En defensa del INE y la democracia en México, por Alejandro García Magos
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La marcha del domingo en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE) y la democracia en México fue un éxito absoluto de sus organizadores. Hacía tiempo que no se daba un evento multitudinario de este tipo en la capital del país. Los ciudadanos que marcharon exigieron al Gobierno federal, encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que retire su proyecto de reforma electoral, la cual, en los hechos, reduce la autonomía del INE.
Por varios años ya, AMLO ha intentado socavar la autonomía y el presupuesto del INE. Su proyecto de reforma es su más reciente y burdo intento de someter al instituto a su órbita de influencia, garantizando, así, a su partido Morena un tablero electoral ventajoso. Ese objetivo antidemocrático fue enterrado el domingo. Queda claro que la reforma electoral no va a pasar, y no porque los partidos no la acepten (que también), sino porque fueron los propios ciudadanos los que dijeron «basta».
La reacción del oficialismo a la marcha fue la de siempre: descalificación e insultos. Llama la atención, sin embargo, que uno de los principales cuestionamientos del Gobierno a los participantes es que son de «clase media». No se equivocan del todo, la exigencia de democracia en México ha sido históricamente una demanda de clases medias urbanas, particularmente de la Ciudad de México (CDMX).
El concepto de «clase media» en el país es muy amplio. Según una encuesta, 6 de cada 10 mexicanos se consideran a sí mismos clasemedieros. Y aunque no es tan fácil como pretende el oficialismo marcar con claridad las líneas sociales, una somera mirada al pasado revela que, en efecto, han sido las capas sociales medias y urbanas las que exigieron un cambio democrático en el país.
Se cuentan con los dedos de una mano los años que México vivió en democracia durante el siglo XX. 14 meses con Francisco I. Madero entre noviembre de 1911 y febrero de 1913, y los años posteriores a 1996 cuando el INE adquirió autonomía respecto al poder ejecutivo. Fuera de ello, durante todo el resto del siglo, el país vivió en el desorden o bajo regímenes autoritarios como lo fue el hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI, 1929-2000).
Surgido de las cenizas de la Revolución mexicana (1910-1920), el PRI se formó en sus inicios como una federación de caudillos revolucionarios que decidieron dejar de guerrear para mejor repartirse el poder. Crearon, así, un gran instituto político que daría cabida a toda la «familia revolucionaria», que de esa forma conservaría y accedería al poder de manera pacífica y ordenada por las siguientes siete décadas.
La fórmula del PRI de incorporar y acomodar intereses en su seno funcionó a las mil maravillas, y así se siguieron sumando grupos y organizaciones al partido. Tanto fue así que para 1934, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas, el PRI cambió su perfil y se volvió un partido de masas obreras y campesinas organizadas respectivamente en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional Campesina (CNC).
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En 1943 el PRI formaría un tercer sector para abarcar la creciente clase media del país bajo el manto de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP). Este sector aglutinaría organizaciones urbanas profesionales y populares de todo tipo: burócratas, micro, pequeños y medianos empresarios, organizaciones vecinales, profesionistas, trabajadores independientes, jubilados, pensionados, trabajadores del transporte, jóvenes y universitarios, mujeres trabajadoras y jefas de familia, etc. Sectores medios urbanos pues.
Años antes, sin embargo, se fundó en CDMX el Partido Acción Nacional (PAN) como un partido de centro derecha de orientación demócrata-cristiana con el claro objetivo de buscar un cambio democrático en el país. Durante décadas el PAN fue labrándose un nicho entre las clases medias urbanas que, aunque quizá no compartían su ideario, veían en él un vehículo anti-PRI a través del cual expresar un deseo de cambio.
Por el lado de la izquierda, no fue sino hasta 1977 cuando se llevó a cabo una apertura política que permitió que los partidos de esa orientación empezaran a ser también vehículos de aspiraciones democráticas. Ello fue particularmente cierto en el caso de la CDMX. Los números no mienten: ya en 1976, durante el pleno apogeo del PRI, los votos para la oposición en la capital del país fueron el triple que la media nacional.
La CDMX no tiene vocación de izquierda sino de oposición. Esas clases medias que AMLO vitupera un día sí y otro también han sido históricamente la oposición al autoritarismo en el país. En el siglo XX plantaron cara al autoritarismo del PRI, y en el siglo que corre hacen lo mismo frente al intento de regresión autoritaria de AMLO embozado de «reforma electoral.»
¿Qué lecciones cabe extraer de este sainete? Tres muy claras. Una es que la reforma como tal está muerta y enterrada, la marcha le pasó por encima y la aplastó. Dos, la ciudadanía le paró los pies al poder. AMLO conoció los límites de sus fuerzas y que la paciencia de la sociedad tiene también sus límites. Y tres, la alcaldesa de CDMX y favorita del presidente para sucederle, Claudia Sheinbaum, fue la gran perdedora de la jornada. Al tratar de quedar bien con su jefe descalificando a los ciudadanos que participaron en la marcha, se pegó un tiro en el pie al antagonizar con sus propios votantes que le dieron la confianza en 2018 para gobernar la ciudad.
En efecto, si bien es cierto que fueron las capas medias urbanas del país las que impulsaron la transición democrática en el país (1977-1996) en buena medida a través del PAN, también es verdad que sus votos no son patrimonio de la derecha ni de la izquierda. De hecho, lo que hemos visto en México en las últimas elecciones es que las lealtades partidistas de los votantes de clase media son bastante flexibles. AMLO mismo ha sido votado por esos sectores medios capitalinos a los que debe su ascendente carrera política. Fue incluso arropado por esos sectores en 2005 cuando el gobierno de Vicente Fox (2000-2006) intentó evitar torpemente que compitiera por la Presidencia levantándole cargos criminales. Fueron entonces decenas de miles de personas las que, como este domingo pasado, salieron a las calles a apoyarlo en la defensa de sus derechos políticos. Lo sé de primera mano porque estuve ahí.
Alejandro García Magos es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Toronto y doctor por dicha universidad. Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Calgary. Especializado en democracia y autoritarismo en México. Editor sénior del “Global Brief Magazine”.
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