Encuentro con Migo, por Wilfredo Velásquez

Ayer, a esa hora imprecisa en que no se tiene clara conciencia de la realidad, cuando la bruma del tiempo es más densa que las sombras que el glaucoma tiende, amenazante sobre los ojos, a esa hora en que no sabes si quien te habla sorpresivamente, son los recuerdos o si es el pasado que se hace presente para hostigar la memoria.
A esa hora y a la edad exacta, tuve un inesperado encuentro con Migo.
Migo me abordó violentamente, vestía a la usanza de los piratas ingleses, con un pañuelo en la cabeza, pantalón de media pierna y la camisa amarrada a la cintura.
Sus ropas lucían raídas, como si viniera de un barco fantasma.
Tenía mi mirada, pero más torva que la que oculta mi otro yo, la barba completa, como la usé en mi primera juventud, muy blanca y el bigote negro retinto, había perdido la sonrisa, nos veíamos a través de un espejo con el azogue vencido.
Sus gritos explotaron como un exagerado Big Bang en mi cabeza, estremecieron mi corteza cerebral, me increpaba con tanta fuerza que no sabía si eran mis pensamientos o sus insultos los que escapaban por mis oídos.
Me sentí sobrecogido en medio de la multitud, temía que otros se enteraran de mis discrepancias con tan desagradable personaje.
Resultaba muy difícil entenderle, creo que nunca pude hacerlo.
Ayer estaba particularmente confuso e incoherente, gritaba, con voces destempladas, a veces con mi voz de niño, otras parecía un joven rebelde, o un adulto irreverente, o como un hombre maduro, terco y firme en sus opiniones, me reclamaba el exagerado apego a los principios, los míos, decía, porque, según él, nada tenía que ver con mis creencias, hacia esfuerzos por diferenciarse de la vida que he vivido, parecía un hijo reclamando por la incoherente y errática crianza que le brindó el padre, a ratos se convertía en un hombre de tercera edad y me increpaba, paternal, con voz reposada.
Migo, lucía más confundido que yo, reclamaba por cosas de las que me siento satisfecho, celebraba otras que me avergüenzan pero que me produjeron gran placer y gratificación.
Yo le escuchaba callado por temor a que se siguiera alterando y mis observaciones pudieran llevar su paranoia hasta la locura, no sabía cómo calmarlo. por eso no dije nada.
A ratos me observaba para ver si externamente estaba guardando la compostura ante tantas recriminaciones.
Ayer Migo estaba particularmente irritado.
Me acusaba de haberle desarraigado para tenerlo viviendo en un país extraño, no consideró para nada las circunstancias que me trajeron aquí, pensaba yo, mientras el gritaba, que la desgracia política del socialismo que aupé, durante gran parte de mi vida, fue la que me arrojó o nos arrojó fuera del país.
Aunque yo, evitaba responder a sus reclamos, parecía adivinar mis pensamientos porque a cada respuesta que se me ocurría, me increpaba, irreverente, con desprecio y sorna, sin que yo hubiera pronunciado palabra alguna.
—Esa cosa tuya, de vivir creyendo en la firmeza de los valores, lo decía en evidente tono de burla.
—Resultó una pendejada.
Se plantó delante con las manos en la cintura, moviendo la cabeza en sentido afirmativo, espetó, con mirada violenta:
—Los valores son la forma que inventaron los cobardes para evitar vivir según su propios deseos, ya en tiempos de Moisés los usaron para aborregar a la gente, con razón la iglesia acogió las consejas alienantes del Patriarca, en este punto escupió entre los diente, con los ojos entornados y continuó:
—Los utilizaron para sumir en el miedo a millones de imbéciles.
El invento del Zeus judío, les resultó tan bien, que el emperador romano que se cogió el catolicismo, con católicos y todo, lo incorporó, ya sé que no fue él el de la idea, pero lo utilizaron para inventar un derecho que no era romano sino judío, para dirimir las relaciones entre plebeyos y patricios, o sea, para ordenar la majada y después, cuando la política se hizo negocio y oficio, se inventaron otra formas de organizar el rebaño, derecho propio, dijeron, derecho a esclavizarse voluntariamente debieron decir… les llamaron leyes, y tú, como un soberano idiota, las compraste todas para joderme la vida.
Y yo, sin poder sacarlo de mi cabeza tuve que seguir oyendo sus recriminaciones…
¡Joded!
Intenté bajar del metro, para acallarlo, pero me inquietaba tanto lo que decía que dejé pasar la parada.
Migo, continuó con su excitación en ascenso.
Te inventaste todas las formas de complicarme la vida.
—Cuando estábamos descubriendo la liberación sexual, el amor libre y la música beat, justo cuando los jóvenes de nuestra generación intentaban cambiar el mundo, derribando las torres del conformismo y las tradiciones, en plena fiesta, decidiste bajarte.
