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En la frontera de Cúcuta y Venezuela se cocina una “emergencia silenciosa”



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TalCual | mayo 29, 2025

En el paso fronterizo de Cúcuta hacia Venezuela se encuentran dos flujos migratorios: uno de entrada y uno de salida. Los trabajadores humanitarios aseguran que no hay capacidad para atender a las personas y que, si llega a darse un nuevo escenario de migración masiva, las consecuencias de no tener cooperación internacional humanitaria pueden ser devastadoras

Texto y fotos: La Hora de Venezuela


La migración venezolana no se ha detenido. El movimiento, constante como la vida misma, se observa a cuentagotas, pero todavía está ahí. Ya no se ven las imágenes de miles de personas atascadas en el puente fronterizo Simón Bolívar del lado venezolano, esperando su ingreso a Colombia. Tampoco se ve a cientos de caminantes, como ocurrió hace varios años. Pero los que todavía cruzan por esta zona se encuentran en una indefensión casi absoluta. De los 20 refugios que podían ayudar a los migrantes venezolanos entre Cúcuta y Bucaramanga, solo quedan tres. Los lugares que daban guía y abrigo a cientos de migrantes y en los que las personas podían reposar, recobrar energía y seguir su camino ya no existen. 

Los voluntarios que siguen trabajando en la zona aseguran que hay una “emergencia silenciosa”. Esta situación se hace cada vez más evidente, en especial durante los primeros meses de 2025 cuando se ha registrado un aumento de 41 % del flujo migratorio en la frontera colombovenezolana. Mientras tanto, el presidente de Colombia, Gustavo Petro alertó en abril que podría esperarse la llegada masiva de migrantes venezolanos, aunque en ese caso se trataría de quienes huyen de las políticas migratorias de Donald Trump.

Mientras muchos ven como opción ideal irse de Venezuela, otros deciden regresar sin tener un panorama claro.

 

El temor tampoco para. La previsión de los trabajadores humanitarios es que, si se llega a dar una situación de migración masiva, nadie está preparado para contenerla porque no hay dinero, recursos ni atención nacional o internacional. Un estudio publicado el martes 27 de mayo proyecta que cerca de 5 % de la población venezolana ya tomó la decisión de migrar en los próximos seis meses. Es decir, alrededor de un millón de venezolanos ya están cercanos a hacer las maletas, preparar las mochilas y buscar una mejor vida en otro lugar. 

En la ruta que iba desde Cúcuta hasta Bucaramanga ya casi no hay cooperantes humanitarios. De 17 agencias internacionales que operaban en la zona solo quedan tres y la ayuda es insuficiente para las cientos de personas que siguen saliendo por el Puente Internacional Simón Bolívar. A esto se le suma el flujo de retorno, de quienes están regresando a Venezuela.  

“De un momento a otro comenzaron a irse. Creo que sería como en 2022, cuando estalló la guerra en Ucrania. Los cooperantes nos avisaban que había cosas más importantes que atender y se fueron”, recordó Ronald Vergara, migrante venezolano que vive en la carretera Cúcuta-Pamplonita y dirige el espacio Hermanos Caminantes, dedicado a dar atención primaria a los criollos que transitan esa ruta rumbo al sur de Colombia y del continente. Su refugio, uno de los pocos que queda en pie en la zona, está a 49 kilómetros del Puente Internacional Simón Bolívar, lugar tradicional de salida de los migrantes venezolanos que viajan hacia el sur. 

Ronald Vergara nació en Venezuela, pero en 2017 se vio obligado a migrar hacia Colombia, años después de su llegada decidió ayudar a los demás migrantes venezolanos y abrió la fundación Hermanos Caminantes.

 

Antes, un migrante venezolano que saliera de la ciudad de Caracas podría ir en autobús hasta San Antonio del Táchira, un viaje de 842 kilómetros que le tomaría entre 12 y 16 horas. Luego, tras cruzar el puente fronterizo, los criollos que carecieran de recursos suficientes para seguir el trayecto en carro tendrían que caminar 12 horas atravesando calles, autopistas y una carretera empinada que se interna en la imponente cordillera oriental colombiana. Pasaría por la reconocida Y de Chinácota, donde la diferencia de la temperatura comenzaría a hacerse evidente. Atrás quedarían los 30 grados cucuteños y el frío se haría presente. Todo este recorrido los dejaría en el refugio Hermanos Caminantes, un lugar que tenía capacidad para atender a 200 personas por día y que hoy puede asistir a 20 migrantes en el mejor de los casos.

En Cúcuta, un aviso que indica la ruta hacia Venezuela está lleno de calcomanías pegadas por los migrantes criollos que han pasado por este lugar.

