Elogio de la estupefacción, por Rafael Uzcátegui

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Luego de la instalación del gobierno de facto, el pasado 10 de enero, diferentes venezolanos están experimentando una profunda sensación de desasosiego. Aunque no encuentran palabras para describir las diferentes emociones que los embargan, su mente y cuerpo resienten síntomas de una depresión colectiva. Sus sentimientos sombríos pasarán, es cuestión de tiempo, pero hoy paradójicamente hablan bien de quienes los padecen. Luego de la gesta ciudadana del 28 de julio, el 10 de enero materializó un hecho traumático que signará la vida de los venezolanos en el futuro.
La instalación de un gobierno de facto, como resultado de un fraude electoral, representa un punto de inflexión. Al tomar la decisión de desconocer la voluntad popular de millones de venezolanos, el chavismo realmente existente cruzó la última línea roja que le quedaba. Ese día, sufrió una importante transformación cualitativa, dado que en lo sucesivo será coherente con la decisión de mantenerse en el poder, de cualquier manera, a pesar del rechazo mayoritario.
El 10 de enero, por tanto, significó un nuevo hito cuyas consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales, aún estamos en proceso de comprensión. Por ello, frente a un fenómeno brutalmente nuevo, la reacción natural inicial es la incertidumbre. Esa perplejidad, en nuestro caso, va unida a otros sentimientos de pérdida, debido a la ausencia de resultados del gran esfuerzo ciudadano del 28J que intentó cambiar el estado de cosas.
Si usáramos la teoría del duelo, muchos venezolanos nos encontraríamos en su cuarta fase, la depresión, estadio previo antes de la aceptación. En este proceso de aceptar, algunos han comenzado a retomar los debates políticos en privado, ante la necesidad de empezar a reconstruir certezas para la acción.
En contraste, un sector del liderazgo político y social reaccionó automáticamente, con opiniones sobre lo que había que hacer, luego del anuncio de nuevas elecciones. Al argumentar que el escenario actual era similar al del año 2014, o cualquier otro episodio en el lapso 1998 a 2024, sugerían que la decisión del fraude electoral presidencial constituía más una continuidad que una ruptura. Aquí las opiniones se dividen en dos grandes pedazos.
Quienes consideran que el 28J sería una más de tantas estrategias con las que el chavismo pretende eternizarse en el poder. O esa que sugiere que el chavismo habría sido «obligado» a cometer un fraude, dado que la culpa principal estaría en la radicalidad del liderazgo principal opositor, reconocido por el voto popular. Finalmente, esta corriente de opinión estará deslizando que la responsabilidad del descalabro la tendría los 2 millones y tanto que participaron en primarias y los 7 millones y tanto que lo hicieron en presidenciales.
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Comprender y razonar pasa por el intercambio con otros, por la deliberación colectiva. Y ella necesita tiempo, mucho más cuando debe realizarse en circunstancias tan difíciles como las nuestras. Para ello es necesario observar los movimientos del contrario, e intentar pensar como él, cuál es su estrategia y sus próximos movimientos. Asimismo, encontrar un sentido a todos los cambios en la geopolítica internacional, un tablero que está recomponiéndose en este mismo momento luego del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Por ello creo que quienes se han apurado en pontificar sobre el qué hacer, son los que menos entienden que es lo que está pasando.
En este texto queremos elogiar a quienes sienten ese sentimiento de estupefacción y, provisionalmente, se han replegado en la búsqueda de entendimiento. Y, lentamente, comienzan a retomar sus conversaciones políticas con sus pares, para comenzar a (re)construir un sentido en medio del caos.
Entender qué sucede, sus diferentes matices e implicaciones, cómo ponerse en resguardo bajo las circunstancias, para volver a la acción –y opinión- política. Ese estupor, para quien escribe, es la mejor evidencia que la población sabe perfectamente que algo grave ocurrió el 10 de enero. Y, en este momento, nos encontramos en un escenario nuevo y diferente que habría que elucidar, para que la alternativa democrática sea, en algún momento próximo, una amenaza de nuevo.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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