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En spray­, por Carolina Espada



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Tippex
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Opinión TalCual | agosto 15, 2020

Twitter: @carolinaespada


Ella era la actriz de telenovelas más cotizada del momento. El público la A-dO-rA-bA. El dueño del canal de televisión, aún más. Al comienzo de su vertiginosa carrera habían tenido un affaire tempestuoso, que había llegado a su fin cuando al empresario le pusieron un marcapasos y el cardiólogo le advirtió: “Con el Viagra y esta niña se te van a soltar todas las arandelas y las tuerquitas. Si yo fuera tú, mejor no”.

Así que la adoración pasó a ser cosa de las montañas de dólares por las que se vendían las historias que ella protagonizaba. A los compradores internacionales no les importaba que fueran las edulcoradas y previsibles “María Ilusión”, “Fierecilla Amada” o “Ángel de mi Alma”, o las guapachosas “¡Uzzzu, Mamita!”, “Las que te conté” o “Las Mamazotas”.

*Lea también: Odisea hacia el 2021: empezar desde ya, por David Somoza Mosquera

Estas últimas estaban dirigidas al público perteneciente a los estratos socioeconómicos C y D (y más abajo de ser posible), pero la única verdad es que en todos los hogares querían ver a esta muchacha ya fuera interpretando el papel de una señorita bien, flautista ella, que vivía prisionera en una mansión y se enamoraba de forma fulminante del obrero catire y musculoso, que venía a reparar el techo de la torre en donde la tenía confinada su padre, el temible Don Andrés Alcántara de Mirabal; ya fuera encarnando el papel de una rumberita de un bar de mala muerte, “El Sideral”, regentado por su hermanastro que la quería prostituir, pero que no había podido hacerlo porque ella estaba protegida por una diosa nativa, y ella ahorraba todas las propinas para seguir pagando sus estudios de medicina y se enamoraba de su profesor de anatomía, un viudo joven, musculoso y catire. Las tramas eran lo de menos, la teleaudiencia clamaba por… ¿pero para qué decir su nombre cuando estoy a punto de hablar mal?

Lo cierto es que Estaniña sabía su peso específico dentro del canal, dentro de la industria completa, y se transformó de Bambi en Terminator. Empezó por llegar tarde. Muy tarde. Y pasaban las horas. El estudio paralizado hasta que por fin se presentaba muy fresca y divina. Pero resulta que a veces no se aparecía.

Ya una vez se había ausentado por varios días –sin preaviso y con la excusa de que tenía que encontrarse a sí misma– y los escritores tuvimos que reescribir un montón de capítulos durante un domingo eterno y apelar al lugar común de siempre: la secuestran, le inyectan un somnífero, le ponen una capucha en la cabeza y la esconden en un sótano con la luz tenue de un bombillito. La extra que la suplantó en 13 capítulos fue la única que estaba alborozada y muy agradecida.

Y entonces llegué yo, apenas una libretista principiante, pero que no estaba dispuesta a calarme antojos ni malacrianzas. Resulta que ella se leía rápidamente el libreto, medio veía sus parlamentos, no ensayaba nunca y en plena grabación se ponía creativa y los cambiaba. Supongamos que debía preguntarle al galán: “Rodolfo Luis… el doctor dice que tienes amnesia… me salvaste la vida… por favor, dime… ¿qué es lo último que recuerdas?”.

Y el muchacho contestaba: “Recuerdo una tormenta… un caballo desbocado… un precipicio… un grito que rompió la noche…”. Pero llegaba Estaniña y decía: “¡Mi amor, nos salvamos, ya sé que no te acuerdas de nada, pero haz un esfuerzo, era de noche y llovía, íbamos a caballo y cuando llegamos al precipicio yo grité, ¿te acuerdas?!”. Y el galán, en plena grabación y sin saber qué contestar, se quedaba con los ojos pepúos y todos sus parlamentos atapuzados en la boca. Y la escena quedaba así. Ella siempre estaba estupenda y muy natural, y era ella lo único que importaba.

Época de máquina de escribir. Hice una escena cumbre entre Estaniña y la contrafigura, que era mejor actriz que ella y ella lo sabía. Fotocopié las dos páginas. Guardé las originales. Agarré las copias y con un Tippex providencial oculté todos los parlamentos de la diva. Le vacié el potecito completo y solo dejé lo que le tenía que contestar la otra. Inserté la escena en el capítulo. Lo fotocopiaron y repartieron. Al día siguiente el productor llegó atacado a mi cubiculito: “Hay un error, algo pasó, esta escena no salió completa”. Respondí: “La Señorita Estaniña es tan ingeniosa y sabe escribir de forma oral, pues que invente y diga exactamente lo que le dé la gana”.

El productor, con cara de huérfano del páramo, se fue a darle el recado al director, quien, revestido de paciencia, se apersonó: “¿Me puedes escribir la escena completa?”. Por el respeto que le tenía no me puse dificilita y de inmediato le entregué la original. Me contaron que Estañiña estaba lívida y todos los presentes, disfrutando de la dulce venganza (¡gran título!). Y la escena fue grabada. Ella dijo sus parlamentos tal cual yo los había escrito, pero “en neutro”, sin la menor inflexión de la voz, sin ningún sentimiento. En cambio la villana se lució y los camarógrafos la premiaron con un aplauso muy sentido.

Me pregunto a cuánto estará el litro de Tippex. Necesito un tobo. Preferiblemente en aerosol.

Escritora

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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