Encerrados y con los dedos cruzados, por Gregorio Salazar
Seguimos aferrados a nuestra única opción: encerrarnos para romper la cadena de contagio y cruzar los dedos. Si ese muro de contención fuera rebasado tocaría la ciclópea tarea de enfrentar en medio de este país colapsado un colosal enemigo que ha puesto de rodillas a los mejores sistemas sanitarios del mundo. Estaríamos en una situación de total indefensión con riesgos pavorosos para la población.
Por las redes llegan las imágenes dantescas de lo que está ocurriendo en países de varios continentes. Lo más cercano la crisis en Ecuador, concretamente en Guayaquil, donde no solamente ha colapsado el sistema médico asistencial, sino también el sistema funerario.
Enfermos que terminan muriendo sin poder ser recibidos en los centros asistenciales y cadáveres en las calles o en el interior de las viviendas sin nadie que las retire. Los familiares optan por dejarlos en las aceras a la espera de que las autoridades los recojan e incineren.
El colapso de esos dos sistemas los hemos vivido en Venezuela sin necesidad de coronavirus. Un proceso paulatino y sin pausa en medio de los mayores ingresos petroleros que haya tenido el país. Una oportunidad de oro como nunca antes en nuestra historia irresponsable y fanáticamente lanzada al cesto de la basura.
En lo hospitalario ha llegado a faltar no digamos instrumental médico quirúrgico, los insumos para diálisis, materiales y equipamiento, sino el simple desinfectante para los pisos. La diáspora de médicos y paramédicos que se fueron en busca de la subsistencia terminó de agravar ese cuadro.
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En lo funerario, desde hace años comenzó a escasear hasta el latón para hacer los ataúdes. En verdad, con la destrucción de Sidor se dejó de fabricar incluso el alambrón con el que se fabricaban los ganchos de guindar ropa.
Hoy las familias pobres alquilan las urnas para llevar sus familiares a los hornos de cremación y se ha extendido el uso de los féretros de cartón. Los precios de cualquier sepelio son prohibitivos.
Vemos los anuncios en tono triunfalista de los voceros del gobierno que en una mezcla de reporte con mítines políticos “informan” sobre la marcha de la epidemia en nuestro país. Al momento de redactar esta nota los contagios superan el centenar y son cuatro las víctimas fatales del virus. Llama la atención el énfasis que se hace en destacar las bondades y fortalezas del sistema Barrio Adentro, supuestamente un bastión en la lucha contra la epidemia.
La verdad es que Barrio Adentro después de succionar los recursos que debieron ir a la red de hospitales nacionales y de ambulatorios sucumbió por abandono, falta de inversión y la propia diáspora de los médicos cubanos, que luego han denunciado esta moderna modalidad de esclavitud profesional a que son sometidos.
Mientras el régimen pondera Barrio Adentro, el testimonio que nos llega en estos días de amigos y familiares es que han acudido a algunos Centros de Diagnóstico Integral, los publicitados CDI, sólo para tomarse la tensión y se han encontrado con que en esas instalaciones no se cuenta ni con un tensiómetro. ¿Cómo diablos puede un médico diagnosticar algo sin poder acceder a un dato clínico tan elemental? Ahora dependemos de las dádivas de test chinos.
El aislamiento de Venezuela, de donde las líneas aéreas internacionales se marcharon cuando el estado venezolano fue incapaz de entregarle las divisas para repatriar las ganancias a sus casas matrices, llegándose a represar unos $ 3.800 millones en total, nos favoreció inicialmente en la baja de probabilidades y en el retardo de la importación del virus y nos ha dado un espacio temporal que se debe aprovechar al máximo.
Pero el tema central a resolver sigue siendo la búsqueda de una importante masa de recursos para atender la emergencia sanitaria, alimentaria y energética, en este país sin combustible, que produce sólo el 20 % de lo que come y son prácticamente nulas las posibilidades de importar en la escala necesitada.
Es allí donde se necesita un urgente acuerdo político para que el hambre en la cuarentena no diezme más que la epidemia, más allá de las escaramuzas internacionales que en algunos aspectos simulan el juego del gato con el ratón. Otra razón para cruzar los dedos.