El valor de los que se quedaron, por Rafael Uzcátegui
Twitter: @fanzinero
La temperatura de la actual confrontación nos hace olvidar, con facilidad pasmosa, el valor de las personas que han decidido quedarse en Venezuela y seguir luchando por un cambio en el estado de cosas. Ha sido precisamente la socialización de la desconfianza la principal estrategia del lado oscuro para agotar y fragmentar a sus críticos.
Luego de 20 años de diatriba sociopolítica en Venezuela, cuando se han profundizado y ampliado todos los problemas, es evidente la existencia de un desgaste de los diferentes sectores que conforman el campo democrático del país. Al atrincherarse en sus posiciones y cohesionarse frente un enemigo común, el chavismo tenía en el cansancio y la división de sus adversarios su principal oportunidad para mantenerse indefinidamente en el poder.
Partamos de dos premisas. Los venezolanos nos hemos enfrentado, en las últimas dos décadas, a una situación inédita: la implosión progresiva de la arquitectura democrática y el advenimiento de una dictadura moderna. Ante ello cada quien lo enfrentó con las herramientas disponibles a su alcance. Y estas iniciativas, a las que contribuimos en mayor o menos medida con nuestra acción u omisión, han sido ineficaces. Si alguno de nosotros hubiera tenido la respuesta y el método correcto, no estaríamos ahora escribiendo esto. La segunda, es que el autoritarismo cabalgó sobre ese desconcierto e incapacidad, copiando y adaptando de otras autocracias un abanico de estrategias para viralizar la sospecha y la desconfianza entre sus antagonistas. El resultado en la clase política está a la vista.
Todos los venezolanos hemos pagado un alto precio, inclusive los afines al bolivarianismo, quienes han visto a sus familiares y amigos huir del supuesto paraíso por el cual han dado 20 años de su vida.
Como muestra magistralmente la película Once upon a time in Venezuela la expansión del autoritarismo no ha servido, ni siquiera, a sus propios entusiastas. Por otro lado, hay quienes han tomado la decisión, legítima y entendible, de irse del país. Y desde fuera siguen haciendo una invaluable labor por nuestra reconstrucción. Lo que queremos resaltar, que con frecuencia metemos en el baúl de la amnesia, es el valor de quienes continuamos dentro de Venezuela.
Quien se mantiene dentro del país, abogando por la democracia y los derechos humanos, se pone a sí mismo y a sus familiares en riesgo. La irracionalidad de los patrones de violación a los derechos humanos —encarcelar durante años a una persona por mandar un tuit por ejemplo— nos recuerda permanentemente que quien levante un poco la cabeza puede acabar con sus huesos, o lo de sus seres queridos, en prisión.
En contraparte, cualquier profesional que cruce Maiquetía o San Antonio del Táchira tiene todas las posibilidades de mejorar su calidad de vida y tener mejores remuneraciones por sus conocimientos.
Los voceros políticos y sociales que denuncian, con su nombre y apellido y desde el lado de adentro de la frontera, pudiera estar perfectamente viviendo su vida, sin angustias, en otro lugar. Hasta ahora, en medio de dudas y frustraciones, han decidido: 1) Permanecer en Venezuela y 2) Seguir luchando por lo que creen justo.
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En cierta ocasión leí de Emma Goldman, la anarquista judío-estadounidense que alguna vez fue calificada por el FBI como “la mujer más peligrosa de América”, su opinión sobre los agrios debates internos entre sus pares ideológicos. Palabras más o menos, sostuvo que cualquiera de quienes consideraba sus compañeros podía estar equivocado, pero no debía dudarse nunca de la honestidad de sus intenciones. Entre nosotros podemos discrepar, las ideas precisamente están para ser debatidas, pero el gran triunfo de la dictadura es habernos inoculado que las motivaciones de aquellos cuyos razonamientos no compartimos son indeciblemente torvas y oscuras.
Por el solo hecho de mantenerse, contra viento y marea, dentro del país, cualquier vocero social o político del campo democrático merece respeto y consideración. El no adjetivar o poner en entredicho sus motivaciones será el primer paso para la recuperación de la confianza necesaria para tener la oportunidad de seguir caminando juntos.
Dinamitar los puentes de comunicación hará imposible aquel buen consejo del autor de La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper: “Quizás tú tengas la razón y yo esté equivocado, pero con un esfuerzo de ambos nos acercaremos mucho más a la verdad”.
No hay un Winston Churchill o un Albert Camus entre nosotros, oculto esperando su oportunidad. Lo conocido es lo que hay. Ahora que tantos venezolanos se han ido y nos hacen falta, nos damos cuenta del valor de cada persona. Cuidemos a los que nos quedan y con quienes —porque no hay otros más— debemos estrechar los codos y arremangarnos los brazos.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Coordinador General de Provea.
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