Enaltecer la belleza, lo bueno y lo malo, por Rafael A. Sanabria M.
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Miss Venezuela es una corporación privada que mueve una maquinaria de importantes resultados económicos y cumple un ciclo anual que tiene eclosión con el certamen de belleza que lleva su mismo nombre. Su actuar, que está a la vista de todos, es seguido con interés por un importante sector de la población para quienes constituye algo así como un valor patrio y es inclusive seguido fuera del país.
El éxito del Miss Venezuela es la cara amable de la banalización de valores en gran parte de la población. Aunque no es una actividad negativa, al contrario muestra a un grupo de jóvenes que se esfuerza sistemáticamente en la obtención de un objetivo. Con él fabricamos –me incluyo– nuestras propias y etéreas princesas, pero nos olvidamos de primero construir el reino adecuado para ellas. Este concurso no es en sí negativo, insisto, y su brillo en solitario nos permite apreciar un síntoma de nuestra problemática social, de la carencia de más opciones en el imaginario de gran parte de la población joven.
De este concurso han salido a la fama mujeres que han demostrado alta capacidad en menesteres alejados de los medios de comunicación, además que dicha organización se ha esmerado en mejorar no solo el físico de las candidatas sino también intenta mejorar su perfil cultural. Es emblemático el desempeño de Irene Sáez en la política, ahora subrayado por Carmen Montiel Ávila, Miss Venezuela 1984 quien, ahora ciudadana norteamericana, es reciente candidata a diputado por el Partido Republicano en Texas.
La gran mayoría de la población joven femenina conoce que su fenotipo o sus medidas no son las requeridas por este concurso. Así mismo saben que actualmente son pocas las opciones de éxito para hacer una carrera profesional que les permita construir su propio modo de vida. Dado que no son muchas las opciones reales de independencia de la mujer, tienden a enfocarse en desarrollar las artes de dependencia de un marido, satélites sin vida propia que directamente no construyen. Por esa lamentable vía, vemos casos de regalarle a sus hijas casi niñas un implante de siliconas (estos casos deben ser reprimidos ejemplarmente por la Lopna), con el discurso, más bien una trampa mental, de aumentar la autoestima pero que es exactamente al contrario, la reducción del amor propio a solo valorar la apariencia física que se muestra a los otros.
Hace casi 7 décadas, Susana Duijm fue recibida multitudinariamente como la flamante Miss Mundo por muchedumbres que aspiraban verla y fueron maltratadas a los lados del Paseo Los Próceres, en Caracas, por donde desfiló en gigantesca carroza.
Desde entonces ha funcionado este sistema de la bella que se separa de la multitud por sus dotes, que es superior a las demás que no pueden aspirar a ello porque la pirámide social es la misma que la pirámide de la belleza que premia los concursos, como si fuese una ley natural a la que hay que rendirse.
Estos valores, lamentablemente considerados por muchos como naturales e inamovibles, también se aplican al lado masculino. Como razón de Estado se le pusieron innumerables trabas a Luis Beltrán Prieto Figueroa “porque es muy feo” como principal razón, aunque después lo atenuaban con un “es que es comunista”. Eso no es sólo un problema de Venezuela, en México el anterior presidente fue seleccionado en base a ser muy fotogénico y los resultados no fueron “fotogénicos”.
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En las grandes corporaciones tecnológicas (Por ejemplo, en los años 90, la IBM solicitaba ingenieros con buena presencia, y no era para las ventas, con inadecuados resultados de desempeño) y en los estamentos militares y policiales, los mejor parecidos suelen tener una mejor racha para los ascensos, claro este tema es muy espinoso especialmente en campos machistas, para poder afirmarlo sin buenas estadísticas de respaldo, las cuales sería muy difícil de hacer. Puede apreciarse que en nuestras escuelas también ocurre que los niños y niñas considerados mejor parecidos suelen tener mejores notas que los otros con iguales desempeños.
Enfoquémonos en el estudio y el trabajo para ser mejores ciudadanos y mejor país, eso implica una revalorización de nuestro proceder directo, separando la paja de la espiga. Hemos tocado fondo en algunos aspectos. El árbol ha sido podado hasta casi desaparecerlo. Se acerca el momento de volver a crecer como país, aprovechémoslo para rediseñarnos lo más sano posible. Disfrutando de la belleza y enalteciéndola más dándole su justo valor.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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