El triunfo de las sombras, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
“Esta casa que vence las sombras
con sus luces de fiel claridad,
hoy se pone su traje de moza,
y se adorna con brisas del mar”
Luis Pastori y Tomas Alfaro Calatrava.
Himno de la Universidad Central de Venezuela (1946)
Las imágenes recientes de miembros del alto régimen recorriendo a sus anchas los predios de la Ciudad Universitaria no deja dudas acerca de hasta qué punto el chavismo ha sido exitoso en su estrategia de control de la última institución venezolana que junto a la Iglesia Católica se le resistió siempre: me refiero a la universidad venezolana, más específicamente a mi Alma Mater, la UCV. Veinte años le tomó hacerlo.
Al principio contó con la anuencia cainina de mucho académico menor infantilmente entusiasmado con la idea de la materialización de la “revolución teórica” soñada, entre otros, por la “joyita” de Louis Althusser. “¡Ahora sí!, exclamó más de uno, mientras cambiaba sin soltar una lágrima la emblemática boina azul de los mártires del 28 por la “roja-rojita” del MVR, antecesor del actual PSUV. Con los “crespos hechos” se habría de quedar la mayor parte, a la espera de ese nombramiento al frente de un ministerio o embajada que nunca llegó.
Fue el 3 de agosto de 1999. Las puertas del Aula Magna abrieron de par en par a una asamblea constituyente cuyos sesudos padres proporcionarían el tinglado jurídico que necesitaba el basilisco que habría de acabar con Venezuela entera dos décadas después.
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Allí están, en esos 350 artículos, las claves de nuestra actual tragedia. Pero poco podía durar la “honey moon”. Porque en Venezuela nada más patético que una universidad gobiernera, como aquella de 1912, en tiempos de Gómez, con Felipe Guevara Rojas – destacado médico de formación francesa, por cierto– como rector. Y es que hasta el más grande de los talentos se corroe cuando es tocado por la obsecuencia y el servilismo. De allí que la universidad venezolana le plantara bien temprano cara al chavismo sin que sus monaguillos internos pudieran hacer nada para remediarlo.
Sin representación relevante en el claustro y en las asambleas de Facultad, en la representación estudiantil y en los órganos de cogobierno, el chavismo optó por la única vía que le quedó: la de la intervención “quirúrgicamente” programada, la del allanamiento “a cuenta gotas”.
No conozco hoy a ningún universitario de prestigio que se haya mantenido adherido a las banderas del chavismo. Porque el chavismo es obediencia ciega y acrítica y la academia todo lo contrario: es persuasión y debate. A contrapelo de la tan iberoamericana tradición de la universidad de izquierdas, el chavismo jamás contó con referencias intelectuales serias en su seno que le suscribieran. De allí entonces su apelación temprana al planazo, a las bombas de gas tóxico y al fuego a discreción para imponérseles a los universitarios en la calle. ¡Al carajo las tesis de Córdoba! ¡Me saben a mierda Silvio Rodríguez, su “Canción del Elegido” y la memoria del mismísimo Abel Santamaría: en la puerta Tamanaco, plomo y más nada!
Pero hay que decir que remataron su misión interventora bastante bien, con arreglo a una muy bien pensada técnica. Progresivamente fueron diezmando a su profesorado a fuerza de salarios de hambre: el de un profesor titular con grado de doctor y a dedicación exclusiva apenas si sobrepasa hoy los 10 dólares mensuales. Uno a uno se fueron marchando.
Entre 2017 y 2018, bastante antes de la pandemia, el 40 % de los profesores de la Facultad de Medicina abandonó la Universidad. Tras ellos se marcharon numerosos estudiantes, tesistas, pasantes y personal técnico cualificado. No les quedó otra: era eso o el hambre.
Hasta sus columnas físicas comenzaron a ceder, imposibilitado el gobierno universitario de proveer el mínimo de mantenimiento que requerían tras años de presupuestos deficitarios acumulados. Dos décadas más tarde, llegado el momento, los mismos responsables de su implacable declinación se aparecieron con andamios, enormes batidoras de cemento y una multitud de operarios frisando paredes, podando jardines y apuntalando edificios en medio de cánticos de paz y muchos, muchos flashes de fotografías que las redes sociales del gobierno se encargarían de “viralizar”.
Supongo que lo que sigue es que vengan por los que aquí quedamos. Ya no valdrá de nada exigir a todo pulmón que el Consejo Universitario, los decanos o la Asociación de Profesores salgan a defendernos. Porque la resistencia a la intervención tendrá que ejercerla ahora cada profesor desde su cubículo en la escuela o instituto de adscripción.
Así fue en la España de la inmediata postguerra, cuando a cada uno le llegó un día un militante de Falange con el oficio en mano: o firmaba su adhesión irrestricta a los principios del Movimiento Nacional –el partido de Franco– o hasta allí llegaba su carrera académica. Grandes figuras de la Medicina española de entonces, como Carlos Jiménez Díaz, no “aguantaron dos pedidas” y bien pronto estamparon sus firmas. Hasta el gran Unamuno “dio la patica”. Pero muchos más serían expulsados de sus cátedras por negarse rotundamente a ello, algunos de los cuales hasta nuestras playas vendrían a recalar para reconstruir sus carreras y legar desde aquí lo mejor de sus obras.
A mí no me queda sino prepararme para ese día. Se la pongo fácil a los “muchachos del mandado” del régimen: primer piso, Facultad de Odontología, a mano derecha saliendo del ascensor. O en el tercer piso del Hospital Universitario, donde podrán abordarme si están dispuestos a seguirle el paso a la revista médica por las salas de los servicios 1, 2 o 3. Pueden encontrarme también bajo la sombra del gran mango que adorna la entrada del Centro de Estudios de Postgrado, por allá por los lados de la querida Escuela de Estudios Políticos y Administrativos, en cuyos seminarios doctorales imparto docencia.
Para que no se esfuercen mucho los sigüices rojos y me encuentren rápido; para decirles que no reconozco ni reconoceré jamás a autoridad universitaria alguna que no surja del voto de las asambleas y del claustro convocados en el marco de los reglamentos que la misma universidad autónomamente se ha dado. Que no contaré mi voto como profesor de escalafón junto al del amable señor que cuida la puerta de mi Facultad porque yo, a diferencia de él, gané el derecho a ejercerlo tras haber enfrentado a jurados examinadores en tres facultades de esta Universidad conforme a la normativa que las rige.
Y que no atiendo a la voz de “protectores” que en el fondo no ocultan su desprecio por lo que somos y mucho menos de ministruelas cuyo breve paso por estas mismas aulas se saldó con su vergonzosa destitución ¡publicada en cartelera!
No hay lugar donde esconderse ya en Venezuela. Se los digo también a mis estudiantes, a quienes con frecuencia veo más ansiosos por el “aprobado” que por lo que enseñamos y lo que aprenden. La confrontación será personal, uno a uno, sin cuartel y sin tregua. En mi cubículo les espero. Para ver si es verdad que logran el ansiado cometido de imponer las sombras en esta, la casa que se llamó un día a vencerlas.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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