El virus no sabe diferenciar, por Adriana Moran
Un organismo microscópico cuya única habilidad consiste en replicarse en un huésped, en este caso humano, y saltar de éste a otro y así sucesivamente sin discriminar entre izquierdas y derechas, capitalistas o socialistas, legítimos o ilegítimos, no puede ser enfrentado desde estas ya habituales trincheras desde las que abordamos nuestros problemas o la derrota estará garantizada.
Acostumbrados a culpar al foro de Sao Paulo unos o al Fondo Monetario Internacional otros dependiendo del lado de la acera en que se encuentren, debemos bajar la mirada para entender que la única acera que todos estamos pisando ahora mismo es la de la amenaza que este germen invisible a nuestros ojos representa. Dotado de esa capacidad de multiplicarse sin obedecer a otras leyes que las de su propia naturaleza, ninguna barrera ideológica o moral, podrá frenar esa multiplicación de vértigo si no oponemos barreras reales a su curso devastador y seguirá repartiendo casos sospechosos, fiebres, neumonías y muertes mientras nosotros repartimos culpas.
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Encerrados en un país que ya creía haber sufrido demasiado y viendo con pánico creciente como colapsan estructuras sanitarias sólidas en países de ese llamado primer mundo, observando nuestras destartalados centros de salud, la vulnerabilidad de nuestro personal expuesto y cansado por el cúmulo de batallas perdidas, las arcas del tesoro nacional vacías y los números que desde afuera nos dicen a cada minuto que lo que ya está mal se puede poner muchísimo peor, es la hora de las medidas drásticas.
De esas que nos separen a unos de otros, no en un gesto de rechazo colectivo, sino muy por el contrario, en un intento solidario por salvarnos entre todos.
Una cuarentena que acarrea también otros problemas, es por ahora la única forma efectiva de dificultarle al germen el brinco entre unos y otros y de poner la distancia que lo haga morir en el vacío.
No es la hora de la confrontación estéril, del recordatorio permanente de todo lo que se ha hecho mal, de sustituir con la culpa y la queja la acción que temporalmente nos proteja.
Al virus de la corona no le interesa quien tiene una encina de su cabeza en nuestro pobre país. Para él todos somos iguales. Todos somos potenciales víctimas y continuará buscando al más cercano para seguir con su multiplicación infernal.
No le demos el gusto de encontrarnos tan juntos. Que nuestras calles, escuelas, y espacios de convivencia social vacíos frenen su salto mortal.