En manos del azar, por Américo Martín
Llama la atención que los términos de la macro-crisis de Venezuela sean tan minuciosamente conocidos por la alarmada comunidad internacional. No está de más, claro, repetirlos en su recurrencia pues nos hablan de realidades que lejos de estancarse se acentúan con insólita intensidad; pero parece urgente reflexionar sobre los posibles desenlaces. El problema se ha proyectado como gran tema que cada vez más le atañe a todos, especialmente a los países hemisféricos y de manera rotunda a los fronterizos o cercanos.
La diáspora, por ejemplo, se expande cual mancha de aceite sobre el hemisferio portando un mensaje de advertencia, rechazo al régimen que la ha causado y aspiración a una solidaridad que, fuera de excepciones, ha recibido y sigue recibiendo. Se estima que para diciembre 4 millones de almas, enfrentando sacrificios espeluznantes, habrán emprendido el éxodo de la sobrevivencia. El escándalo de los balseros cubanos ha sido superado con mucho por los desesperados emigrantes venezolanos.
El acontecimiento graba el epitafio del Socialismo s XXI y desvanece hasta el recuerdo de sus conspicuos líderes. Casi no quedan vestigios del costoso andamiaje institucional que impusieron: ALBA, Unasur, etc. Pero la violencia descargada sobre el lomo de los pueblos de Venezuela y Nicaragua, a la cual se suman el secular naufragio de Cuba y la amargura y desolación de millones de víctimas de la macabra utopía, no dan para sentimientos de alegría. Es evidente que la mezcla de fracaso económico y despotismo político pone sobre la mesa el tema del urgente cambio del Poder en Venezuela.
¿Será posible un vuelco incruento hacia la democracia? Lo sería si el cambio fuera real y tangible porque la Nación no toleraría maquillajes. El caso es que el estilo maximalista flamea en los dos extremos del pentagrama político y el odio y la hidrofobia se apoderan de la voluntad del Poder dominante. No obstante, proliferan los grupos en el chavismo que resisten esta propensión suicida. Esos grupos deberían constituirse en tendencia democrática y trabajar por la ampliación de la unidad nacional que, como tal, se basa en la pluralidad y respeto a la opinión del que disiente.
No es sencillo quebrar semejante esquema, pero es enorme el avance de la solidaridad internacional aunque la justificada desesperación despertada por la tragedia induce a algunos a hacer del azar de la intervención militar foránea, el corazón de su política. Alegan que “ya nada puede hacerse, solo queda que vengan a liberarnos” Colocan la suerte del país en pública almoneda»
Pero hay mucho por hacer, comenzando con la unidad. En el Libro de los Tiempos se lee que con unidad lo imposible se hace posible; sin ella, lo posible, imposible. Hay que desterrar el estilo indecente y escatológico y cesar el fuego graneado entre opositores, incluyendo la ciega arremetida contra la Asamblea Nacional, el más importante y mundialmente legitimado Poder del Estado.
Si el gobierno descubriera que su atrabiliaria miopía le reserva el peor destino preferiría salir del mando al abrigo de la Constitución. Lo contrario sería alzarse contra el universo, pero el costo, ¡ah el costo!