Elecciones catalanas: “e pur si muove”, por Salvador Martí Puig
Twitter: @Latinoamerica21
Las elecciones del 14 de febrero en Cataluña dejan un paisaje político algo diferente al de las tres elecciones anteriores (las de 2012, 2015 y 2017), que son las del período calificado como el “procés”. En este sentido es posible calificar que estas elecciones, si bien son deudoras de lo acontecido en el pasado reciente, abren una nueva etapa. Eso es así porque hay tres elementos relevantes que han cambiado, a saber: la intensidad de la participación, la dinámica de competencia intrabloques y la existencia de varias fórmulas de gobierno alternativas.
Respecto a la participación, es crucial señalar que después de dos comicios con un sufragio excepcionalmente alto para Cataluña (del 75% y 80% respectivamente), la convocatoria del domingo 14 de febrero tuvo una participación del 54%. Ahí es nada: 25 puntos menos que las anteriores.
En mi opinión, esta baja participación no solo fue culpa de la crisis sanitaria sino, y sobre todo, por el significado de los comicios. En esta ocasión los ciudadanos percibieron que las elecciones autonómicas no eran un plebiscito en el que se decidía la independencia (o no) de Cataluña, si no que eran unas elecciones autonómicas más y, con ello, muchos se quedaron en casa. Así la participación volvió a sus niveles habituales en este tipo de elecciones: entre el 50 y el 60%.
Con esta afirmación no señalo que sea buena la abstención, simplemente anoto que cuando la polarización es intensa la gente acude con mayor asiduidad a las urnas.
Esta vez la sociedad catalana no se movilizó porque no creyó que las elecciones de 2021 fueran cruciales. A ello, claro está, se le sumó el medio a la covid-19 y el hastío.
Otra cuestión a destacar es que la abstención no fue homogénea en todo el territorio: en las zonas del interior se votó más que en las áreas metropolitanas y en la costa. Y dentro de las ciudades –como Barcelona– la diferencia de participación entre los barrios, los de renta alta y los barrios humildes, fue de casi 30 puntos. Además, este elemento da cuenta de otro tema importante, a saber: que todos los partidos perdieron votos a excepción del Partido Socialista de Cataluña, PSC que ganó 46.199 votos y de Vox que irrumpió en el tablero con 217.883 papeletas.
*Lea también: La vacunación anticovid-19 en Chile, por Marino J. González R.
Eso significa que muchos de los ciudadanos que votaron anteriormente al resto de formaciones no volvieron a hacerlo. Si comparamos los resultados de estas elecciones con las anteriores nos damos cuenta de que Ciudadanos (Cs) perdió 951.829 (¡batacazo!); Junts per Catalunya (JxC) 380.231, Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) 332.254, En Comú Podem (ECP) 131.734 y el Partido Popular (PP) 76.603. Lo cierto es que con una bajada del 25% del sufragio los 135 escaños que se repartieron costaron muchos menos votos que en la contienda anterior.
En cuanto a los resultados, si bien los medios han hecho mucho hincapié sobre la permanencia de la polarización entre el bloque “independentista catalán” y el bloque “constitucionalista español”, estos dos bloques han cambiado su dinámica. Ello se ha debido a que la correlación de fuerzas dentro de cada bloque ha cambiado, dando la primacía en cada uno de los dos bloques a las dos formaciones menos “frentistas” y más “dialogantes”.
En el bloque independentista la victoria fue para ERC, más moderada y pragmática que la de JxC, que está teledirigida desde Waterloo por Carles Puigdemont y al que no le interesa llegar a consensos políticos fuera del espacio independentista; y en el bloque constitucionalista la victoria fue del PSC, que tiene mucho mayor oficio, interlocución y capacidad de pacto que Ciudadanos.
En esta lógica, es posible pensar en la reconstrucción de puentes y la elaboración de consensos. Lo cierto es que ERC y los socialistas votan a menudo conjuntamente en Madrid y muchos de sus dirigentes se reconocen y respetan.
El tercer elemento es que al día de hoy la aritmética da cuenta de una geometría variable en las opciones de gobierno ya que hay dos mayorías posibles: una independentista con ERC, JxC y la CUP, y otra de izquierdas con PSC, ERC y ECP. Es cierto que a lo largo de la campaña quedó claro la preferencia de ERC (y sus bases) por una coalición independentista, pero a nadie se le escapa que la relación entre los dirigentes de ERC y de JxC es muy tensa.
La mala experiencia del gobierno de coalición experimentada durante los últimos años y la incompatibilidad personal de varios de sus líderes no hace fácil la reedición de una opción de gobierno sólida. Además, un gobierno independentista que aúna la izquierda radical de la CUP con algunos sectores neoliberales de JXC puede generar bloqueos permanentes en el proceso de elaboración de una agenda gubernamental en políticas públicas tan sensibles como los de la educación, la salud, la seguridad o la promoción económica.
Por otro lado, una coalición entre el PSC, ERC y ECP podría elaborar una acción de gobierno de cariz socialdemócrata y progresista, si bien en el “tema nacional” surgirían notables fricciones. También cabe señalar que esta última opción sería difícil de “vender” para el PSOE en el resto de España.
La presencia de los socialistas en un gobierno de la Generalitat junto con ERC acarrearía al PSOE problemas en otros caladeros de votos. Sin embargo, también podría ser posible la opción de un gobierno de coalición de ERC y ECP con apoyo parlamentario del PSC y eso significaría un avance en la desescalada del conflicto territorial.
El otro gran tema es cómo interpretar el desplome de las dos formaciones de la derecha españolista: Cs y el PP.
En mi opinión, el caso de Cs ha sido por la abstención, por su incomparecencia en la actividad política del día a día (más allá de la denuncia y la judicialización del conflicto) y por su inexistente implantación territorial (no controlan ni una alcaldía).
La debacle del PP, en cambio, ha sido fruto de su progresiva deriva hacia la derecha radical en Cataluña, una deriva de la que se ha aprovechado Vox al decir lo mismo sin complejos. En este sentido es importante decir que el PP de Cataluña no es el mismo que el PP otros territorios de España, donde convergen sensibilidades liberales, conservadoras y demócrata-cristianas.
Finalmente, está el desempeño resistente de los socios catalanes de Podemos (ECP) que, a pesar de perder votos y de tener que competir en un escenario que le era muy adverso, consiguió mantener el mismo número de escaños.
Para concluir, las elecciones del domingo 14 de febrero en Cataluña no han representado un gran cambio ni un giro radical, pero sí dan cuenta de que alguna cosa se mueve o, como mínimo, se puede mover. No es poco en un contexto en el que desde hace años ha reinado la crispación.
Salvador Martí Puig, Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Girona
www.latinoamerica21.com, un medio plural comprometido con la divulgación de información crítica y veraz sobre América Latina.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo