El trabajo comunitario va de puerta de puerta en La Silsa
La solidaridad une a las personas. Un grupo de mujeres de La Silsa recorre distintos lugares de su comunidad para conocer la dimensión de las necesidades y carencias de quienes lo habitan y así brindarles apoyo que permita disipar, de algún modo, las dificultades de toda índole que enfrenta este sector de la población
Fotos: Luna Perdomo
Bajando escaleras, saltando charcos y cruzando puentes improvisados hechos con viejas y delgadas láminas de hierro, hasta llegar a diversas zonas marginadas de La Silsa, en Catia, pasa varios días a la semana Yamileth García, una luchadora social que va de puerta en puerta, junto a un grupo de mujeres del sector, que hacen trabajo comunitario en lugares donde la precariedad se agudiza con cada escalón descendido.
Su sensibilidad y vocación para ayudar a otros surgió tras verse cara a cara con la miseria, dormir bajo unas escaleras y sobrevivir gracias a su ímpetu y a la solidaridad de quienes la socorrieron en ese momento, cuando estaba sola y a punto de dar a luz.
«Cuando salí embarazada tuve que abandonar mi hogar, fui a dar a la calle y allí pasé mucha necesidad. La gente me daba comida porque me tenían lástima», relata Yamileth. Añade que en esa época iba de casa en casa pidiendo que le dieran «aunque sea un día de trabajo», para poder mantener a su hijo y buscar donde tenerlo.
En 1997, su suerte cambió y con ella la de varias familias que participaban en diversas jornadas organizadas desde su trabajo en Proal, un programa social de alimentación de la época, y así beneficiar a las familias más vulnerables del sector, previamente identificadas por Yamileth en sus caminatas por el barrio. Desde entonces, ha sido el puente conector entre las donaciones, jornadas y todo tipo de ayuda para las personas en La Silsa que más lo necesitan.
«Repartíamos bolsas con comida, celebramos Navidad con juguetes para un centenar de niños, rifas para el Día de la Madre, hasta que en el 2012 eso se acabó», señala Yamileth.
Detalla que durante ese período en el que no hubo jornadas ni apoyo externo, continuó el trabajo por su cuenta, junto a varias mujeres que se unieron a la causa. Todas entregaban donaciones de ropa usada, pedían colaboración casa por casa para hacer sopa y brindar un plato de comida.
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Un nuevo comienzo
En diciembre de 2019, tras conocer a Andrew Quintero, director de Encuentro de Comunidades, una plataforma de ayuda social, las jornadas con apoyo externo se reanudaron. «Hemos entregado combos nutritivos que traen avena, jugos, galletas y barras nutritivas, sopas instantáneas; también repartimos kits antibacteriales, juguetes, entre otras ayudas», destaca Yamileth. Agrega que, junto a Quintero, han recorrido los sectores más necesitados para ubicar los casos más extremos y tenerlos como prioridad en futuras jornadas.
«La idea es que la gente no pase tanto trabajo como el que pasé cuando estuve en la calle y si Dios nos da la oportunidad de ayudar hay que hacerlo porque, además, es más satisfactorio dar que recibir», aseguró.
Yamileth García, luchadora social de La Silsa: «El gobierno no se aboca a buscar lo que se necesita, como enviar a un grupo de personas que se meta al barrio, verifique las necesidades de la gente y así decidan ayudarlos; porque no es solo cuando van a buscar votos y ya. Se olvidan de la gente después que ganan».
Encuentro de comunidadesAndrew Quintero es el fundador de Encuentro de Comunidades, una plataforma que agrupa a organizaciones, fundaciones y empresas privadas dispuestas a brindar apoyo a proyectos sociales en más de 20 comunidades de distintas parroquias del municipio Libertador de Caracas, principalmente en Catia, en sectores como Propatria, Ruperto Lugo, Alta Vista, Cúpira y La Silsa. «La organización es la clave del éxito y queremos seguir creciendo en Caracas y más allá», señala Quintero. Resalta que desde la plataforma «estamos abiertos a trabajar con cualquier organización, sin competir con nadie, respetando las posiciones ideológicas y con clara visión de la misión asumida». Belkis Bernaez, es madre de cinco niños y vive junto a otras nueve personas (cinco niños y cuatro adultos) en una casa diminuta con piso de tierra, hecha en su mayoría con láminas de aluminio y fórmica, ubicada en un sector remoto y precario de La Silsa. «Aquí vivo con mi hermana, sus hijos, mi papá, mi esposo y mi cuñado. Cuatro de los 10 niños están desnutridos», relata Belkis y destaca que, aunque reciben dos bolsas del CLAP cada mes, solo les dura una semana. La esperanza e ilusión de Belkis es «que el gobierno les dé los materiales para construir una casa digna para ella y su familia». |