 

Ronald pasó de trabajar con 40 voluntarios en su refugio, casi todos traídos gracias a la cooperación internacional, a estar solo él y su esposa. Entre los dos cocinan arepas para dar a los migrantes que pasan. Las comidas que venían preparadas por algunas organizaciones ya no existen. El propio Ronald reconoce que hay caminantes que deciden no parar en su refugio al ver que el lugar está solo. Piensan que no hay atención y siguen su camino hacia Pamplona, tierra fría que contrasta notablemente con el calor de Cúcuta a pesar de estar a poco más de 70 kilómetros de distancia. 

El refugio Hermanos Caminantes es de los pocos que se mantiene en pie en la ruta desde Cúcuta hasta Bucaramanga.

 

¿Por qué ya nadie está pendiente de lo que ocurre en Cúcuta con los migrantes venezolanos?

Hay varias razones para explicar el hecho de que decenas de cooperantes internacionales se hayan retirado de la ruta migrante del lado colombiano. El recorrido de los venezolanos en suelo colombiano, se inicia en Cúcuta, pero tiene distintos puntos de llegada. Aunque algunos se quedan en esa ciudad, otros van hasta Bucaramanga y algunos siguen hacia Bogotá y Medellín. Incluso muchos terminan sus recorridos en Ecuador, Perú o Chile. Pero Colombia sigue siendo el principal destino de los venezolanos.  

Sin embargo, la cifra de migrantes que viajan hacia el sur es baja desde hace al menos dos años. Esto coincide con el auge de la ruta del Darién hacia Estados Unidos. 

“Al principio, la gran mayoría de los migrantes que cruzaron iban hacia el sur u otro lugar de Colombia. Pero en 2022 la gente no se quedaba mucho en Cúcuta porque su ambición era pasar por el Darién para tratar de ir a Estados Unidos”, explicó Adam Isacson, miembro de la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (Wola, en inglés). 

El propio Ronald Vergara recordó que los cooperantes internacionales le pedían que tratara de persuadir a los migrantes para que no se movilizaran hacia el norte del continente. “Nos pedían que recordáramos lo peligroso de la ruta y que no había necesidad de tomar tanto riesgo para ir hasta Estados Unidos. Que tomaran otras vías y fueran más pacientes”. 

Entre 2022 y 2024 cerca de 700.000 migrantes venezolanos caminaron por la selva del Darién con la esperanza de llegar a Estados Unidos; esto hizo que las rutas de paso cambiaran. Ya no era una prioridad andar por la carretera que conecta a Cúcuta con Pamplona a pie. Ya había accesos hacia la costa colombiana, especialmente a los pueblos de Capurganá, Turbo y Necoclí, las tres puertas principales para entrar al Darién. Ahora, las que alguna vez fueron salidas son puertas de retorno para las personas que están volviendo al sur del continente. 

Los migrantes venezolanos siguen recorriendo las carreteras que se internan en la cordillera oriental colombiana, pero ahora la asistencia humanitaria es casi inexistente.

 

Aunque los cooperantes se mantuvieron en los alrededores de Cúcuta hasta 2024, notaron que la ayuda era más necesaria en los accesos al Darién. Ronald Vergara recuerda que el primer gran recorte de ayuda internacional en la zona ocurrió el 31 de agosto de ese año cuando se dio la retirada de World Vision, una de las organizaciones que más apoyaba a los migrantes y a los voluntarios. 

“Llegó un momento en el que todos se fueron y esto quedó pelado. Después del 31 de agosto de 2024 todo empezó a tambalear. Ya no se ofrecían tantos servicios, pudimos seguir dando alimentación gracias a dos cooperantes, uno de ellos Hope, que ha sido el más fiel de todos”, relató Vergara. 

Esa partida no se dio únicamente en los puntos más cercanos a Cúcuta, también se replicó en otras zonas, como contó Vergara. Antes de ese 31 de agosto hasta había autobuses y camiones dispuestos a movilizar a migrantes hacia varias ciudades colombianas. Este beneficio fue uno de los que terminó casi de inmediato al empezar el mes de septiembre. Sin embargo, todavía existían recursos para otro tipo de asistencia, al menos por varios meses. Pero esta resistencia terminó en enero de 2025, con la llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos. 

Llegó Donald Trump y mandó a parar

El 20 de enero de este año, Donald Trump volvió al poder en Estados Unidos. Aunque ya había advertido que expulsaría a millones de migrantes de ese país, también se concentró en cortar los fondos que salían desde Usaid hacia el resto del mundo. La presencia de Usaid se traducía en 42 % de la ayuda humanitaria en el mundo. Colombia era el país de América Latina que más dinero recibía de la agencia norteamericana con unos 400 millones de dólares por año. Estos fondos eran principalmente destinados a la asistencia humanitaria y la migración.

