En el camino andamos, por Marcial Fonseca

Rememoraba el parterre de su casa; en el centro, el mamón exhibía su carga de pájaros, muchos para la hora del día; más allá, hacia la pared chueca, las parchitas rielaban la fresca luz del sol; y en el lado del corredor estaba la colección de antigüedades del ferrocarril Bolívar, en ella destacaba la lámpara que era usada como semáforo portátil, y que al final de la jornada laboral le servía al operario como linterna para alumbrar su camino con solo girar el asa superior que encajaba como émbolo en el cuerpo de la lámpara. Contemplar el jardín le traía a la mente a su padre tomando café o lanzando un escupitajo de chimó, que lo consumía como sucedáneo del cigarrillo, hacia la mata de lechosa mientras veían Mike Hammer en la televisión. También recuerda a la madre que aceitaba las hojas de las orquídeas; y la iridiscencia nocturna de estas era todo un espectáculo de fuego fatuo que iluminaba a la casa.
Quería mantener la mente recorriendo la vivienda para evitar pensar en la proximidad de los setenta y siete años de edad; y en verdad que estos venían saltando cual potro salvaje. Los recuerdos se aglomeraban. El padre se marchó a los setenta y cinco años; y poco después la madre lo siguió a los setenta y siete. La impronta de ellos se veía en cualquiera de los hijos y en los nietos mayores: la pose del dedo pensativo en la nariz del progenitor en el hijo mayor, la paciencia de la madre y su mirada de sonrisa permanente fueron heredadas por Coro, o La Negra, hoy también ausente; uno de los nietos habla con la parsimonia de la abuela.
Él llegaba con tropiezos corporales que se manifestaban en muchas visitas al baño durante la noche por necesidades mingitorias; en su ignorancia supina, se explicaba a sí mismo que el obstáculo era la próstata haciendo presión en la vejiga y por ello enviando señales equivocadas de llenura al cerebro. Un examen profesional, con cistoscopia incluida, determinó que la solución era el ingreso al quirófano. Este, por cierto, no era nada parecido a lo que se veía en la televisión; el ambiente personal y el ornamental eran mucho más relajados de lo que se esperaría de un sitio donde están salvando vidas, o al menos, retrasando el brinco al otro lado.
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Redundamos al decir que el desenlace vino con la ayuda del bisturí: seis orificios en el abdomen recuerdan la prostatectomía laparoscópica robótica; y las noches largas y solitarias del postoperatorio no se comparan con tener que canalizar temporalmente una de sus necesidades evacuatorias mediante tubos cateterizados al cuerpo. El no poder dormir fue bastante duro; y para la total normalidad, se sigue en espera de la remisión de la incontinencia urinaria.
Tener, empero, la atención y cuidado de Mildret, la compañera de vida, el amor de los hijos y la sonrisa de los nietos grandes que esperan las historias que les cuenta antes de irse ellos a la cama o la cara del pequeño cuando le canta Arroz con leche es un gozo inefable y la luz al final del túnel.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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