En el 2025, la economía venezolana seguirá a flote, por Carlos Torrealba Rangel
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Noviembre es el mes del año donde tradicionalmente las empresas consultoras, centros de investigación económica y analistas económicos ofrecen sus pronósticos para el año siguiente, en este caso para el año 2025.
En este contexto, el 19 de noviembre asistí a las conferencias de los decanos de las Facultades de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello y de la Universidad Metropolitana, economistas Ronald Balza y Luis Oliveros, respectivamente, y del economista Daniel Cadenas, socio de la consultora Oikos Research, a propósito de la Semana Aniversario de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela. Días atrás también asistí a la conferencia del economista y director de Ecoanalítica Asdrúbal Oliveros en el foro «Venezuela 2025: desafíos y oportunidades en un horizonte de incertidumbre». Asimismo estuve en las conferencias de los economistas y consultores empresariales Jesús Palacios y Rosamnis Marcano en el foro «Perspectivas Económicas: retos y oportunidades para la economía venezolana», realizado en el marco del XXVIII Congreso de Actualidad Económica de la Escuela de Economía de la Universidad Católica Andrés Bello.
Entre unos y otros conferencistas de estos eventos no hubo diferencias relevantes. Esta aseveración queda mejor ilustrada con la frase «sin novedad», queriendo decir con ello que no hay ninguna variación significativa en la economía que lleve a pensar que en el 2025 habrá un cambio de tendencia. En consecuencia, el escenario con mayor posibilidad de ocurrencia es que se mantenga el statu quo actual, con ralentización de la actividad económica.
Los temas recurrentes en los conferencistas fueron: toma de posesión del cargo de presidente, tanto en Venezuela como en Estados Unidos, y su impacto en la economía; tipo de cambio y brecha cambiaría; producción petrolera; sanciones económicas; repunte inflacionario; deuda externa; deterioro de los servicios públicos; falta de créditos bancarios; esquema tributario agresivo y voracidad fiscal; poca diversificación económica…
No obstante, la conclusión común en los análisis y pronósticos es la plena coincidencia de que en el 2025 habrá crecimiento económico con elevada inflación, aunque a un nivel menor en comparación con 2024. Las estimaciones se mueven entre 2,5% y 4,5% de crecimiento del PIB. Un crecimiento modesto a un ritmo débil dada las múltiples restricciones a las cuales está sometida la economía venezolana, lo que se traduce en un techo de crecimiento estructuralmente bajo.
No importa que la diferencia en los pronósticos sea de 1, 2 o 3 puntos del PIB, la realidad es que no habrá ningún cambio en la situación socioeconómica del país, porque el punto de partida es muy bajo tomando en cuenta la pérdida de más del 75% del PIB de los últimos 10 años.
Aquí cabe advertir que mientras no haya un cambio profundo en el modelo de desarrollo y en las políticas económicas que lo sustenta, de manera que el país pueda crecer a tasas sostenidas y estables durante 10, 15 o más años, la economía ira perdiendo impulso por desfase tecnológico y deterioro de la infraestructura productiva y de servicios.
Entretanto, la mayoría de la población seguirá sobreviviendo sin posibilidad de progreso alguno. En cambio, para un segmento pequeño de la población, alrededor del 8%, la situación es muy diferente, porque seguirá inmersa en una burbuja de bienestar con un nivel de consumo muy superior al promedio.
La desigualdad económica en Venezuela es una realidad incuestionable. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2023, elaborada por UCAB, reseña, por ejemplo, que en cuanto a ingresos promedio per cápita, la diferencia entre el grupo más pobre de la sociedad venezolana y el más rico es de «70 veces»; esto es 7,9 dólares versus 552,2 dólares.
El que crezca la economía no significa en modo alguno que a todos les vaya igual. A unos sectores les irá mejor que a otros. Los de mejor desempeño, es decir, creciendo, aunque sea modestamente, están vinculados al comercio, la importación, las telecomunicaciones, los alimentos, las medicinas y los servicios profesionales, que tienen en común la generación de menor valor agregado nacional para el crecimiento global de la economía.
Otros siguen severamente deprimidos. El caso más emblemático es el sector de la construcción, cuya paralice es de gran magnitud: 98,4%, según datos de la Cámara Venezolana de la Construcción.
La situación de la industria manufactura es de extrema gravedad, afectada por diversos factores que inciden negativamente en su desempeño: baja demanda interna, poca inversión en renovación tecnológica, falta de financiamiento bancario, excesivos tributos fiscales y parafiscales, competencia con productos importados, servicios públicos deficientes, déficit de mano de obra calificada, comercio ilícito, entre otros. Por otra parte, y según un estudio realizado por Conindustria en 2019, en Venezuela quedaban 2.600 industrias activas, lo que representa un 80% menos que las 13 mil que existían en 1999. Y las que aún hoy trabajan lo hacen con solo 40% de su capacidad instalada.
Otro sector con mal desempeño es el inmobiliario afectado por el bajo poder adquisitivo de la población y la ausencia de crédito hipotecario. A decir verdad, el mercado inmobiliario actualmente se sostiene sobre un segmento muy reducido de la población, no mayor al 8%, localizado en urbanizaciones de clase media o media alta con poder de compra. No ha descendido más precisamente por esta razón; se mantiene estancado y en una dimensión pequeña, tan igual como es hoy de pequeña la economía venezolana.
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Con respecto a la distribución de la actividad económica por regiones, la de mayor dinámica se concentra en la región central y capital. Según un estudio de Ecoanalítica de 2023, de un total de 10 capitales evaluadas por esta firma consultora, Caracas concentra el 46 % de la actividad económica nacional, seguida de Valencia y Maracaibo con apenas 10 % cada una.
No obstante, al salir de Caracas la precariedad global del país se percibe con mayor intensidad, expresión del marcado deterioro que actualmente se vive, particularmente en materia de los servicios públicos y de la infraestructura productiva asociada a la manufacturera, a la agroindustria y a la agricultura.
En definitiva, para el 2025 la actividad económica de Venezuela continuará exhibiendo una trayectoria de bajo crecimiento, entre 2,5% y 4,5%, muy por debajo del potencial que tiene la economía, pero suficiente para mantener el barco a flote. Las empresas y las familiares seguirán haciendo lo que hasta ahora han hecho, esto es: sobrevivir como pueda, apelando a la creatividad y a la resiliencia para afrontar un entorno adverso.
Carlos Torrealba Rangel es economista
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