En busca del enchufe perdido, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
Hasta la fecha no veo posibilidad alguna de que se logren condiciones para que toda la oposición —incluyendo a la que reconocemos como la última Asamblea Nacional legítima que nos dimos, la de 2015— decida participar en esa contienda que está amañada desde su origen. No tengo información privilegiada. Eso, y la volatilidad política de Venezuela, me basta para admitir que todo puede cambiar repentinamente. En ese caso, me sorprenderé junto con ustedes.
El asunto es que si no participa toda la oposición —incluyendo a la que reconocemos como la última Asamblea Nacional legítima que nos dimos, la de 2015— ni siquiera me sentaré a pensar si tiene o no utilidad política ir a votar en una elección perdida de antemano.
Para millones que no aspiramos al poder ni a enchufarnos con alguien que esté en el poder, el interés es el retorno a la democracia. El objetivo es retomar la alternancia en el ejercicio del poder y para eso debe haber verdadera competencia. Nada más nos interesa porque sabemos que todo lo demás —incluyendo salud, economía, educación y defensa de fronteras— no cambiará sin cambio de Gobierno.
A muchos no nos mueve que el poder lo tenga este o aquel. Lo que realmente nos mueve es que no lo tengan quienes lo detentan actualmente. Y no todos comprenden que el principal obstáculo para darles apoyo es que hemos visto, muchas veces, cómo han sido doblegadas las voluntades de decenas de quienes creíamos opositores por lo que, ahora sabemos, no representarían alternancia alguna.
Para quienes vemos esto, un indulto con retorno no hace verano. Tendrían que liberarlos a todos y todos tendrían que estar de acuerdo en boxear con las manos amarradas en la espalda, explicando qué pretenden lograr en un combate que el pueblo sabe que ya han perdido. Solamente así nos sentaríamos a evaluar la posibilidad de validar, con nuestra presencia, semejante escándalo.
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Pero, hasta ahora, nada de eso está a la vista y ya estamos en junio. No creo que pase. Mientras tanto, oigo más y más argumentos estrambóticos de los defensores de la participación. Ninguno de ellos logra convencer a nadie de la utilidad que pudiera tener, para el retorno democrático, ese espectáculo triste.
Es que no vemos democracia en enchufar —ciudades comunales, protectores y juristas del horror de por medio— a un grupete de políticos y a cientos de asesores que están pasando terribles momentos personales y que por eso pujan por un puesto en alcaldías, concejos municipales, concejos legislativos estadales y gobernaciones.
Nada como unas elecciones para soñar con oportunidades laborales y de negocios. Dictar un curso aquí, dar una consultoría o asesoría allá, idear una «actividad» inútil acullá, cualquier cosa financiada por alguno de los nuevos gobernantes sin importar lo que representan. Lo mismo pasa con los medios. Y esos compadrazgos les parecen suficientes para correr la arruga de la nevera por algún tiempo. La república no les importa, la democracia tampoco, solamente su supervivencia.
Sucede que no tengo interés en ninguno de esos grupos. Y me da vergüenza ver a gente con alto nivel de especialización profesional tratarnos como si no nos diéramos cuenta de que solo están optando a un cargo, quizás porque de lo contrario tendrán que decidirse a emigrar. Vi a algunos que rompieron lanzas en la farsa de 2017 y después lo hicieron.
Eso es lo que se juegan. Lo entiendo pero no lo justifico, porque el problema es que yo me estoy jugando el futuro de mi país, no ayudarlos a encontrar empleo.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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