En El Morro de Petare tienen tres años viviendo entre ruinas (III)
Los edificios de dos terrazas de las diez que conforman el urbanismo ubicado en el sector Pablo VI se caen a pedazos mientras sus habitantes llevan tres años esperan una nueva adjudicación rogando que las paredes no se le vengan encima
Autoras: Luna Perdomo y Gabriela Rojas | Fotografías: Hugo Passarello Luna (Hans Lucas)
La familia de María (identidad reservada) llegó hace ocho años al apartamento que le asignaron en el urbanismo de Misión Vivienda en El Morro de Petare. Los cuatro miembros de esta familia habían sido reubicados del barrio San Blas por estar en una zona de alto riesgo. Pero ahora el riesgo en el que viven es mayor desde que llegaron al sector Pablo VI y llevan tres años esperando una nueva reubicación.
“Los primeros dos años vivimos chévere”, recuerda María con nostalgia. Todo funcionaba como debería ser. El agua fue el primer servicio que empezó a fallar: llegaba una vez a la semana y a medianoche, después dejó de llegar y les tocó poner mangueras desde otras terrazas. Ya cumplen tres años que deben cargarla en tobos desde planta baja hasta el tercer piso porque no llega a los apartamentos.
Las cinco familias que habitan en estas dos torres en ruinas de la terraza 10 viven entre aguas de cloacas que corren libremente, excrementos, moscas y escombros de paredes derrumbadas.
Hace mucho tiempo que conciliar el sueño por las noches es casi imposible. “Da miedo cerrar los ojos, pensar en que tiemble y todo se caiga”, confiesa María, quien con la esperanza de irse pronto de Pablo VI, ya empezó a empacar sus pertenencias.
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Los habitantes de esta terraza llevan tres años esperando reubicación y hace apenas dos meses se empezó a materializar. Finalmente, el Ministerio de Vivienda les prometió apartamentos nuevos en Catia, en el urbanismo Vista Guayaquil.
“Tenemos miedo de que llegue la época de lluvia y aún estemos aquí porque cuando llueve toda el agua se mete, se inunda la planta baja, y las edificaciones se hunden más”, expresa María como otra de sus preocupaciones.
En una situación similar está una familia del edificio más cercano en la misma terraza, construcción que presenta un riesgo mayor: está más inclinada, tanto que la sala es el único lugar habitado de la casa ubicada en el tercer piso.
Allí está la cama matrimonial donde duermen mamá, papá y tres niñas. Desalojaron todos los cuartos porque las fallas son tan profundas que no permiten que sean habitables.
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Vivir en estas casas significa estar al borde del abismo. Significa vivir inclinados hacia el precipicio. Es vivir con la sensación de que en cualquier momento todo se va a ir abajo. Las paredes crujen como una galleta y las grietas cada día son más anchas.
Por temor a una tragedia mayor, todos los habitantes de estas edificaciones retiraron las ventanas y casi siempre dejan las puertas abiertas para evitar que las rejas y puertas se tranquen por los desniveles.
Las niñas corren y juegan a la casita entre las ruinas de un apartamento deshabitado. En medio del juego también se preocupan por saber cuándo volverán a vivir en una casa firme: “¿Será que el Gobierno nos va a sacar de aquí cuando estemos todos muertos?”, se pregunta una niña de 11 años.
La inseguridad en la zona es otra constante que preocupa a las familias. Los autobuses dejaron de subir al lugar y para llegar hay que ir caminando, durante unos 30 minutos, por una peligrosa pendiente. Los niños pierden clases porque el miedo ha obligado a los padres a dejarlos en casa antes de exponerlos a hacer el riesgoso recorrido.
Todos procuran estar en sus casas antes de las 6:00 pm. Aunque los robos ocurren a cualquier hora del día, el peor escenario de violencia lo vivieron hace ocho meses cuando violaron a una transeúnte en horas del mediodía.
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Ocho terrazas conformaban este urbanismo que fue construido sobre un antiguo botadero de basura. Una fue desocupada, dos han sido demolidas y las otras cinco están en condiciones graves de deterioro. Todas las familias esperan que el Gobierno les asigne, nuevamente, otra vivienda.
Muchos de los adjudicados se han ido de Pablo VI porque aceptaron mudarse fuera de Caracas, pero los que siguen ahí dicen que están “guerreando por estar en una zona más céntrica”, dentro de la capital.
Los apartamentos de tres habitaciones, dos baños, cocina y sala tienen filtraciones desde el mismo momento en que fueron entregados. Cuando llueve, las aguas negras se desbordan por las alcantarillas y salen por desagües de cocinas y baños de los apartamentos de planta baja. Se han reportado muchos casos de escabiosis por la contaminación; los olores nauseabundos impregnan todas las casas.