El Teodoro que yo conocí, por Alberto Lovera
Yo leí y supe de Teodoro antes de conocerlo personalmente muchos años después. Me identifiqué con su crítica al socialismo soviético en su libro emblemático sobre el asunto. Para muchos de nosotros ubicados en la acera izquierda de la política (en mi caso en ese entonces en la Izquierda Cristiana), la Primavera de Praga era una esperanza de conjugar justicia y libertad, que los tanques soviéticos aplastaron.
Cuando Fidel apoyó esta monstruosidad entendí que ese no era modelo de sociedad que aspiraba, sin por ello dejar de aspirar a una sociedad de hombres libres. Como el propio Teodoro había mostrado qué clase de esquizofrenia política puede conducir a condenar la invasión norteamericana a República Dominicana y no hacer lo propio con otra acción imperial en Checoeslovaquia. Parece que esta enfermedad persiste cuando una buena parte de la izquierda internacional se desentiende de la represión, la tortura y la violación de las libertades democráticas en Venezuela, mientras la condena en otras latitudes, siendo que en uno y otro caso son igualmente condenables.
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Fui parte, animados por Teodoro, en un esfuerzo por la batalla de las ideas, cuando creamos la revista El Ojo del Huracán en 1987, primero como parte de su consejo de redacción y a partir de algún momento como su Sub-Director. Era el empeño de rescatar el debate plural para pensar nuevas ópticas del pensamiento progresista.
Era el Teodoro, que luego pudimos conocer desde más cerca, empeñado siempre en identificar nuevas rutas para mejorar la situación de la gente aún en los momentos más adversos, sin declararse derrotados, según la fórmula de Gramsci, que ya desde entonces postulaba: acompañar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad
TalCual como periódico fue el resultado de darse cuenta que tras su breve pasantía por El Mundo, donde se estrenó como director de un medio de comunicación hasta que el régimen no lo soportó, que la batalla de la opinión pública era clave para enfrentar a una autocracia entonces en ciernes. Y lo hizo con una óptica: no en nombre de la restauración sino del cambio, no desde posiciones restauradoras sino transformadoras. Ese ha sido la fortaleza de este medio y de la orientación que siempre Teodoro le imprimió: queremos un mejor país, más justo, más equitativo, pero sin perder lo que hemos conquistado tras muchas décadas de luchas democráticas.
Desde que Teodoro me invitó desde el número cero de TalCual a ser parte de su sección de opinión, oficio que no he dejado de hacer desde entonces ininterrumpidamente, lo asumo inspirado en él, que fue capaz de percatarse de la estafa que suponía la promesa comunista, que en nombre la libertad edificó un despotismo, pero que además, fue un faro de nuevas ideas: no sólo se adelantó al eurocomunismo y a la perestroika, sino que nos alertó sobre las virtudes de la economía mixta, en contra del estatismo y el fundamentalismo del mercado, fue quien introdujo en la agenda política los temas de la reforma del estado y la descentralización, y posteriormente mostró que ante la deriva autoritaria hay que labrar pacientemente una opción democrática, constitucional y electoral para derrotarla, sin retaliación ni restauración, donde quepamos todos.