En respuesta a un peruanito llamado Daniel Salaverry, por Beltrán Vallejo
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Disculpen el término “peruanito” que sale de lo más profundo de mi indignación, pues este Salaverry aspira a ser presidente del Perú y está en plena campaña electoral. En una reciente entrevista que le hicieron, por afán electorero, optó por un discurso que no matizó ni suavizó el tono xenofóbico. Amenazó con la expulsión de venezolanos de una manera masiva y en barco, argumentando que son violentos y enfermos, y que muchos están en el país de manera ilegal.
Este candidatico pinta nada más a un segmento de la diáspora venezolana en esa nación que realiza actividades delincuenciales y no dimensiona el hecho de que allá también llegó una inmensa cantidad de venezolanos honestos, trabajadores, respetuosos de la ley, talentosos y que contribuyen con impuestos y con actividad económica y social en beneficio de ese país; eso no lo ve el demagogo de Salaverry.
Lamento mucho que en nuestro desespero por huir de una Venezuela sin oportunidades muchos compatriotas terminaron en países, diría yo que más “normales” en lo económico, pero que no son sociedades paradisiacas porque tienen problemas sociales agobiantes y están llenas de inequidades, y en donde también predominan mediocridades socioculturales y una parte de su liderazgo político no tiene “compón”, es corrupto y sinvergüenza, y proclive a la demagogia, al populismo y a los antivalores.
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Es claro: Perú no es Suecia, ni Colombia es Suiza, ni la misma Chile es Canadá, menos que menos Ecuador es Alemania.
Los venezolanos de la diáspora en Sudamérica se fueron a países también “esperolados”, donde nos encontramos con manifestaciones de xenofobia y de otras aberraciones de psicología social, como la de echarle la culpa a los extranjeros de los problemas estructurales de esas sociedades. Y eso es peor cuando se convierte en programa político de los líderes irresponsables de esos países.
No quiero hacer comparaciones, pero esas expresiones de Salaverry tienen la hediondez de los discursos de Hitler cuando les echaba la culpa a los judíos de todos los males de la Alemania de su época.
Estudios bien serios demuestran que la delincuencia peruana, en todas sus formas y expresiones, es una de las más intensas de Latinoamérica, pues se trata de una país inscrito entre los mayores productores de cocaína en el mundo y hasta con una tradición de narcoterrorismo sanguinario, como lo fue aquel Sendero Luminoso que causó el pavor en Ayacucho y en Lima, y que generó en los años 80 y en los 90 su diáspora de peruanos que, por cierto, llegaron a esta Venezuela que los recibió con los brazos abiertos.
Por aquí llegó de todo: llegó el peruano honesto, trabajador, educado, que montó emprendimientos económicos a lo largo y ancho de nuestro territorio nacional, y también llegaron sus delincuentes, sus traficantes de droga y demás gente de mala ralea; pero en todo ese tiempo jamás se vio a ningún dirigente político nuestro, y menos a algún candidato presidencial, enarbolando banderas de expulsión de peruanos o de colombianos o de haitianos o de árabes, y vean que por aquí ha llegado mucho extranjero a «echar varilla».
Exijo que cese ese lenguaje político que en aquellos países de Sudamérica pinta la cara fea de los venezolanos que están en esas tierras, y que lo hacen con propósitos demagógicos. Pero ni medio mencionan a esos venezolanos que también han sido víctimas de la delincuencia nativa ni al venezolano que es emprendedor ni al venezolano que es estudioso y que con su formación profesional contribuye al bienestar de aquellas sociedades.
¡Cállese ya, señor Salaverry!
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