Sin embargo, el nuevo gobierno de Estados Unidos decidió revisar a fondo los gastos de Usaid, una agencia que, aunque independiente, obtenía recursos aprobados por el Congreso. La disolución de Usaid representa la pérdida de más de 42 mil millones de dólares anuales en asistencia humanitaria. Pero la agencia norteamericana también significaba una ayuda importante en temas sanitarios y agrícolas. El resultado de la investigación ordenada por el gobierno de Trump derivó en la disolución de la agencia y en el nombramiento de Marco Rubio, actual secretario de Estado, como director interino de la organización. En sus primeras declaraciones, Rubio aseguró que cortará 83 % de los programas de Usaid. 

Pero, ¿cómo afecta esto a la migración venezolana? Ronald Vergara lo explicó a La Hora de Venezuela en pocas palabras: “La decisión del Gobierno de Estados Unidos tumbó todo. Todo se paralizó de inmediato. Todos los servicios. Luego, los cooperantes me mandaron correos en donde explicaban que dependían del presupuesto de EE. UU. para mantenerse trabajando”.

El cartel del refugio de Hermanos Caminantes solía estar lleno con los logos de los cooperantes internacionales, ahora se ve prácticamente vacío.

 

Para inicios de 2025, la organización neerlandesa SOA era la que mayor presencia tenía en la ruta migrante desde Cúcuta hasta Bucaramanga. Ellos asistían a los trabajadores humanitarios con alimentos, ayuda técnica y atención sanitaria. Sin embargo, con su partida, la soledad tomó por asalto ese recorrido que todavía es atravesado por cientos de personas cada mes. 

¿Por qué se cocina una emergencia silenciosa en Cúcuta?

César García es venezolano. Dirige la fundación Aid for Aids, asociada a la Fundación de Venezolano en Cúcuta (Funvecuc). Su ubicación es particularmente estratégica pues está a escasos metros de la entrada a Colombia por el Puente Internacional Simón Bolívar. Es decir, César y su fundación son los primeros en atender a los migrantes que salen de Venezuela buscando rumbo hacia una mejor vida. Sin embargo, su capacidad de ayuda también ha disminuido. De poder ofrecer comida, un lugar donde dormir y hasta pasajes de buses, ahora solo puede dar agua potable, espacios para el aseo personal y exámenes de sangre para detectar enfermedades de transmisión sexual. 

“Nosotros vemos que la emergencia se mantiene. Es constante. Aunque ahora se ve de una manera diferente, la emergencia está en continuidad. No ha parado”, estableció César García desde su espacio de trabajo en Cúcuta. 

“Claro, si tú tienes una cifra de 500 al mes, pareciera nada en comparación con cuando veías esa misma cantidad por día atascada en el puente o hasta mil personas”, dijo al tiempo que expresó que los datos que manejan las organizaciones que hacen monitoreo no logran llamar la atención del Estado.

Hay un flujo doble en la zona fronteriza: los que llegan a Colombia y los que vuelven a Venezuela.

 

Las personas que llegan a Aid for Aids tienen diferentes destinos. Algunas buscan mantenerse en Colombia y otras quieren ir a Perú o Ecuador. Una de las curiosidades de este flujo migratorio es que la mayoría ya migraron una vez, volvieron a Venezuela y están saliendo de nuevo. Incluso hay casos de gente que fue deportada de Estados Unidos en los meses recientes. 

“Hace un mes nos llegaron dos personas que fueron deportadas. Fueron llevadas hasta Venezuela acompañadas por la policía. Quedaron bajo régimen de presentación, no acudieron a la primera audiencia y se vinieron para la frontera casi de inmediato. Iban camino a Perú y decían que allá les iría mejor que en Venezuela”, recordó García. 

El flujo inverso, los migrantes que se devuelven a Venezuela

En los recorridos del equipo de La Hora de Venezuela en Cúcuta y sus alrededores se pudo ver a decenas de personas haciendo la ruta del migrante, pero en dirección a Venezuela. A veces a pie, a veces en buses, las personas tenían diferentes razones para volver a su país de origen. 

Los trabajadores humanitarios César García y Ronald Vergara han visto el fenómeno y creen que incluso se puede hablar de un flujo doble. Aunque siguen siendo más las personas que salen de Venezuela, García aseguró que en los últimos meses las cifras entre un flujo y otro se han equiparado. 

