En busca de autores, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
Las primeras lecturas fueron los suplementos intercambiados o comprados a la entrada del cine de Duaca, por allá en los años 60; así conoció a Lulú, Rin Tin Tin y Tarzán. Cuando un periódico capitalino se hizo consuetudinario en su casa, los domingos le trajeron a Mandrake y a El Fantasma. Cuando llegaba la edad de las novelas del viejo oeste, tuvo la suerte de incursionar en el rico mundo del papel literario dominical y de esta etapa le quedó un grupo de lecturas de las que conserva nada más que los argumentos; y por ello recurre a los lectores para identificar los autores.
Empecemos con la historia de una madre que pierde a su hija y desesperada le pregunta al médico por qué tienen que morir los niños. La mortalidad infantil, respondió, es un hecho de la naturaleza y está la negligencia las madres que no hacen mucho por la asepsia en el trato con sus hijos. Ella simplemente no lo oyó más. Luego se dirigió a un maestro. Este contestó que los niños mueren porque los seres vivos nacieron para eso, para morir. Pero por qué mi hija, insistió ella. Que los casos específicos no eran de interés de la ciencia, dijo el insensible educador.
Ella continuó su vagar por el pueblo. Un hombre le preguntó qué le pasaba. Lloro la muerte de mi hija. Debió ser muy bonita. Si; cabello precioso, linda sonrisa… gracias por escucharme; pero por qué tenía que morir ella. Mi señora, si no murieran los hijos, estaría cegada la fuerte más hermosa del dolor humano. Usted quién es. Simplemente un poeta, mi señora.
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Vayamos a un relato del velado mundo de los sueños. Una señora sueña casi a diario que va por un área muy verde, ve una casa blanca que está a la venta, va y toca la puerta, sale un hombre mayor y cuando quiere hacerle una pregunta, se desvanece el sueño. Así pasan varias semanas, hasta que tiene que hacer una diligencia y alquila un taxi, en el camino ve una casa igual a la soñada. Ordena al taxi que se detenga, corre hacia la casa, toca la puerta, abre el mismo viejito de los sueños; sorprendida, pregunta, Esta casa está a la venta. Si, pero le recomiendo que no la compre. Por qué. Acá sale un espanto. De quién, quiso saber ella. Usted, señorita, que todas las noches me toca la puerta y luego se esfuma.
Un relato situado en Estados Unidos, por allá en los años 20. Dos ladrones asaltan varios bancos; el modus operandi es sencillo: se acercan al cajero empuñando una pistola oculta en uno de los bolsillos de la chaqueta, piden el dinero y se marchan; los robos están espaciados unas seis semanas y nunca repiten pueblos; y ellos estaban muy alejados de llevar una vida de boato. Luego de dos años son atrapados; y se buscan el mejor abogado de la región. En el juicio, el fiscal simplemente se limitó a llamar a los cajeros y preguntarles si los que habían robado estaban en la sala. Todos, por supuesto, confirmaron que eran los dos acusados presentes.
El turno del defensor. Este también llamó a cada cajero; a todos les preguntó si habían visto las armas que supuestamente cargaban sus defendidos, todos respondieron que no. Interrogado el ultimo cajero; el defensor concluyó que este era un caso de vagancia con solicitud de dádivas, ciertamente ilegal; pero de penas someras.
El juez vio que el caso podía salirse de las manos, y llamó nuevamente a cada cajero, les preguntó que si el dinero que le dieron a los acusados era de ellos; todos contestaron que del banco. Así que ustedes, dictaminó el juez, le robaron al banco y les dieron el dinero a los acusados; en consecuencia, los condeno a seis meses de cárcel, pero así mismo suspendo la sentencia; y los dos acusados son culpables de recibir dinero robado.
Y último. En una noche lluviosa, un hombre se pierde en un área rural; consigue una choza de bahareque y pasa la noche durmiendo en el suelo. Amaneciendo, un murmullo sordo lo despierta; le dice que no se mueva, que está rodeado de una camada de culebritas pegadas a su cuerpo. Quédese quieto, ya vuelvo; y regresó con un plato llano de leche tibia, lo puso en el suelo y las culebritas, hambrientas, se movieron hacia el platico. Levántese ahora…
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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