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El visitante, por Marcial Fonseca



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Opinión TalCual | diciembre 28, 2020

Twitter: @marcialfonseca


Cuando Serpentus se materializó como visitante en aquel sencillo y limpio jardín en la figura de un sesentón de abundantes canas, le vino a la mente su incursión terrenal anterior cuando le tocó ser, durante una Semana Santa, un íncubo de 33 años. En esa oportunidad logró que trece mujeres ganaran la maldición eterna a cambio de ayuntamientos que ellas catalogaron de celestiales. Sin hacer ruido, se guareció bajo la sombra del arbusto más frondoso; desde ahí podría ser visto desde casi cualquier sitio de la casa.

La primera persona que salió de uno de los dormitorios fue una bella y agraciada joven. Al ver el señor en el jardín, llamó al padre sin mostrarse asustada: pero su tono de voz hizo que salieran de sus siestas el papá, la mamá y el hermano. Estaban sorprendidos, pero ninguno perplejo, muy típico de las familias sencillas, y esta lo era. El jefe del hogar tomó la iniciativa; se aproximó al sujeto y le preguntó que qué quería. Nada, contestó Serpentus, Salga de la casa, No me iré, Llamaré a la policía, Hágalo, pero yo de aquí no me muevo.

El padre, con cautela, regresó a los suyos, y aunque no comprendían la situación, concluyeron que no debían avisar a las autoridades.

Sería embarazoso denunciar la presencia de un hombre en la casa; además, el extraño, parado en el medio del patio interior, no se ocultaba, no mostraba intenciones de huir ni tampoco presentaba gestos amenazantes y no parecía un delincuente.

Por la grisura de sus caracteres, la familia aceptó aquella propuesta; aunque lo vigilaban; el extraño se la pasaba cerca del semeruco, no dormía y no se hacía sentir, ni siquiera visualmente porque se mimetizaba en el arbusto; no merodeaba por los alrededores, no pedía agua ni manifestaba que tuviera hambre. Poco a poco regresó a su normalidad.

*Lea también: Caracas: de atractiva y pujante metrópoli a una ciudad destartalada, por Carlos Rodríguez

En una oportunidad hablaba la hija con sus padres sobre lo difícil de la semana por los exámenes finales; les explicaba que no sabía a qué materia prestarle mayor atención; las nombró y notó que el hombre del jardín asintió con la cabeza al mencionar la tercera; decidió dedicarle a ésta sus mejores esfuerzos; y aprobó todas las asignaturas con muy buenas calificaciones. En otra ocasión el padre comentó que le habían planteado dos negocios con un dinero que pronto recibiría y no hallaba por cuál decidirse. Habló del primero y miró hacia el huerto, el sujeto no mostró ningún gesto; describió el segundo y todos vieron que el visitante mostraba una sonrisa de aprobación. Se dieron cuenta de que si el intruso daba su consentimiento, las cosas salían bien.

Pronto no solo lo mirarían para consejos sobre qué hacer con el dinero, cómo enfrentar un problema doméstico, qué hacer ante una enfermedad, hasta para cualquier tontería buscaban la aprobación de Serpentus.

Luego de varios meses, los ocupantes de la casa creyeron saber las respuestas que daría el visitante; ya lo consultaban menos, consideraban que la confianza que les daba tenerlo en el patio era suficiente. Así, por ejemplo, el hijo mayor decidió estudiar Administración y ni siquiera habló de ello en el corredor, lo hizo en la cocina, por lo que el visitante no dio su opinión.

Un día, los hijos se levantaron tarde y los esposos habían salido temprano a hacer diligencias personales, y nadie se fijó en que el hombre no estaba en el sitio acostumbrado. Descubrieron su ausencia al mediodía cuando se disponían a comer en familia. La primera emoción fue de incredulidad. Debe estar por aquí, Busquen en los cuartos, Aquí no está, Seguro que anda por la calle, afirmó la hija, Preguntemos en el vecindario, agregó el señor Pérez, No, respondió la madre.

Volvieron las guardias, ahora en espera del ausente y para vigilar la puerta de la calle que dejaban abierta toda la noche; así permanecieron varios días y el parterre se mantuvo vacío. Surgieron las mutuas recriminaciones. A lo mejor alguien lo molestó y por eso se fue, Ya no le estábamos haciendo caso, Mamá no lo consultó más. No sabían cómo actuar ni qué hacer para volver a la monotonía anterior.

La carencia de una vida ordinaria les produjo un gran desamparo; de la pasividad que vivieron antes de la llegada del huésped y de la felicidad que disfrutaron durante su estancia en la casa, pasaron a un futuro lleno de sobresaltos.

Empezaron por no hacer las comidas o ver televisión en comunión; el varón se volvió irresponsable, el padre fracasó en un negocio recién emprendido, la madre se enfermó, la hija quedó preñada.

El visitante no regresó. Después de haber abandonado a los Pérez, se fue a un pueblo vecino e invadió un humilde hogar, siempre con un aspecto familiar, pero de ahí lo sacaron a golpes. Se materializó en otra vivienda donde por temor o vergüenza le permitieron que se quedara. Pronto, la nueva familia se percató de los poderes del extraño y se dispusieron a sacarle provecho. Serpentus se limitó a complacerlos y a esperar los primeros actos de desobediencia para luego marcharse y sumirlos en la desgracia.

Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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