El uniforme como soporte de la autocracia, por Luis Ernesto Aparicio M.

Partiendo del principio de que ya no es posible considerar una mera coincidencia que las autocracias que se erigen hoy en nuestro mundo terminan asociándose con los elementos que mantienen el monopolio y control de las armas, diseñadas originalmente para salvaguardar la vida y la integridad de los países, en esta oportunidad es necesario detenernos en el rol de lo militar y la conveniente asociación con el autoritarismo.
Como es consuetudinario en mis artículos vuelvo a partir del ejemplo más relevante, y es que uno de los mandatarios, salido del mundo militar, que no llegó al poder justo por la acción de las armas —aunque lo intentara en una ocasión— sino por el beneficio del noble sistema democrático liberal, y que terminó rendido a su esencia como militar, cosa que le resultó extraordinariamente fácil, fue Hugo Chávez. Su delirio por hacer del control de todo un asunto castrense lo condujo a poner a la Fuerza Armada venezolana en el centro del aparato estatal.
Con Chávez se inauguró esa sensación de que los militares eran los indicados para manejar incluso instituciones civiles, sobre todo aquellas llamadas a servir de soporte social. El caso más emblemático fue el Plan Bolívar 2000, una estructura que degeneró en la maquinaria más corrupta que se haya creado a costa de verdaderas políticas públicas.
Con el salto de ese proyecto, las Fuerzas Armadas comenzaron a hacerse omnipotentes y omnipresentes. Y es que de la venta de un tomate al procesamiento de lácteos, del control petrolero a los trámites de identidad, los militares habían salido de su rol para ejercer lo que correspondía al civil.
En este punto resulta inevitable acudir al análisis de Michael Penfold, quien ha documentado cómo la institución militar venezolana dejó de ser un cuerpo de defensa para transformarse en un actor económico y político con intereses propios: «Las Fuerzas Armadas en Venezuela históricamente han sido un actor muy importante. Ningún cambio político ha ocurrido sin su consentimiento… controlan sectores petroleros y mineros, así como importación y exportación. No son solo un ejército; es un actor corporativo.» Esa metamorfosis, que las convirtió en gobernantes y empresarios, explica por qué no solo son guardianes del poder autoritario, sino también beneficiarios directos de él.
Incluso en escenarios de transición en Venezuela, como advierte el propio Penfold, cualquier democratización realista deberá reconocer ese carácter corporativo: «El único camino hacia la democratización que podría persuadir a los militares es aquel que preserve sus intereses organizacionales legítimos, mientras fuerza su retiro de las empresas ilegítimas.» De lo contrario, las autocracias seguirán encontrando en ellos a su socio más sólido.
Al alejarnos un poco del ejemplo venezolano, vemos que la creciente participación de las Fuerzas Armadas en la vida cotidiana en varios países demuestra que la asociación entre autocracia y uniformes no es un accidente, sino una fórmula recurrente. Bajo la promesa de orden y seguridad, lo militar coloniza lo civil, debilitando la democracia desde adentro.
Los autócratas han encontrado en la fuerza militar un instrumento eficaz para consolidar el miedo y garantizar obediencia. Allí donde antes los ciudadanos podían expresar su disentimiento sin temor, lo militar se convierte en garante de la vigilancia, la persecución y la represión. Esta asociación es particularmente peligrosa en sociedades que crecieron bajo sistemas democráticos liberales, porque la normalización de ese control representa un retroceso profundo: se sustituye el derecho a cuestionar al poder por la obligación de callar frente a él.
En estos momentos son muchos los ciudadanos que reclaman control y fuerza como respuesta a la inseguridad y al caos que se va produciendo por algunas ineficiencias gubernamentales. Sin embargo, estos no perciben que la relación: militarismo y autocracia, es profundamente peligrosa para las libertades.
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Como en Venezuela, lo que se presenta como una solución puede convertirse en un problema mayor: una deriva autoritaria que, cuando se despierte de la ilusión de la «eficacia militar», quizá sea demasiado tarde para detener.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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