ejercicio de la violencia y el miedo como mecanismo de control.
Aunque se trata de un pequeño pueblo de barracas, donde la luz del sol casi nunca llega a despuntar, aquel lugar lóbrego es al que un grupo de nómadas y errantes ha elegido para detenerse y llamarle hogar.
El Dutch Albert de Cusack interrumpe aquella posibilidad, la posibilidad de un primitivo sueño, para apoderarse de lo poco que existe: el bar, la iglesia, las calles enlodadas, las mujeres. Solo le basta el uso de la fuerza, la corrupción de la identidad conseguida para crear una tierra de nadie donde lo único que se multiplica, además de la suerte de Albert, es el número de tumbas en el cementerio.
Kavanagh apuesta por el wéstern y lo eleva en aquel complejo retrato del miedo. Por ende, asume el viaje homérico como disparador de este viaje trágico destinado a la condena, a la tragedia que se gesta socavando los valores éticos y de la ya inaceptable posibilidad de conquistar la tierra prometida.
Cusack, casi irreconocible, saca su lado más oscuro y perturbador.
Tras unos años en la segunda línea, Hirsch comienza a recuperar el lugar que no ha debido perder. La cinematografía es de Piers McGrail. La música de Aza Hand y Will Stanley.
Robert Andrés Gómez es Periodista y crítico de cine. Guionista.
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