El virus en Venezuela que mata más que el covid, por Beltrán Vallejo
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El Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) es una prestigiosa organización no gubernamental que, desde el año 2005, viene realizando un trabajo riguroso en relación al monitoreo del fenómeno de la violencia en este país. Esa sistematización de información ha sido presentada durante años en sus tradicionales informes de final de período donde se viene reflejando la Venezuela del horror.
Comienzo mis opiniones en este 2021 haciendo referencia al informe que presentó esa organización en relación a cómo se manifestó la violencia en Venezuela el pasado año. Al respecto se resaltan los siguientes aspectos:
En primer lugar, el 2020 cerró con una cifra de 11.891 muertes violentas, significa una tasa de 45,6 muertes violentas por cada cien mil habitantes, lo que es expresión de un país con récord en este tipo de muertes, por encima de otros países que también sufren este flagelo; eso que hubo un leve descenso en esas cifras en comparación al 2019.
En segundo lugar, esas muertes violentas corresponden a 4.153 homicidios cometidos por la delincuencia.
En tercer lugar, unas 4.231 muertes son el resultado de la acción de los diversos organismos de seguridad del Estado, mismo Estado que las califica de “resistencia a la autoridad”.
Hay un cuarto aspecto, nebuloso, confuso, por cierto, que corresponde a unas 3.507 muertes de “intencionalidad indeterminada”, que son los denominados homicidios sin aclarar y hasta muchas veces sin investigar.
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En lo que estamos exponiendo, cabe resaltar el siguiente dato: los muertos generados por la acción represiva del Estado, por primera vez en la historia de estos registros elaborados por la OVV, superan las demás categorías de fallecimiento violento.
El armamento de los organismos policiales y militares generó más muertes que las que produjo el hampa y el covid-19 el pasado año.
Considerando este dato, el informe también determina que la mayoría de esas muertes por «resistencia a la autoridad» recaen en la Policía Nacional Bolivariana y, especialmente, en las denominadas FAES.
Como es mi manera de analizar, ese FAES me lleva a revisar antecedentes históricos y ahí me encuentro con el grupo GATO de la extinta PTJ, un grupo táctico que fue creado para enfrentar los secuestros, por allá en el año 1977, pero que terminó implicado en una serie de asesinatos, entre ellos el de un famoso penalista, lo que terminó desenmascarando todos sus crímenes.
En esos precursores de las FAES también se encuentran los denominados “Pantaneros” y “Fénix” de la Policía Metropolitana, que eran grupos de exterminio que hicieron limpieza en los barrios a punta de ajusticiamiento de delincuentes y de también inocentes.
En sí, lo que argumento es que la semilla de las FAES tiene historia vieja y llena de sangre que, por cierto, no resolvió la problemática de la criminalidad desbordante porque en sus tiempos fue naciendo esa Caracas insegura.
Pero lo de las FAES es peor, porque también reprime a los sectores de oposición al régimen de Maduro y, entonces, ahí ese organismo es “primo hermano” de aquellas organizaciones de exterminio político en Latinoamérica, tipo Tonton Macoutes de Haití, la Triple A de Argentina y “Mano Blanca” de Guatemala.
Finalmente, así como el infierno es una metáfora del mal y el mal claro que existe, se puede decir que las FAES son una de esas metáforas de una sociedad enferma. Pero ese tipo de malos de toda maldad nunca terminan bien.
Todos los antecedentes de las FAES que he nombrado en estas líneas terminaron desechados y también exterminados. Nunca tienen un final feliz y eso me reconforta.
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