El retorno también presenta un problema que debe ser atendido. “Cuando me llega un grupo familiar de cinco personas con niños que llevan tres días caminando, desgastados, sin comer, sin tomar agua, yo veo lo que tengo acá y no puedo ayudarlos como lo necesitan”, explicó César García. 

Según datos de Migración Colombia, se han identificado dos formas principales de este flujo inverso de migrantes. Los que viajan por avión y los que se arriesgan usando rutas marítimas. Esta última vía ya ha registrado varios accidentes, muertos y desaparecidos en lo que va de año. El ente colombiano también asegura que hay un aumento de tránsito en las fronteras colombianas en comparación con el principio del año 2024. 

“En términos generales, los datos de registros de entradas y salidas permiten evidenciar que en enero y febrero de 2025 se incrementaron los flujos migratorios de migrantes venezolanas(os) en 41 % frente al mismo periodo de 2024, lo que pone en evidencia esta dinámica migratoria emergente”, dijo Migración Colombia en un informe publicado el pasado 10 de marzo. 

Del puente para allá: una familia venezolana que vuelve desde Argentina

En el borde de la carretera 70, la misma que atraviesa el departamento de Norte de Santander desde Aguachica en el departamento del Cesar hasta el Puente Internacional Simón Bolívar, camina una familia. Un hombre joven, con gorra, shorts, dos bolsos. Una mujer con cabello trenzado y largo, tres niños y, visiblemente, un perro de pelo blanco pero curtido en ese momento. 

Ellos son venezolanos y van rumbo a Venezuela. Se detuvieron a descansar al borde la carretera 70, a unos tres kilómetros de la salida de Colombia y la entrada de San Antonio del Táchira. Kleiver Javier Díaz tiene 23 años de edad. Lleva un calzado ligero, un arete en su oreja izquierda, tiene la piel morena y los dientes separados. En su mano izquierda, con firmeza, sujeta la correa que amarra a su perro. Pero en uno de los dos bolsos que carga en la espalda, hay al menos tres cachorros. “Son perritos migrantes, porque vienen desde el sur de la frontera”, dice Kleiver entre risas. 

Kleiver sujeta a su perro, que lo acompaña desde Argentina. Pero en un bolso tiene a varios cachorros que consiguió en el sur de la frontera colombiana. La idea es llegar juntos a Venezuela.

 

Quienes no se ríen son los demás integrantes de la familia. Se quedan un poco más lejos viendo a Kleiver mientras toman el descanso. Llevan tres meses en ruta desde Argentina hasta Venezuela. La meta es llegar a la ciudad de Guacara, en el estado Carabobo. En el norte del país. La familia está extenuada y sus caras lo dicen. Pero también están molestos porque apenas unas semanas atrás fueron robados por otros migrantes venezolanos en la frontera entre Bolivia y Perú. 

La familia asegura que su retorno a Venezuela se debe a una delicada situación familiar. Que vendieron todo en Buenos Aires y enviaron la mayor cantidad de dinero a Carabobo para colaborar con sus allegados. “Nosotros no teníamos casi nada encima. Compramos los pasajes y el resto del dinero lo mandamos para Venezuela. Lo poco que llevábamos nos lo quitaron unos paisanos”, recuerda la esposa de Kleiver que pidió no dar su nombre. 

En Buenos Aires, Kleiver trabajaba en el sector de construcción y no le iba mal. A pesar de la xenofobia y discriminación. Vivió por tres años con su familia en la capital argentina. Ahora, han decidido volver con un panorama nada claro. 

“No sabemos exactamente cuándo vamos a llegar. La idea es llegar, ver a los familiares para ver qué podemos hacer. Estamos retornando por ellos. Mi mamá trabaja barriendo calles y me puede conseguir trabajo, pero lo primero que tengo que hacer es llegar”, dijo Kleiver Díaz.

 Esta familia recordó que no tuvo refugio en el camino por Colombia. Sin embargo, sí recibieron kits de ayuda en zonas como Pamplona, Chinácota y Los Patios. Estos kits, entregados en bolsas azules, tienen dotaciones alimentarias y de aseo personal, para que las personas puedan seguir caminando. 

*Lea también: Rearticulación y reestructuración: los desafíos que enfrenta la oposición venezolana

*El periodismo en Venezuela se ejerce en un entorno hostil para la prensa con decenas de instrumentos jurídicos dispuestos para el castigo de la palabra, especialmente las leyes «contra el odio», «contra el fascismo» y «contra el bloqueo». Este contenido fue escrito tomando en consideración las amenazas y límites que, en consecuencia, se han impuesto a la divulgación de informaciones desde dentro del país.

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