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En Caucagüita usan el fútbol para alejar a los niños de la calle

Luisa Quintero Publicado septiembre 17, 2019
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El llamado “fútbol formativo” es la estrategia que apoyan desde Villa Esperanza para enseñar a niños y jóvenes valores, mientras se les da un plato de comida y se les aleja de las calles


En medio de casas de bloques al desnudo, latón y madera se encuentra la cancha de fútbol de Villa Esperanza, un sector de Caucagüita, en el estado Miranda. En ese espacio donde la grama acrílica a veces compite con el monte de los alrededores, 83 niños entre los seis y 15 años se ejercitan por las tardes para alejarse de las calles.

La cancha primero era de tierra, y luego se fue remozando a partir de los esfuerzos de la comunidad y alguna que otra autoridad interesada. También ha recibido personajes ilustres como el famoso Dunga, una de las estrellas del fútbol mundial que salió de las favelas de Brasil, pero mayormente es usada por los niños de la comunidad para “no caer en malos pasos” o sencillamente no quedarse en su casa.

Así lo cuenta Iván Torres, un electricista “por su cuenta” que desde hace 18 años entrena a los chamos que se acercan a la cancha de Villa Esperanza con el objetivo de pasar la tarde o aprender a jugar fútbol, uno de los deportes favoritos en todo el mundo.

Escuela de fútbol Villa esperanza

La cancha se abre los martes, miércoles y jueves desde las 2:30 de la tarde. La mayoría son niños, aunque se está tratando de formar un equipo femenino en medio de zapatos desgastados, alguna que otra camisa rota o shorts regalados.

En este apartado los ayuda Pasión Petare, una fundación que desde hace nueve años se dedica a la atención de la infancia en esta populosa parroquia a través del “fútbol formativo”, ese que no busca el próximo Ronaldo sino alejar a los niños “de las drogas, la delincuencia, la vagancia, porque un chamo en su casa solo viendo televisión no está aprendiendo nada”, cuenta Desirée Barrios, una de las encargadas de esta organización.

Fútbol en medio de carencias

Como toda comunidad, en Villa Esperanza tienen carencias. La principal es la falta de alimentos. Según el estudio más reciente de Cáritas Venezuela y citado en la actualización del informe sobre la situación de los derechos humanos en el país elaborado por la alta comisionada de Naciones Unidas Michelle Bachelet, se detalla que hay un 35% de desnutrición crónica en niños menores de cinco años tan solo en junio de este año, en las zonas más pobres de 18 estados.

En Alianza con Alimenta la Solidaridad Petare lograron instalar en 2017 un comedor, con el objetivo de atender a los muchachos que llegaban a la cancha

El objetivo es proporcionar una comida segura a los niños y jóvenes que practican los tres días a la semana, explica Emilia López, coordinadora de proyectos de Pasión Petare. “Aquí como en otras comunidades vemos que los niños se desmayan del hambre en los salones de clases, o los ven que están más flacos”.

Al ser el fútbol un deporte con alta demanda física, la comida se garantiza para después de cada entrenamiento. Los menús son variados. Tortillas con cebollín y cilantro, arroz blanco y ensalada rallada puede ser uno de los platos que se sirve en este comedor, a cargo de Mariangela Yanes e Ibethe Marriaga, dos madres cuyos hijos también practican en Villa Esperanza.

Escuela de fútbol Villa Esperanza

La cocina funciona en un pequeño local que facilitó la mamá de Ibethe, donde también se venden empanadas y tetas –helados artesanales-. Marriaga, la que menos tiempo tiene trabajando en la cocina, cuenta que muchos de estos niños apenas hacen dos comidas al día, y muchas veces una depende del comedor, porque los padres apenas ganan sueldo mínimo.

La comida la proporciona la red de Alimenta la Solidaridad Petare, mientras que el gas se lo gestionan ellos mismos “y nunca nos ha faltado. Cada dos o tres semanas recibimos las bombonas”, afirma Mariangela. El comedor propiamente funciona en una gallera, un espacio que es propiedad de Iván, el entrenador.

“Es bastante la ayuda que se les da”, suelta Ibethe, que se dedica a su hogar, vender algún que otro alimento en la comunidad, además de cocinar para los 83 niños de la escuela de fútbol y algún que otro niño coleado que manda su mamá para que reciba una comida.

Escuela de fútbol Villa Esperanza

La comunidad no es ajena a otros aspectos de la realidad país. Algunos de estos niños también tienen padres fuera del país, incluso ambos como el caso de Luis Kleiver, quien iba gritándole a su entrenador que hace dos semanas su papá “por fin” se fue a Brasil a trabajar. Su mamá ya tiene más de tres meses en Colombia.

“La situación es dura. Aquí hay niños que se quedaron al cuidado de tíos, o de sus hermanos mayores porque los papás se fueron del país. ¿Quién puede mantener a un niño con sueldo mínimo? Menos a tres o cuatro”, dice Mariangela, cuyo hijo de 18 años todavía asiste a alguna que otra clase de fútbol en Villa Esperanza.

En periodo vacacional, casi siempre la plantilla de la escuela está full, mientras los más pequeños se sientan al borde de la cancha a ver los entrenamientos que comanda Iván Torres.

Escuela de fútbol Villa Esperanza

Cuando empiezan las clases, la situación cambia. Muchos de estos niños deben asistir a la escuela en la tarde, lo que les impide acudir a todos los entrenamientos. Aun así, se las apañan para jugar y participar en torneos como la liga menor de Petare.

Pasión por Petare

La fundación Pasión Petare, que nació en 2010, atiende a más de 2.500 niños, niñas y adolescentes y utiliza el fútbol como un medio “para inculcar valores”, y en general “el deporte como herramienta para combatir los tiempos de ocio, disminuyendo así las probabilidades de que se involucren en actividades delictivas”, explica Desirée Barrios.

Debido a la crisis económica, buscaron nuevas maneras de ayudar dentro de las comunidades y por ello, se puso en funcionamiento los comedores que hasta ahora solo funcionan en tres comunidades (San Isidro, Mesuca y Villa Esperanza).

Escuela de fútbol Villa Esperanza

Además, dentro de sus actividades incluyen los servicios de medicina preventiva, jornadas psicológicas y pesquisas médicas, dotación de material deportivo y escolar, al igual que el monitoreo para la inclusión a la educación formal de niños no escolarizados.

Recientemente, llevan dos campañas para reunir tacos y útiles escolares para los niños que atienden, por lo que han solicitado a través de las redes donaciones o algún apoyo económico para cubrir estos objetivos.

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