El votante asintomático, por Fernando Rodríguez

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A León Katz Trotta: duro pana, que el mundo está muy feo.
Decía Jean-Paul Sartre, ya en su fase más extremista, que el voto, por su propia naturaleza, era una suerte de incitación a la traición. El votante que necesariamente tiene algún tipo de compromiso con una causa, mejor o peor, en la absoluta soledad del sitio comicial, absolutamente liberado de la mirada del otro y del mundo, libre, hace cosas imprevisibles, hasta la traición. En consecuencia, creía el autor de La náusea que toda elección era un truco del poder burgués para dañar el colectivo revolucionario, el compromiso, la fraternidad, el mirarte en los ojos del compañero.
La verdad es que yo nunca entendí ni compartí este abstencionismo metafísico, ni aun cuando yo también era extremista, pero sí me quedó esa idea de que el sujeto ante la urna era otro que el que militaba o había transado su voto con alguien.
Por ejemplo, creo que las frecuentes diferencias entre los cálculos de las encuestadoras —las hay hasta serias— y los resultados finales, a veces abismales, tienen mucho que ver con ese votante solitario y libre que le da rienda suelta a su verdadero yo.
Al carajo esa bestia de las cajas CLAP o al lidercito del partido opositor que no deja ni hablar o al fastidio de mi suegro y jefe, viejo corrupto.
Para poner las cosas al orden del día lo llamaría «el votante asintomático» que, como se sabe, es el peor enemigo en la lucha contra el control de los contagios virales. Y, en este caso, contra los poderes del mundo. Al contrario de Sartre, no diría que es el momento propicio a la traición sino, por el contrario, el instante feliz de la autoafirmación, donde incluyo el voto nulo o quedarse en casa jugando dominó con unas frías.
¿Va a haber elecciones en diciembre?, ¿regionales o presidenciales?, ¿cuántas condiciones va a ceder el gobierno del chiquero electoral que dejó Tibisay y sus cómplices y sucesoras?, ¿cuántas va a aceptar las oposición?, ¿con nombres y apellido quién va a ser la oposición?, ¿van a aceptar los asambleístas amaestrados a gente decente en el nuevo CNE como el Piojo, Patiño o Ramírez?, ¿quiénes van a venir del ancho mundo a ver, lo que dice ver, el proceso?, ¿van a envenenar a alguien para que no estorbe?, ¿los chinos van a usar la electrónica?, ¿qué papel va a jugar Zapatero en el sancocho, porque alguno ha de jugar?, ¿es que algún opositor va a pelear con Joe Biden, alias el rápido?, ¿alguien ha visto algún noruego por allí (se reconocen porque andan en short debido al trópico)?
¿Fedecámaras y los arzobispos van a hacer de managers?, ¿van a poner a la mesita a jugar banco o, mejor, banquito?, ¿si dicen que la oposición a Maduro es del 80% pues nos tocan como 20 gobernaciones y un bojote enorme de alcaldías?, ¿los protectores ya están preseleccionados?
Hay un sinfín de preguntas más que sería tedioso explanar, pero que me turban el sueño y el de muchos. Pero quisiera también incluir, para concluir la posibilidad de que el diálogo termine a trompadas y el gobierno se lleve hasta el bate y la pelota, que en verdad no cambiará tanto la terapia extensiva que padecemos.
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Todo esto lo va a tener que dirimir el votante el día tal, porque habrá día tal por respeto a la Constitución. Que aquí se respeta y no como dice a cada rato la más alta autoridad planetaria sobre los derechos humanos, de hombres y mujeres, ¡ojo!, la ilustre dama chilena, dos veces presidenta de su país, socialista y de una familia mártir en su lucha por la libertad y la igualdad, apellidada Bachelet.
La verdad es que yo no confío mucho en encuestadoras, mucho menos en tiempos preelectorales. Y, como todos, espero desconcertado, que se aclare el sombrío horizonte. Aguardo hasta que los vientos se lleven nubes y brumas que tapan el horizonte. Me declaro asintomático.
Fernando Rodríguez es Filósofo y fue Director de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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