El virus de los precios nos ataca, por Rafael A. Sanabria M.
Popularmente se dice que el pueblo es quien paga los platos rotos de lo que suceda en el país. Actualmente lucha contra una pandemia que cobra vidas en muchas partes del mundo, pero también debe batallar contra “otra pandemia”, la de los altos precios de los artículos de primera necesidad, que son incomprables por ese pueblo de a pie.
En estos días que transcurren en medio de informaciones que han mantenido a la colectividad alerta en lo referente a la pandemia, surge el boom de los exorbitantes precios que afectan el bolsillo de quien sobrevive con un sueldo que no supera ni el 5% del valor de la cesta básica.
En las afueras de los establecimientos comerciales se escucha al bravo y heroico pueblo murmurando sobre como hacer milagros para llevar a sus hogares el pan de cada día. Por otro lado se escucha a un feroz comerciante que vocifera que no puede perder porque él compra en dólares. Ante esto, el cliente aun cuando no está de acuerdo accede a comprar, sin importar que en un solo artículo se le vaya la quincena.
¿Será justo que el pueblo tenga que seguir pagando las consecuencias de frustradas políticas económicas del Estado?
A diferencia de otros países que luchan contra esta pandemia, Venezuela tiene otra lectura, pues padece de una crisis económica, que ha destruido el presupuesto familiar, desde mucho antes de las sanciones y la pandemia. El Estado debe ponerle seriedad al tema y poner los pies sobre la tierra, porque si los ataques extranjeros han incidido en el deterioro de la economía, la ineficaz práctica en los asuntos económicos, que es competencia de las autoridades, está muy distante de resolver los gravísimos problemas económicos.
La política de dar bonos a la población, son herramientas de ingreso momentáneo, que no contribuyen a resolver el problema de raíz. Pareciera que la intención es elogiar la pobreza, hacer más dependiente del Estado al pueblo. En fin, parecido a esa conducta paternalista en la que el padre da todo al hijo para obligarle a obedecer.
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Como dice Gladys Villarroel quien examina con precisión las excusas con las cuales se justifica la pobreza. El discurso medular que le busca explicaciones abstractas y justificaciones remotas a situaciones que deben ser examinadas más de cerca. De alguna manera la autora recuerda la teoría de la conspiración: “Alguien en otra parte tiene la culpa de nuestros fracasos”. La respuesta que -entre otros- George Schhultz, le dio a esa tendencia: “Hemos encontrado al enemigo. . . y somos nosotros”.
La autora nos maneja dos constantes: primero la búsqueda lejana de lo que tenemos enfrente y, segundo, la negativa suspicacia con que sistemáticamente se descalifican los actos más valiosos y sinceros de quienes buscan el ensueño y la ilusión como paradigmas de lo que puede ser una sociedad sin pobreza.
Así estamos en Venezuela, el pueblo espera cada mes, paciente y humilde, la bonificación, para comprar aunque sea un artículo, condicionándose a comer cuando papá Estado decida. Aunado a esto hay otra política social, que quizás tiene muy buena intención, filosofía y propósito, como son los Comités Locales de Abastecimiento de Alimentación y Producción (Clap), con estos detalles:
1) No llegan al hogar de todos los venezolanos y en esta situación que tenemos, ya no hay ni clase media ni baja, estamos todos en el mismo plano, apenas sobreviviendo y subalimentados
2) Los que reciben esto, suelen pasar hasta tres meses sin ver la caja o bolsa.
Aunque el beneficio del Clap no llega con frecuencia, con los buhoneros se consiguen sus productos a un precio por las nubes. El presidente Maduro dijo por TV hace dos años que habían robado un millón de cajas Clap. Ése es el delito, ¿y dónde están los delincuentes? Supongo que presos, ¿o no? ¿Es que estamos en un país de anomia? Donde los ciudadanos y los poderes hacen lo que les da la gana. No se ve ni la intención de frenar el flagelo. En pocas palabras el pueblo debe seguir llevando su cruz, mientras las autoridades se juegan el poder y la butaca de Miraflores.
El llamamiento es a los actores políticos porque los pueblos son sabios, son pacientes, en este momento lo están demostrando, pero también tiene sus límites.
Conocen la irreverencia que imponen sus propias leyes, el testimonio sin coherencia, la protesta oscura que no participa de sistemas ni de razones. No esperemos que el pueblo llegue a ese término.
Hoy nos amenaza una pandemia, pero también está latente una realidad que vive a diario el pueblo llano de Venezuela, que está pasando hambre, sus ingresos no llegan a cubrir las expectativas de la mesa venezolana. Sin embargo el Estado sigue queriendo hacer creer que no está pasando nada.