El viejo truco de la proyección, por Tulio Ramírez
Por allá, por los años mil seiscientos (Joe Arroyo Dixit), cuando estudiaba 4to año de Humanidades en el recién creado Ciclo Diversificado Leonardo Infante, otrora Escuela Técnica Industrial de Campo Rico, además de tener el privilegio de ser uno de los tres varones de un curso de casi 45 estudiantes, me encontré con una asignatura cautivadora, no solo por su contenido sino también por su joven y bella profesora. La asignatura en cuestión era Psicología.
Confieso que siempre fui el primero en llegar a clases. Aunque esta materia se dictaba después del recreo largo, lo que imposibilitaba la puntualidad exigida por el timbre, me colocaba firme e incólume como un Guardia del Rey en el Palacio de Buckingham, a las 10 y 45 en punto en la entrada del salón. No podía perderme el espectáculo de la llegada de ese monumento de 90-60-90. Merecía redoble de tambores y ceremonia de cambio de Guardia, incluida.
La profe llegaba con un fajo de libros agolpados en su brazo izquierdo y en la mano derecha, sostenía un “apuntador” que en realidad era la antena de un carro viejo. Entraba al salón de clases con el tongoneo de una Miss recién electa a punto de recibir la corona. Ya en clase, me hacía recordar a la secretaria del Doctor Canuto (Joselo), esa que arreglaba el cuadrito siguiendo estrictamente las instrucciones de su Jefe. Desde mi pupitre ordenaba en mi mente “ahora arriba”, “abajo”, “a la derecha”, “a la izquierda”.
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A qué viene este cuento. Los últimos acontecimientos políticos me han traído a la memoria una de las clases de la inolvidable profesora, el tema tratado era la proyección psicológica. Si bien han pasado muchas lunas, mi gusto por la profesora y la materia, hizo que estudiara con mucha dedicación e interés lo relativo a la proyección psicológica. Tenía que llamar su atención y una manera era siendo el mejor de su clase.
Recuerdo con claridad el concepto de proyección. Nos decía la profesora “es un mecanismo de defensa del ego que se utiliza para protegernos de la ansiedad y el conflicto”. Continuaba “al proyectar nuestros propios pensamientos, sentimientos o deseos en otra persona, podemos evitar tener que enfrentarlos nosotros mismos”. Es cuando atribuimos de manera consciente o inconsciente a otra persona, características, pensamientos, sentimientos, prejuicios, antivalores o motivos que son propios y que consideramos inaceptables y hasta repudiables.
A diferencia de la proyección individual, la mayoría de las veces inconsciente, en la política su uso suele hacerse de manera planificada y con intenciones perversas. Atribuir al oponente los mismos defectos con los que me atacan ha sido una práctica muy común. Distribuir equitativamente los descréditos y las descalificaciones para acortar o desaparecer los atributos que le dan ventaja al contrario es una estrategia que, desde los tiempos de Goebbels, ha sido usada como arma para el desprestigio que luego justifica las persecuciones.
Es como cuando el cachicamo acusa al morrocoy de conchudo o el ladrón que comete una fechoría huye entre la muchedumbre gritando “el ladrón, el ladrón, allá va el ladrón”. Se trata de manipular la opinión pública para colocarlos en contra de los enemigos políticos. Se usa un lenguaje negativo, exagerando las amenazas que supuestamente representan para la sociedad con argumentos como “si ganan los apellidos perderás todo lo que has logrado gracias a la revolución”. Además, se recurre a la de deshumanización con etiquetas como “gusanos”, “cucarachas”, o a la minimización de su existencia con remoquetes como “escuálidos”, “la nada” o “polvo cósmico”.
Quién se podría imaginar que esas clases recibidas el siglo pasado, aderezadas con interés académico y amor platónico, iban a ser útiles hoy para entender parte de lo que está pasando en un país donde las proyecciones no solo se expresan en discursos sino también en leyes.
Esta práctica es de muy vieja data. En la antigua Roma, cuando los emperadores eran acusados de corruptos por el Senado, trataban de sacar provecho enlodando al contrincante en su propio insulto. Respondían prendiendo el ventilador, “Fur sum, fures estis, magis fures estis quam me.” o lo que es lo mismo que decir, “Ladrón yo, ladrones ustedes, ladrones ustedes más que yo”. El viejo truco de la proyección.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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