El todo o nada de Bolsonaro para seguir en la presidencia, por Fabricio Pereira da Silva
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Todo indica que Jair Bolsonaro será derrotado en las elecciones presidenciales brasileñas de 2022. Sólo queda saber si en la primera o en la segunda vuelta. El presidente, sin embargo, apuesta por intentos desesperados de revertir este panorama. Ya sea a través del gasto social extraordinario o de los intentos de reducir los precios de los combustibles, ejecutados sólo en los dos últimos meses antes de las elecciones. Sin embargo, todos estos intentos indican que ni siquiera se acercarán a revertir este escenario; después de todo, Lula es el gran favorito.
Si no tiene éxito en sus intentos con la ayuda de la maquinaria pública, lo que le quedará será un intento de golpe de Estado que se viene gestando desde su primera elección como presidente. Queda por ver, pues, cuál será la reacción de los brasileños democráticos, más allá de las «cartas en defensa de la democracia» y de decir que «esta vez, el presidente superó todos los límites«. Y cómo combatir el bolsonarismo más allá de Bolsonaro.
La derrota de Bolsonaro será un fenómeno. Será el primer presidente que no sea elegido para un segundo mandato desde que existe esta posibilidad en 1998. Y su derrota se producirá en un contexto de desmantelamiento de las instituciones democráticas, profundizado por él desde su elección en 2018, instituciones que ya venían siendo atacadas desde el cuestionamiento del resultado electoral y el auge de la Operación Lava Jato en 2014.
Esto se explica por el completo desastre de su gobierno, seguramente el peor de la historia de Brasil. En pocas palabras: aumento de la pobreza, la miseria, el hambre y el desempleo; aumento de la inflación y de los problemas económicos; ataques a las minorías, a los intelectuales, a los artistas, a los activistas sociales; reducción drástica del gasto en educación y de las inversiones sociales en general; desmantelamiento de la red de protección del medio ambiente y aumento de la devastación y persecución de los pueblos indígenas; los ataques a los derechos reproductivos de las mujeres; los discursos de odio diarios, la facilitación del armamento de sus partidarios y el apoyo a las matanzas llevadas a cabo por la policía; por último, la desastrosa gestión de la pandemia y la responsabilidad directa de más de 600.000 muertes a causa de la Covid-19, lo que, según diversas entidades, permite calificarlo de genocida.
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El gobierno, al parecer, sólo ha sido un éxito para el núcleo duro que sigue apoyando su reelección: los sectores represivos, los generales en pijama y los miles de militares empleados en el gobierno, los grupos de milicianos, el agronegocio más devastador, los clubes de armas y los sectores más fascistas y reaccionarios de la sociedad brasileña. Como se ve, ya no hay excusas para apoyar a Bolsonaro: quienes lo apoyan tienen que asumir su autoritarismo y su apoyo a la violencia.
La desesperación llama a la puerta
Con todo esto, queda un posible golpe. Si se produce, será un golpe de otra naturaleza, que Bolsonaro ya intentó sin éxito en septiembre de 2021, cuando profirió ataques directos a la democracia y dijo que sólo dejaría el cargo «preso o muerto». Intentará una vez más, primero, generar violencia y agitación para posponer las elecciones. Derrotado, alegará fraude: ya ha declarado abierta e insistentemente que el sistema electoral no es fiable, incluso ante una audiencia de embajadores extranjeros.
Sin conseguir producir una exitosa «invasión del Capitolio» como fue la del presidente de EEUU, Donald Trump, en 2021, aún tendrá sus últimas cartas. Él, los generales de pijama y el llamado «Centrão» han tomado como rehenes a las instituciones, y seguirán intentando salidas golpistas a través del Congreso.
Entre las cartas sobre la mesa: alguna amnistía general para evitar el encarcelamiento de Bolsonaro y su familia en 2023; la creación de un mandato de senador vitalicio para los expresidentes, que garantice la inmunidad parlamentaria de Bolsonaro; finalmente, el semiparlamentarismo o el aumento del control del presupuesto por parte del Congreso («presupuesto impositivo»), para bloquear el gobierno de Lula.
Por supuesto, aún queda la improbable posibilidad de que se anule la candidatura de Bolsonaro, por sus ataques diarios a la democracia, por poner en duda el proceso electoral, y el abuso de poder, así como por su uso del Estado brasileño para realizar una campaña electoral meses antes de las elecciones, lo cual está prohibido para todos los demás candidatos. Correspondería al Tribunal Superior Electoral (diariamente atacado por Bolsonaro) reaccionar finalmente. Y todo indica que Bolsonaro prefiere que se anule su candidatura a perder las elecciones.
Las interminables notas de repudio
Ante toda esta inestabilidad y violencia prevista para los próximos meses, ya es hora de que todos los demócratas se movilicen eficazmente. Ya es hora de dejar de hacer solamente peticiones, notas de repudio, manifiestos y solicitudes de impugnación. Ya hemos firmado docenas de ellos. A los demócratas les corresponde ahora el valor y la atención diaria, la movilización permanente en defensa de lo que queda de las instituciones democráticas.
Además, debemos volver a proyectar un futuro para Brasil. Este período de oscuridad no durará para siempre, y la unión de todos los brasileños razonables será necesaria en este momento de transición. La crisis de la democracia brasileña no terminará con la derrota electoral de Bolsonaro, que es nuestra tarea inmediata. El bolsonarismo seguirá vivo en la sociedad y en las instituciones, al igual que los diversos factores que lo originaron.
La tarea a largo plazo será reconstruir el país y generar democráticamente un proyecto innovador y generoso para el futuro de Brasil. Menos armas y más escuelas y libros será un hermoso lema para esto, entre muchos otros.
Fabricio Pereira da Silva es profesor de Ciencia Política de la Univ. Fed. del Estado de Rio de Janeiro (UNIRIO). Vicedirector de Wirapuru, Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas. Postdoctorado en el Inst. de Est. Avanzados de la Univ. de Santiago de Chile.
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