Casi sin respirar, con una pausa mínima para recuperar el aliento, siguió:
—No pudiste inventarte otra, decidiste que querías ser cura, y no un cura cualquiera, deseabas ser misionero para salvar a los indios del pecado original.
— ¿Qué tenías tú que ver con eso? ¿Acaso eras Eva, o tú te comiste la manzana que le tocaba a Adán? Muy pendejo tenías que ser…
Las locuras de Migo me hicieron sonreír, cuestión que seguramente le irritó más.
—Pero no suficiente con eso, cuando te distes cuenta de tu insensatez, empeoraste la situación, te decepcionaste de la religión para volverte comunista.
Lanzó una carcajada que retumbó en mi cabeza con magnitud demoledora.
—O sea, pues, el redentor quería salvar al proletariado de la explotación capitalista.
Por un momento recuperé la calma creyendo que Migo se había retirado, me distraje observando las calles, mientras pensaba en el gran aporte urbano que le reportó a Barcelona el Plan Cerdá, al crear las cuadras octogonales, formas que se repitieron en las intersecciones de las calles, también octogonales, que además de aportar amplitud, visibilidad, puntos de vista amplísimos y la posibilidad, de generar en todo el Ensanche, una planta baja comercial, capaz de albergar más comercios que las esquinas tradicionales.
Mientras los catalanes discutían sobre la ciudad, pensaba yo, en esa misma época, año 1859, los venezolanos estábamos en plena Guerra Federal, matándonos entre nosotros, deteniendo toda posibilidad de progreso y provocando migraciones internas, motivadas por las necesidades de seguridad.
Migo se había recluido en algún lugar de mi cerebro, seguía allí, empezó mascullando ideas que no entendí hasta que pude oír claramente:
—Claro, dijo… así has hecho siempre, evitas afrontar los hechos cruciales para distraerte en lo obvio y pueril.
— ¡Que bolas¡ dejaste la vocación religiosa por la ideología comunista, cambiaste un dogma por otro.
—O sea, como dirían los jugadores de truco ¡Cambiaste a tu mamá por una perra!
Su carcajada todavía retumba en mi cabeza, Migo se burlaba, como si de esa manera consiguiera independizarse de mí, me asusté, empecé a verlo como alguien ajeno a mi personalidad, pensé que la esquizofrenia debe ser un tormento.
No sé si es un hecho común, querido lector, pero me pasa que no tengo clara conciencia del timbre y tono de mi voz. ¿le sucede a Usted también?
En este punto no sabía si hablaba yo, o si lo hacía Migo.
Temo reconocerme en él, temo que nuestras personalidades se lleguen a integrar.
Decía cosas que nunca cuestioné, mientras yo callaba dijo enfático:
—Las ideologías son la peor forma de alienación y si es la comunista, además de alienación resulta una idiotez, el ideologizado o idiotizado, que es casi lo mismo, renuncia a su personalidad, pierde el sentido crítico, la capacidad de discernir, incluso sobre las motivaciones de su vida, su único fin es satisfacer las exigencias de la organización de la que participa.
Pensé que después de la rotundidad de su afirmación terminaría, pero no, siguió, cada vez más iracundo:
—Basta ver como muchos de tus amigos, si es que lo son, desde que deletrearon el manifiesto comunista, no han hecho más que leer a los autores que reafirman su alienación, sin atreverse a juzgar críticamente las convicciones que les inocularon en su tierna juventud, hasta se doctoran en marxismo y lo dicen como si se estuvieran convirtiendo en rabinos. Actúan como si fueran los dueños del Templo y de la verdad. Tanta sabiduría provoca risa.
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No estaba en mi ánimo rebatir a Migo, mientras yo intentaba distraerme, tratando de averiguar desde que área de mi cerebro hablaba, siguió con su perorata:
—¿Recuerdas cuando le pidieron a todo tu grupo, que abandonaran la universidad para atender a los obreros en La Yaguara y Catia a las seis de la mañana y al final de la tarde?
—¿Y cuándo creías que con los panfletos de Martha Harnecker podían organizar a la clase obrera y. recuerdas los miles de clichés que te comiste con el cerebro vacío?
Migo no tenía intenciones de terminar su «monodiálogo», y me preocupó que empezara a preguntarse las razones que tuvieron lo «Líderes» para sacrificar las organizaciones que crearon, tan solo para garantizarse, su supervivencia económica después de pacificarse.
En este punto decidí ponerles fin a los desvaríos de Migo, por temor a que empezara a decir cosas inconvenientes.
Me coloqué los audífonos a todo volumen, me dispuse a bajar en la siguiente estación, con tan mala leche, que la emisora que oía, en ese momento, puso el audio del acto en el cual los militantes del PSOE, coreaban las consignas del «NO PASARAN», desde Sevilla, obviando que La Pasionaria, quien reeditó dicha consigna durante la guerra civil, fue de las primeras en denunciar las conductas aviesas de esa organización.
Ojalá no termine dándole la razón a Migo, pero… «así son la vida»
Wilfredo Velásquez es poeta.
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