Elogio de la locura, por Rafael Uzcátegui
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Cornelius Castoriadis, uno de los teóricos más conocidos sobre el concepto de autonomía, dijo una vez que la acción que la hace posible es una actividad consciente que «no puede existir más que en la lucidez». La indignación de las multitudes venezolanas en movimiento ha venido creando hechos que han reconfigurado el panorama sociopolítico del país. Pasó en las primarias y, todo indica, se repetirá en las elecciones presidenciales del 28-J. La masividad expresada en los fenómenos nos habla de una clarividencia bastante parecida a la locura: La de aspirar a fundar nuevas realidades a pesar de todos los pronósticos en contra.
El 22 de octubre de 2023 ocurrieron las elecciones primarias en Venezuela. De 11 candidatos, 1 de ellos obtuvo más del 93% de los votos. Aquella anomalía estadística representó un hecho político tan contundente, un inusual consenso desde las bases, que forjó dentro del universo opositor no sólo una potencial candidatura unitaria, la de María Corina Machado, sino la reconfiguración de la gobernanza interna de la alternativa democrática.
El gobierno había apostado a que las primarias se desinflarían por su propio peso. O que en caso que se realizaran, sus resultados fueran carne fresca para la canibalización de la oposición. Sectores de los propios partidos democráticos sabotearon el proceso, intentando capitalizar lo que esperaban fuera un fracaso. A pesar de la censura, donde los medios radioeléctricos no hablaban de las primarias, las personas buscaron información y participaron.
La cifra de 2.400.000 era importante por el número y por la calidad: El mismo entusiasmo participativo se evidenció en las tradicionales zonas opositoras como en territorios que habían sido dominados por el oficialismo. Los mensajes consensuados desde abajo eran: Queremos unidad, pero también contundencia y coherencia. La unanimidad blindó el propio resultado, alejando las estrategias narrativas de impugnación que argumentarían «la polarización» del liderazgo opositor.
Aquella claridad popular zanjó de cuajo aquella discusión de si el segundo lugar debería ocupar el lugar de la inhabilitación.
Como evidencian las encuestadoras confiables, como Delphos, el 28 de julio volverá a expresarse la indignación de la multitud. La gente ha llegado a la conclusión que la masividad fenoménica es clave y trascendental. La gira en regiones lo demostró. Desbordando los mecanismos de control estatal, que en pueblos y zonas rurales son más efectivos, en un curioso y espontáneo torneo, las poblaciones compitieron entre sí para demostrar cuál llevaba más gente a los actos, convocados por el boca a boca y los mensajes de WhatsApp. Las imágenes, de aquella agudeza parecida a la demencia, eran conmovedoras. A pesar de las posibles retaliaciones oficiales, la convicción era «es importante estar aquí». El hacer, la praxis autonómica de la que nos habla Castoriadis, se repetirá el 28 de julio, en el espíritu que no sólo es importante ganar, sino hacerlo de manera contundente.
Así como el 93% blindó el resultado de las primarias, un margen de más de dos millones de votos haría posible el regreso de la democracia, la posibilidad de mejorar las condiciones materiales de existencia de la población. La materialización monumental de la voluntad de cambio influirá en la decisión de los militares, que desplegados en el Plan República tendrán la mejor información de lo ocurrido, y quienes en última instancia tendrán la llave para avalar un fraude o permitir la transición a una nueva etapa de la vida nacional.
Dos millones de votos de diferencia implosionarían al PSUV. La magnitud de esa tendencia irreversible también neutralizará buena parte de los posibles hechos de violencia, desconcertando al fanatismo chavista e invitando a sus elementos más pragmáticos a no quedar fuera de la transición. La avalancha electoral ratificaría que en Venezuela dejó de existir la polarización de otros tiempos, y lo que existe es la fusión colectiva en el deseo de construir un país de oportunidades y derechos para todos y todas. Desde sus propios razonamientos el ciudadano de a pie ha llegado al convencimiento que un margen menor, aunque sea victoria, es un caldo de cultivo para el fraude electoral.
Siendo así, el trabajo que nos toca a la sociedad civil es facilitar que esa masividad pueda finalmente expresarse, exorcizando los espíritus del escepticismo, la desesperanza, las dudas y la incertidumbre. Hoy, enfrentar el cinismo y la incredulidad es un trabajo político a toda regla. Y estimular la participación de los descreídos, apáticos y gentes de poca fe.
Esa esperanza, frenética e irracional evidenciada en regiones, ha desoído los discursos de sensatez que hablaban que la normalización económica del chavismo sería crecimiento de los indicadores financieros y detendrían el flujo migratorio; que una Venezuela bajo paz autoritaria era preferible a una transición caótica e inestable; que Nicolás Maduro era un demócrata acorralado por los dislates de una oposición extremista; Que un espíritu conciliador, potable y con un dilatado currículo, como Manuel Rosales, era un mejor candidato; Que había que contener respiración y esperanzas hasta el 2030; Que era preferible la ambigüedad y la poesía barata a llamar las cosas por su nombre; Que un gobierno democrático influido por «la señora» sería peor a seis años más de autoritarismo bajo Nicolás Maduro; Que la paz, cualquier cosa que entendamos por ella, es una conquista de los pueblos y no una decisión de un acuerdo cupular en una mesa de negociación.
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Estoy más cerca de esos chiflados y chifladas, delirantes de libertad, derechos y oportunidades, para vivir en la única vida que tenemos, que han perdido casi todo, menos la esperanza. Estoy más lejos de los prudentes del cálculo pequeño y pragmático, de los teóricos del sálvese quien pueda que ya nosotros estamos salvados –y comprometidos–; de quienes desde sus burbujas han decidido no empatizar con el sufrimiento de la mayoría de venezolanos. Hoy quiero hacer un elogio de la locura.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (GAPAC) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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