Encrucijadas del cambio, por Simón García
Usar la violencia es un plan costoso y amargo para los demócratas. Su empleo, en la situación actual de nuestro país, presupone insuficiencias, vacíos y fallos estratégicos que pondrán en el hombrillo, así sea temporalmente, la acción de los actores internos para acordar una resolución pacífica de nuestro conflicto.
Dicen que el fardo mitológico de la izquierda, necesitado de renovar simbologías y relatos, más los intereses de la Cuba “revolucionaria”, influyeron en Maduro para internacionalizar y escalar en posiciones duras. Ese posicionamiento gubernamental, proporciona a la oposición la oportunidad de capitalizar la conducción de una transición, con tensiones, pero con paz, destinada a lograr equilibrios óptimos entre estabilidad y cambios.
La aborrecible matemática de las víctimas por enfrentamiento bélico o por hambre no es comparación legítima, sino descargo de conciencia. Las emociones negativas sembradas en años, básicamente odio y miedo, sólo podrán ser removidas con una firme disposición a la reconciliación y a la convivencia entre los seguidores de los dos proyectos de país que se han confrontado rudamente. Ese debe ser un norte de la alternativa.
Una discutible, pero eficaz concepción del poder ejercido como voluntad para subordinar a otros, disminuyó la política a simple ornamento para imponer hegemonías contra la democracia. Si esa concepción, que constituye genéticamente a la coalición dominante se reproduce en la coalición opositora, la forma de llegar a Miraflores se condensará en ocupar una oficina
Tendrá detrás sangre, riego más indeseable y dudoso que los votos, para que florezca el árbol de la libertad. Abrirá más heridas difíciles de cerrar. Y cambiará el sentido del día después, especialmente si el diablo nos hace tomar la vía que tienta a tratar al adversario político como enemigo de guerra. El propósito de exterminio es un virus totalitario, ajeno a lo que debe ofrecer la alternativa democrática.
Desde antes de elegir al presidente de la Asamblea Nacional defendí respetar el pacto de la oposición, porque restablecía la confianza en su seno; daba chance para recomponer la unidad, expresaba a la oposición identificada con uno de sus líderes, Leopoldo López. Advirtiendo el riesgo, aposté a que Voluntad Popular no ejercería la presidencia de la AN para convertir una lucha de carácter nacional en acto de minorías, reducidas a inutilizar la movilización pacífica de la calle.
La irrupción virtuosa de Guaidó llevó a que una oposición, que oscilaba entre conservar fuerzas y tomar atajos, volviera al ring y le plantara a Maduro un desafío que lo dejó turulato y a la defensiva. Los partidos en el parlamento proyectaron la imagen de unidad. El giro político encarnado sorpresivamente por Guaidó oxigenó a todos; al fin los reparos no se ventilaron a micrófono abierto. Una increíble resurrección de la esperanza se apoderó del país
Pero el más fecundo éxito de Guaidó, de la Asamblea Nacional y del país radica en ofrecerle ya, al conjunto de la coalición dominante, una oferta clara, completa y concreta de entendimiento para tener elecciones justas y libres para todos. O se privilegia la solución política o se deja venir el cambio violento del régimen. La llave para el cese democrático de la usurpación son las elecciones. ¿Las convertirá el presidente Guaidó en el principal elemento de negociación? Hay varias maneras de cantar el mantra.