Engaños fundamentales, por Carolina Gómez-Ávila
El primero es negar que el objeto de todo conflicto político sea el poder. La verdad es que no hay otro. Cualquier confrontación en la arena política, sólo es una lucha visible por el poder. Así que cada vez que usted considere otro asunto como si fuera medular en el forcejeo, su diagnóstico será errado y, sus propuestas, inefectivas.
Desde este punto de vista, la emergencia humanitaria compleja no es el centro del problema, el problema es la lucha por el poder; la debacle económica no es el problema, el problema es la lucha por el poder; las sanciones no son el problema, el problema es la lucha por el poder.
Con lógica, además, porque en el poder está el origen de la emergencia humanitaria compleja, de la debacle económica y de las sanciones; de modo que sólo tras un cambio en el poder tal vez –sí, tal vez– pueda iniciarse un proceso que repare esos efectos
Por eso es que me preocupo cada vez que algún individuo o ente de la sociedad civil intenta llamar la atención sobre algo distinto a la lucha por el poder. Su llamado desvía la atención del causante a la consecuencia, sacando del debate al primero para favorecerlo, indirectamente, en su objetivo de permanecer en el poder.
Lo hacen quienes claman por la solución humanitaria, por incluir el tema económico en las negociaciones bilaterales y por el levantamiento de las sanciones. Tal parece que serían capaces de transarse con la dictadura, de apoyar su continuidad, con tal de que se resuelvan los problemas que ella y solo ella provocó.
De manera cándida, por cierto, porque quienes desde el poder crearon el actual estado de cosas, en 20 años no han dado la más mínima señal de estar dispuestos a rectificar.
El segundo es acceder a llamar “oposiciones” a los competidores internos del liderazgo democrático. Más de 50 países, y algunos organismos internacionales de envergadura, reconocen como “la oposición” a la coalición que dirige actualmente la Asamblea Nacional. Es esa alianza –y nadie más– quien representa a los oprimidos de Venezuela en el llamado Mecanismo de Oslo, por cierto.
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Por esto, y en vista de que no tienen radio de acción para luchar por el poder, los grupos minoritarios se han convertido en sus antagonistas; lo que conviene a quienes detentan el poder, razón por la cual lo estimulan y difunden. Así, ya sabe a quién sirve usted cuando usa el indebido plural.
El tercero, es supeditar el problema institucional a las políticas económicas. Creer o difundir que nuestra infernal situación puede resolverse aplicando paquetes y programas sin antes recomponer el sistema republicano, es torpe y perverso.
Este es probablemente el más peligroso engaño de todos porque el país es inviable económicamente si no hay paz en él. Y no habrá paz si quienes luchan por el poder no tienen reglas de juego que faciliten la competencia en paz, algo que sólo da la institucionalidad republicana.
Este engaño, por cierto, está acompañado de muchos otros que no parecen fundamentales pero que los partidos políticos deberían atender si quieren procurarse espacios estables.
Me pregunto por qué los socialdemócratas no han tomado la bandera que les pertenece como el enemigo más temido del comunismo. No los veo explicar ni defender qué es el reformismo –que los pone en las antípodas de la revolución– ni decir que su propuesta sólo tiene cabida en el marco de una economía capitalista.
Están inermes en un mundo en el que no hay en pie un ejemplo exitoso de comunismo y en el que muchos países con envidiables niveles de vida y desarrollo, son socialdemócratas. Debe ser que ellos también son víctimas de engaños fundamentales.